Bajo El Emblema Del León. Stefano VignaroliЧитать онлайн книгу.
―Vuestros ojos color avellano. Creo haberlos visto la última vez detrás de una celada levantada. Erais vos el día del torneo de Urbino. Estoy convencido. He reconocido vuestros ojos. No hay otros en el mundo con el mismo color. Fuisteis vos la que me salvasteis la vida, la que detuvo a Masio. Y no entiendo, no se me ocurre como una damisela, hermosa y delicada como vos, ha tenido la fuerza y el valor de intervenir tan dignamente como un guerrero.
―Todavía deberéis conocerme mejor, Messer Franciolino, ¿o todavía puedo llamaros Andrea? De todas formas, detrás de la fachada de la feminidad siempre he sabido hacerme valer, incluso en situaciones que requerían no sólo fuerza sino también astucia, cerebro y lógica. Y jamás nadie ha conseguido engañar a la aquí presente Condesa Lucia Baldeschi. Y os aseguro que lo han intentado muchos.
―Imagino que estos años, para vos, aquí en la ciudad, no hayan sido fáciles. Me han contado que habéis asumido unas responsabilidades bastante considerables. Y que os las habéis apañado de manera excelente. También me han contado que soy muy temeraria y más de una vez os habéis aventurado en viajes incluso peligrosos y, para colmo, sin escolta. Algo bastante aventurado para una dama de vuestra posición.
Al escuchar estas palabras Lucia bajó la mirada, suspirando. Andrea, al comprender que había tocado una tecla quizás dolorosa para su amada, llevó el discurso por otros derroteros.
―Es verdad, después de los acontecimientos de Urbino, había esperado tenerte a mi lado, de ser asistido por vuestras amorosos cuidados, como en los tiempos del saqueo de Jesi. En cambio me he encontrado en un castillo perdido y solitario con la única compañía de dos bruscos condes montañeses y de un pequeño grupo de servidores.
―Me he asegurado de que fueseis atendido pero no podía quedarme en Montefeltro. Había llegado allí de incógnito sólo para veros. Y ahora que estáis bien, que sois vos...
―Claro, claro, tenéis toda la razón ―y se postró de nuevo a los pies de su amada volviendo a coger su mano entre las suyas ―Os pido humildemente perdón por haberme extendido en inútiles charlas. El fin de mi presencia aquí es uno y sólo uno. El de proponeros ser vuestro esposo. Es extraño que deba pedíroslo directamente a vos, por lo común la mano de una dama se pide a través de su padre o de su tutor. Pero es mejor así. Estoy preparado para declararos mi inmenso amor y creo que también vuestro corazón late fuerte por este caballero, como muchas veces me habéis dado a entender.
Lucia lo instó a levantarse por segunda vez. Andrea se alzó, mientras continuaba sosteniéndole su mano. Sentía el aroma del agua de rosas, que le estaba emborrachando como si estuviese ebrio. Una vez más le vino el impulso de besarla. Acercó con delicadeza su busto al de ella. Le acarició las mejillas con los labios, con un levísimo beso, casi imperceptible. Lucia se retrajo un poco.
―Lo habéis comprendido perfectamente. Sí, estoy preparada para casarme, con una sola condición, que queráis ser el padre de las dos niñas.
―Por descontado. Quiero serlo. Son dos niñas maravillosas y, por lo que veo, bien educadas. Y esto os honra.
―Creo que es el momento de que os vayáis. Deberéis visitar a nuestro amado obispo, el Cardinal Ghislieri, y poneros de acuerdo con él para la ceremonia del matrimonio. Yo me atendré a todo lo que el cardenal quiera disponer. ¡Ahora, idos!
El navío veneciano, por muy estable que fuese, estaba sujeto a movimientos de balanceo y cabeceos mientras se acercaba a la costa. Las maniobras del atraque, además, acentuaban dichos movimientos, de la misma manera que despertaban la náusea y el dolor de cabeza de Andrea. Por las voces de los marineros comprendió que se estaban acercando a la Marina di Ravenna. Desde la pequeña ventana del camarote del comandante se entreveía un espeso bosque de pinos que enmarcaba la costa. Levantándose del catre dio con la cabeza en el techo del camarote que, aunque era uno de las más altos, situado entre el segundo y el tercer puente de popa, siempre sería bajo para su altura. Justo en el momento en que peleaba con una arcada, intentando engullir la bilis que subía desde el estómago, entró en el camarote el Capitano da Mar.
―Nos pararemos aquí, en Marina di Ravenna, durante unos días, con el fin de abastecer la nave de víveres y municiones. Hasta el delta del río padano transcurrirán otros dos días, luego remontaremos el Po hasta Mantova. Desde aquí a Mantova el viaje será mucho menos cómodo con respecto a lo que ha sido hasta ahora. Sobre todo la navegación fluvial creará bastantes problemas. Podremos encontrar aguas poco profundas, tramos del río más estrechos, en fin, no será fácil llegar al destino con una nave tan grande. Acepta mi consejo, desembarca aquí. Te proporcionaré un caballo y una escolta. Vía tierra, llegarás a Ferrara, donde serás huésped por unos días del Duca d’Este, nuestro amigo y aliado. Desde Ferrara a Mantova el camino no es largo. Te enviaré un mensajero en cuanto nuestra nave llegue a la ciudad de los Gonzaga y allí nos reuniremos.
Andrea se sintió aliviado por la propuesta. No veía la hora de desembarcar y poder subir finalmente a la silla de un caballo.
Capítulo 6
La belleza salvará el mundo
(Fedor Dovstoevskij)
Embarrado hasta el cuello, Andrea tenía la frente perlada de sudor, a pesar del frío penetrante de comienzos de un invierno que, a paso rápido, abriría las puertas del año 2019. La administración comunal había sido clara. Cuando llegase la próxima primavera Piazza Colocci debía estar restaurada y las excavaciones arqueológicas, que habían sacado a la luz los restos de los pisos más bajos del viejo Palazzo del Governo, serían enterradas. El conjunto había sido fotografiado, los principales descubrimientos trasladados al nuevo museo arqueológico, en la planta baja del Palazzo Pianetti-Tesei, y ahora ya se le había concedido demasiado tiempo a los ciudadanos, turistas y curiosos para echar una ojeada, totalmente gratuita, a la plaza descubierta. Pero Andrea no estaba satisfecho, en un nivel inferior debía haber restos del antiguo anfiteatro romano. Prueba de esto eran las antiguas pelotas del gioco della palleta, juego que se remontaba a la época de los romanos. Tal juego, conocido también como Harpastum, o juego de la pelota esférica, era parte integrante del entrenamiento de los gladiadores y jugaban a él, sobre todo, las legiones de los cuarteles de las fronteras. Según Andrea, las pelotas encontradas unos ciento años antes en el fondo del pozo del patio interior del Palazzo della Signoria no tenían relación con el juego dieciochesco de la pallacorda9 , como se había creído hasta el momento. En cambio, éstas eran el testimonio de que en aquella zona se desarrollaban, entre el siglo I antes de Cristo y el III siglo después de Cristo, juegos en los que se veían involucrados gladiadores y esclavos, del mismo modo a los que se podía asistir en Roma en el interior del Coliseo. Es verdad, no podía descolgarse hasta el fondo del pozo para derribar las paredes pero según él creía debía haber, por fuerza, un pasadizo desde las habitaciones del antiguo Palazzo del Governo hasta los niveles inferiores. Todo consistía en encontrarlo. Las carísimas mediciones con el radar que había hecho ejecutar totalmente a sus expensas le daban la razón, pero cada vez que pensaba que estaba cerca del descubrimiento sensacional del posible pasadizo había algo que salía mal. Había allí unas cloacas que no se podían tocar sin arriesgarse a inundarlo todo, allí los paneles metálicos como protección y consolidación de los cimientos del Palazzo della Signoria. Aquí restos de hogares10 que no podían ser tocados sino desencadenando la ira del delegado de los Bienes Culturales y Artísticos. Y ahora se había puesto a nevar. Desde el ocho de diciembre, una nevada precoz pero abundante les había impedido trabajar durante unos cuantos días. Luego, cuando la nieve se había disuelto, había dejado tal cantidad de fango que casi era imposible mantenerse en pie dentro de la excavación sin resbalar continuamente. Irritado, aterido, con los nervios a flor de piel, levantó el pico. Daría un picotazo seco al muro del fondo, el que separaba el viejo Pallazo del Governo de los cimientos del actual, terminados de construir alrededor del año 1.500, pero se paró con el brazo en el aire. Algo había llamado su atención de su mirada. El fango, escurriéndose hacia abajo, había dejado al descubierto un detalle que nunca había observado antes. Un arco de medio punto limitado por viejos ladrillos, casi a ras de suelo que estaba pisando y que representaba el pavimento del piso bajo de aquel antiguo edificio,