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El paraiso de las mujeres. Vicente Blasco IbanezЧитать онлайн книгу.

El paraiso de las mujeres - Vicente Blasco Ibanez


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contemporánea de los pigmeos.

      Ahora, en la madurez de mi vida, he intentado otra vez rehacer la historia moderna de Liliput, pero como puede realizarlo la fantasía de un hombre, menos optimista y generosa que la de un niño.

      Esto de imaginarse una humanidad mas pequeña que la nuestra, con nuestros mismos defectos y preocupaciones, como si fuese contemplada a través de un microscopio, es algo que halaga la vanidad de los hombres, y por lo mismo resulta tan antiguo como su existencia.

      Swift, el humorístico deán irlandés, fue el creador de Gulliver y del reino de Liliput; pero cien años antes, Rabelais, que indudablemente le sirvió de modelo, había descrito con no menor humor las costumbres de enanos y gigantes.

      Tengo la certeza de que en todas las literaturas antiguas fueron muchos los relatos sobre países de pigmeos y países de colosos. ¿Que pueblo no contó historias de gnomos minúsculos, de vida misteriosa, y gigantes que para contemplar a uno de nuestra especie necesitan colocarlo sobre la palma de una mano?… Voltaire se inspiró en Swift para crear su "Micromegas", y sería muy largo el relato de todos los novelistas y cuentistas que imitaron mas o menos directamente este género de fantasías.

      Yo escribí la presente novela creyendo que únicamente iba a servir para la producción de una cinta cinematográfica, y jamás aparecería en forma de libro. En realidad, la casa editorial de Nueva York no me pidió una novela, sino lo que llaman en lenguaje cinematográfico un "escenario", un relato escueto y de pura acción, para que sirva de guía al director de escena, a los encargados de las tramoyas y a los actores que interpretan los personajes.

      Pero excitado por la novedad del trabajo y a impulsos también de mis hábitos de novelista, empecé a escribir y a escribir, sin darme cuenta de que en vez de un "escenario" producía una novela, y en veintiuna tardes terminé EL PARAÍSO DE LAS MUJERES.

      Nunca he trabajado tan aprisa y con tanto fervor. Creo que si me pusiera ahora a hacer una copia del presente libro emplearía más tiempo.

      Repito que jamás pensé que mi novela cinematográfica pudiera convertirse en volumen impreso; y mi sorpresa fue grande al ver que el "escenario" era un libro al que algunos pretendían encontrar cierta intención filosófica y política. Hasta en los Estados Unidos—país donde las mujeres ejercen una enorme y legítima influencia—creen algunos, equivocadamente, que mi novela es a modo de una sátira del feminismo norteamericano.

      Como EL PARAISO DE LAS MUJERES ha sido traducida ya a varios idiomas, me decido a publicarla igualmente en español, aunque no pensase en ello cuando la escribí.

      Será una obra más dentro del marco de la novela española, la cual desde hace algunos años no peca ciertamente por exceso de variedad. Los más de los novelistas marchan en fila india, uno tras otro, y solo de tarde en tarde se les ocurre saltar un poco fuera del sendero. Mientras tanto, en los otros países la novela procura renovarse y los autores cambian con frecuencia su manera de ver la vida y de expresar sus impresiones, para que no los "encasille" el público, adivinando de antemano lo que pueden decir. Además, la novela es un género de variedad infinita, y allí donde todos los novelistas describen lo mismo, con un lenguaje semejante, la novela corre peligro de muerte.

      Tal vez el presente libro sea considerado por muchos como una "equivocación" al compararlo con mis anteriores obras; pero yo prefiero equivocarme yendo en busca de novedad, a conseguir aciertos fáciles, que muchas veces no son más que simples repeticiones de triunfos anteriores. De todos modos, me anima la esperanza de que este relato ligero tal vez resulte mas entretenido para el lector que muchas novelas de moda reciente, en las que se emplean trescientas páginas solo para preparar el encuentro a puerta cerrada de dos personas de distinto sexo, llegando así a la escena "culminante" de la obra, que es simplemente una escena de "libro verde", escrita con las precauciones necesarias para bordear el Código y que el volumen pueda exponerse sin peligro en los escaparates de las librerías.

      Del film que dio origen a esta novela diré que aun está por nacer. Según parece, fui amontonando en él tales dificultades de ejecución, que los ingenieros norteamericanos que inventan nuevas "magias" para esta clase de obras todavía están haciendo estudios y no han podido encontrar el modo de que aparezcan en el lienzo luminoso, a un mismo tiempo y sin trampa visible, la enormidad del Gentleman-Montaña y la bulliciosa pequeñez de las muchedumbres que pueblan la Ciudad-Paraíso de las Mujeres.

       VICENTE BLASCO IBÁÑEZ

       Villa Fontana Rosa Menton (Alpes Marítimos) Febrero 1922

      Capítulo 1

       Frente a la Tierra de Van Diemen

      Índice

      Edwin Gillespie, joven ingeniero de Nueva York, llevaba varias semanas de navegación a bordo de uno de los paquebotes ingleses que hacen la carrera entre San Francisco y Australia.

      Nunca había conocido un viaje tan triste. Recordaba con dulce nostalgia su navegación de tres años antes, desde los Estados Unidos a las costas de Francia, cuando era oficial del ejército americano e iba a guerrear contra los alemanes. Aquella travesía resultaba peligrosa; reinaba a bordo una continua vigilancia por miedo a los submarinos y a las minas flotantes; pero Gillespie tenía entonces como inseparables compañeros la alegría de una juventud ansiosa de aventuras y el entusiasmo del que va a exponer su vida por un ideal generoso.

      Ahora llevaba como invisibles camaradas de viaje la desesperación y el aburrimiento, y cuando conseguía huir de uno, caía en los brazos del otro. Se había embarcado apresuradamente, creyendo encontrar la fortuna lejos de los Estados Unidos; pero se sentía cada vez más triste así como iba alejándose de su tierra natal.

      Era el amor el que le había aconsejado esta resolución desesperada.

      A su vuelta de la gran guerra había visto el mundo transfigurado. Todo le parecía más hermoso; las cosas adoptaban nuevas formas; el aire cantaba junto a sus oídos, agitado por las vibraciones de una sinfonía interminable. Y todo esto era porque acababa de conocer a miss Margaret Haynes, una persona primaveral, cuyos diecinueve años, alegres y graciosos, se desbordaban en risas, palabras musicales y gestos encantadores.

      Gillespie olvidó de golpe todo su pasado al hablar con esta adorable criatura. Creyó que su vida anterior había sido un ensueño. Recordaba con esfuerzo, como si fuesen pálidas visiones, su ida a Europa; los combates junto a Saint-Mihiel, de los que salió herido; la ceremonia guerrera durante la cual a él y a otros compañeros les colocaron sobre el pecho la roja cinta de la Legión de Honor.

      Para Edwin Gillespie la única realidad era miss Margaret, y los días que no la veía, aunque solo fuese por unos momentos, se imaginaba que el cielo era otro y que se desarrollaban en su inmensidad tremendos cataclismos de los que no podían enterarse los demás mortales.

      Toda una primavera se encontraron en los tes de los hoteles elegantes de Nueva York. Después, durante el verano, siguieron conversando y bailando en las playas del Atlántico más de moda.

      Miss Margaret era la hija única del difunto Archibaldo Haynes, que había reunido una fortuna considerable trabajando con éxito en diversos negocios. La sonriente miss iba a heredar algún día varios millones; y esto no representaba para ella ningún impedimento en sus simpatías por Gillespie, buen mozo, héroe de la guerra y excelente bailarín, pero que aun no contaba con una posición social.

      El ingeniero se tuvo durante medio año por el hombre más dichoso de su país. Miss Haynes fue la que se encargó de envalentonar su timidez con prometedoras sonrisas y palabras tiernas. En realidad, Edwin no supo con certeza si fue el quien se atrevió a declarar su amor, o fue ella la que con suavidad le impulsó a decir lo que llevaba muchos meses en su pensamiento, sin encontrar palabras para darle forma.

      Margaret aceptó su amor, fueron novios, y desde este momento, que debía haber sido para Gillespie el de mayor felicidad, empezó a tropezar con obstáculos. Seguro ya del cariño de la hija, tuvo que pensar en la madre, que hasta entonces solo había merecido su atención


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