Curso de sociología general 2. Pierre BourdieuЧитать онлайн книгу.
definición social. Nunca tenemos que vérnoslas con un individuo: en el límite, un individuo es una cosa biológica con la cual nada tiene que hacer el sociólogo (salvo que la biología plantee problemas a lo social; podremos retomar eso). El agente está socialmente constituido y va a estar provisto de una identidad social.
Decía al comienzo que el juego que les presento es una suerte de pequeño modelo del juego social en su generalidad y, para generalizar todo lo que les he dicho, basta con decir que la gente de Lire tiene como apuesta su identidad en el campo intelectual, su visibilidad, su estatus de escritor, su nombre propio: “¿Me convertiré en un nombre propio, un ‘Jean-Paul Sartre’ con un nombre de pila, o seguiré siendo un título genérico del tipo ‘sociólogo’, ‘escritor’, etc.?”. Esa es la apuesta. Para los agentes sociales comunes y corrientes, la apuesta es “¿Cómo se habla de mí?”. En muchas sociedades, uno es el primo del primo de Fulano, o Mengano hijo de Zutano. En nuestras sociedades, una de las grandes apuestas de las luchas sociales es el título profesional. Es la lucha por la apropiación de lugares donde se otorgan títulos profesionales, vale decir, el sistema escolar y el Estado. Eso quiero decir cuando digo que el Estado es la institución que dispone del monopolio de la violencia simbólica legítima.[86] Lo repito siempre, pero no lo hago por coquetería: todos los que hablan del Estado con frases del tipo “el Estado es…” les hacen la jugada de “el rey de Francia es calvo”. “El monopolio de la violencia simbólica legítima” significa que la cosa X que suele llamarse “Estado” y sobre la cual habría que reflexionar mucho para saber qué se entiende por eso,[87] ejerce lo que llamo “poder de nominación”, es decir, el poder de expresar la identidad dominante. Cuando digo: “El Estado es lo que…”, el predicativo define mi sujeto. Está claro que llamo provisoriamente “Estado” a la social agency, el operador social que dice lo que son las personas con una fuerza particular. Si me presento como profesor diplomado, sabemos qué quiere decir eso (implica un salario, puedo reclamar, etc.), en tanto que si digo: “Soy labrador del cielo / de los espacios”, puedo ganar un premio de poesía. Es importante, y no importa que hablemos de nosotros mismos o de los otros (si le digo a alguien: “No eres más que un…”, es lo mismo). El juego que se juega y la apuesta que se hace en él son casos particulares de un juego mucho más general que es todo un aspecto del mundo social: en el fondo, lo que tengo en mente es mostrarles una de las grandes maneras de construir el mundo social (que, claro está, lleva a perder cosas) que ha quedado relegada a causa de una suerte de sometimiento inconsciente a un materialismo.
Definir las reglas del juego
Esta manera de construir el mundo social, de construir un perfil, una perspectiva potente, explica gran parte de los hechos sociales que las otras maneras de construir no permiten ver. No es el alfa y el omega, no es la totalidad; pero esto no quiere decir que sea falsa. Una manera de construir el mundo social como el lugar donde se juega algo a veces tanto más esencial que lo tomado como apuesta por el materialismo (el salario, etc.), en el sentido de que se comprometen cuestiones de vida o muerte, cosas por las cuales uno está dispuesto a morir, esto es, a sacrificar todo el resto, consiste [en percibirlo a partir del] problema de la identidad, [en el que] se juega la respuesta a las preguntas: “¿Qué soy verdaderamente?”, “¿Y quién puede decirme lo que soy?”. Aquí, en el palmarés, unas cuantas personas pueden decirse: “Pero ¿dónde estoy en la lista? ¿Estoy o no? ¿Estoy en un buen puesto? Puedo romper la lista, pero estoy obligado a tomar posición”. El mundo social está constituido por una multitud de juegos sociales de ese tipo: “¿Soy (o él es) verdaderamente cristiano, o no soy (o no es) verdaderamente cristiano?” (hay quienes murieron por eso…), “¿Me puedo llamar así, se puede llamar así?”, “¿Tiene derecho a decirnos eso?”, “¿Y quién puede decirme quién soy?”. Dentro de un rato volveré a esta cuestión, pero creo que es eso lo que está en juego.
El sujeto del juego que intento estudiar es el conjunto del juego. Voy a situarme frente a lo que, pretenciosamente, se llama “círculo hermenéutico”: cuanto más sepa qué es el juego, más sabré lo que se juega en él, más conoceré los límites del juego y mejor sabré qué es el juego. El hecho de saber que es necesario interrogar los límites hace ganar mucho tiempo, porque enseguida voy a ir a las polémicas sobre “Fulano que no es un escritor” o “los nuevos filósofos que no son filósofos”. Las polémicas indican que pasan cosas, que hay apuestas, definiciones implícitas: si tomo todos los textos escritos por filósofos a favor o en contra de los nuevos filósofos, voy a ver una apuesta oculta, que para cada uno consiste en definir el juego de tal manera que pueda erigirse en su amo. Es la apuesta de todos los juegos: yo defino las reglas del juego de manera tal que todas las cartas de triunfo sean mías. Cuando se juega con niños, pasa ese tipo de cosas: hay una especie de negociación sobre las reglas del juego a fin de que ellos ganen. Entre adultos no es un juego: este se define y, si pudiéramos, cambiaríamos la regla a cada instante. La vida científica es eso: un buen científico cambia la regla de modo que lo que él hace sea lo que hay que hacer y a los demás no les quede otra opción que el desempleo o la huelga.
El juego, entonces, tiene por apuesta la definición misma del juego, lo que pasa en él y quién puede jugar, y cada agente tiene una apuesta fundamental común que es la existencia del juego. Imaginen que suprimimos el juego literario: mucha gente quedaría desempleada. Lo cual hace que a menudo los juegos de los campos relativamente autónomos tengan un límite oculto: las luchas no se llevan hasta el final porque en ese caso se rompería el juego, según la ley de que “no se muerde la mano de quien te da de comer”. Se trata de una ley de la sabiduría popular que, por una vez, es una ley científica: en cada juego hay una colusión (la raíz es la misma)[88] fundamental, a menudo por completo inconsciente (es lo más inconsciente que hay en los juegos sociales), en torno a lo que está ligado a la existencia misma del juego y todo lo que nos hace aferrarnos, como suele decirse, en todos los sentidos del término, al juego, y mediante lo cual este nos aferra. En un coloquio sobre la filosofía, pueden hacerse todas las variaciones alrededor del interés de la filosofía, el interés en la filosofía, etc., pero nadie [aborda] algo muy simple que vale más saber –sobre todo cuando se practica la epojé (ἐποχή)[89] y se convoca a los otros a practicarla–, esto es, que hay un interés en la existencia de la filosofía. Si en nuestros días tantos discursos de defensa de la filosofía terminan por sumarse a una teoría de la Inspección General sobre la filosofía, es porque, con todo, la existencia de esta última depende de la existencia de la Inspección General del Ministerio de Educación: puestos de filósofos, cátedras, etc. Nada de malo en eso: todo el mundo tiene que vivir [risas]. Simplemente, vale más saberlo, de lo contrario está el riesgo de producir un inmenso discurso que no puede ser otra cosa que una racionalización de ese interés fundamental. De todos modos, para personas que hacen de las puestas en duda radicales su actividad, resulta muy inquietante. Por eso, digo a los filósofos que en todos los juegos hay un interés común, que muchas veces es la cosa más oculta: es el interés en existir con un título, un rótulo para poder decir: “Soy un escritor”. Hay maneras de decir “Soy un escritor”, “Soy un filósofo”, etc. […] Voy a detenerme aquí.
Segunda hora (seminario): el hit parade de los intelectuales (3)
Ahora intentaré plantear el problema de una sociología de la percepción del mundo social, un problema que la sociología no plantea prácticamente nunca. Ahora bien, debe efectuarse una reflexión sobre lo que es percibir el mundo social, sobre una cuestión; por ejemplo: “¿Qué es juzgar socialmente?”.
Antes de proseguir, querría responder a una pregunta que me hicieron la semana pasada sobre la noción de “posmoderno”. Me preguntaron: “¿Podría informarnos sobre el modo de elaboración de la noción de posmoderno y situar su validez en el campo de los conocimientos? ¿A qué corresponde la necesidad de formalizar un corte y, por lo tanto, darle existencia al nombrarlo? […] En la actualidad, me parece que quienes menos apelan a la noción de historicidad utilizan con la mejor disposición el prefijo post-, resumido de la manera más cabal por la expresión ‘posthistórico’. […] Etc.”. Creo que es una muy buena pregunta pero que, como [sucede] a menudo con las buenas preguntas, induce su propia respuesta, y me parece que todo lo que tiene importancia es una respuesta: uno de los juegos a los que