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Vida en marte. Tracy K. SmithЧитать онлайн книгу.

Vida en marte - Tracy K. Smith


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mountains

      Packed in ice, that whole time, he doesn’t blink.

      In his little ship, blind to what he rides, whisked

      Across the wide-screen of unparcelled time,

      Who knows what blazes through his mind?

      Is it still his life he moves through, or does

      That end at the end of what he can name?

      On set, it’s shot after shot till Kubrick is happy,

      Then the costumes go back on their racks

      And the great gleaming set goes black.

      5.

      When my father worked on the Hubble Telescope, he said

      They operated like surgeons: scrubbed and sheathed

      In papery green, the room a clean cold, and bright white.

      He’d read Larry Niven at home, and drink scotch on the rocks,

      His eyes exhausted and pink. These were the Reagan years,

      When we lived with our finger on The Button and struggled

      To view our enemies as children. My father spent whole seasons

      Bowing before the oracle-eye, hungry for what it would find.

      His face lit-up whenever anyone asked, and his arms would rise

      As if he were weightless, perfectly at ease in the never-ending

      Night of space. On the ground, we tied postcards to balloons

      For peace. Prince Charles married Lady Di. Rock Hudson died.

      We learned new words for things. The decade changed.

      The first few pictures came back blurred, and I felt ashamed

      For all the cheerful engineers, my father and his tribe. The second time,

      The optics jibed. We saw to the edge of all there is—

      So brutal and alive it seemed to comprehend us back.

      DIOS MÍO, ESTÁ LLENO DE ESTRELLAS

      1.

      Nos gusta equipararlo a lo que ya conocemos,

      Aunque más grande. Un hombre contra las autoridades. O un

      Hombre contra una ciudad de zombis. Un hombre

      Que no es, en realidad, un hombre, enviado para entender

      A la ristra de estadounidenses de culo inquieto

      Que ahora lo persiguen. Un hombre que huye.

      Un hombre que debe coger un barco, desechar una carga,

      Este mensaje lanzado al espacio… Aunque

      Tal vez se parezca más a la vida debajo del mar: silenciosa,

      Boyante, extrañamente benigna. Reliquias

      De un diseño obsoleto. Hay a quienes les gusta imaginar

      A una madre cósmica mirando a través del polvo de las estrellas,

      Diciendo sí, sí, cuando nos tambaleamos hacia la luz,

      Mordiéndose el labio si titubeamos al borde de algún precipicio. Anhelando

      Estrecharnos contra su pecho, ella confía en que todo saldrá bien.

      Mientras el padre irrumpe a través de habitaciones contiguas

      Vociferando con la fuerza del Venga Tu Reino

      Sin preocuparle nada lo que pudiera mordernos con su mandíbula.

      A veces, lo que veo es una biblioteca en una población rural.

      La amplia sala repleta de estanterías. Y los lápices

      En una taza de Tráfico, mordisqueados por todo el vecindario.

      Los libros han vivido aquí desde siempre, perteneciendo

      Por largos periodos a uno u otro en la breve secuencia

      De apellidos, hablando (sobre todo por la noche) a un rostro,

      Un par de ojos. Las más extraordinarias mentiras.

      2.

      Charlton Heston está esperando a que lo dejen entrar. La primera vez lo pidió

      [educadamente.

      La segunda vez, con fuerza desde el diafragma. La tercera,

      Lo hizo como Moisés: con los brazos alzados, el rostro un blanco apócrifo

      Camisa impoluta, traje de corte, se inclina un poco al llegar,

      Luego se estira. Examina la habitación. Permanece de pie hasta que le hago una señal,

      Entonces se sienta. Los pájaros comienzan su charla nocturna. Alguien enciende

      Una hoguera afuera. Si me queda, tomará whiskey. Si no, agua.

      Le pido empezar por el principio, pero empieza su narración a la mitad.

      Así fue una vez el futuro, dijo. Antes de que el mundo se volviera loco.

      Héroe, superviviente, la mano derecha de Dios, yo sé que él ve la blanca

      Cara de la luna donde yo veo un lenguaje construido con ladrillo y hueso.

      Se acomoda erguido en su asiento, toma un largo y melodramático aliento,

      Después lo deja escapar. Por lo que sé, fui el último hombre verdadero en la tierra, Y:

      ¿Puedo fumar? Las voces de fuera se apagan. Los aviones sobrevuelan yendo y viniendo.

      Alguien grita que ella no quiere irse a la cama. Pasos sobre nuestras cabezas.

      Una fuente en el patio del vecino balbucea para sí, y el aire de la noche

      Suena dentro. Eran otros tiempos, dice, comenzando de nuevo.

       Fuimos pioneros. ¿Vas a luchar para sobrevivir aquí, cabalgando la tierra

      ¿Hacia Dios sabe dónde? Pienso en la Atlántida sepultada bajo el hielo,

      Un día perdida de vista, la orilla de donde emergió ya glacial y desolada.

      Nuestros ojos se acostumbran a la oscuridad.

      3.

      Quizá el gran error sea creer que estamos solos,

      Que los otros vinieron y se marcharon –en un abrir y cerrar de ojos–

      Cuando en toda su extensión, el universo podría estar congestionado,

      Repleto hasta los bordes de energías que jamás sentimos

      Ni vemos, que se adhieren a nosotros, viviendo, muriendo, decidiendo,

      Pisando con pies de plomo cualquier planeta

      Doblegándose ante las estrellas gigantes que dominan, arrojando rocas

      A cualquiera de sus lunas. Viven preguntándose

      Si son los únicos, sólo conocen el deseo de conocer,

      Y esa gran distancia negra en la que ellos –y nosotros– palpitamos.

      Quizá los muertos comprendan, sus ojos por fin abiertos,

      Viendo las luces largas de un millón de galaxias


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