¿Qué hacemos con Menem?. Martín RodriguezЧитать онлайн книгу.
fiscales, fortalecimiento del Estado y equilibrio de las cuentas públicas (aunque con pocos avances en la construcción de una estructura menos regresiva). Igual que con la Anses, el camino fue la centralización, la digitalización y la preservación mejorada de un organismo con autonomía operativa y diferenciación burocrática: los trabajadores de ambas entidades no forman parte del sistema general de los ministerios y cuentan con esquemas de carrera meritocráticos, sindicatos diferentes y salarios más altos.[11]
Los noventa
¿Cuándo empezaron los noventa? Desde que Eric Hobsbawm decidió que el siglo XX duró solo setenta y siete años, entre el estallido de la Primera Guerra en 1914 y el colapso de la Unión Soviética en 1991, se ha puesto de moda redefinir los períodos históricos con ingeniosa flexibilidad. ¿Cuándo empezaron, entonces, los noventa? ¿Con la asunción de Carlos Menem en 1989? ¿Con el aplastamiento a sangre y fuego del último levantamiento militar? ¿Con la inauguración del Alto Palermo, sugestivamente un 17 de octubre (de 1990)? ¿Con la primera tapa de “Las ondas del verano” de la revista Gente?
Los noventa empezaron el 27 de marzo de 1991, cuando el Congreso sancionó la Ley de Convertibilidad y Cavallo se incorporó al gobierno: la súbita interrupción del proceso inflacionario que venía atormentando a los gobiernos de las últimas tres o cuatro décadas, la refundación del consumo de masas (el menemista fue el segundo boom de consumo popular después del primer peronismo) y el programa ampliado de apertura, desregulación y privatizaciones pusieron fin al sueño cafierista de socialdemocracia peronista y lo reemplazaron por un peronismo neoliberal que colocó a los cuadros de la Renovación (políticos profesionales cocinados al fuego inclemente de la derrota alfonsinista) al servicio de una reconversión total a los nuevos vientos de la historia. Una renovada alianza de clases: los pobres encerrados en sus territorios, las élites liderando el cambio cultural y una parte de la clase media invitada a la fiesta: partir la clase media para poder gobernarla. El de Menem fue un proyecto regresivo y excluyente, letal para la parte de la población que quedaría afuera de casi todo, pero atractivo para el sector de la sociedad que conseguiría subirse a la ola: “los ganadores”, expresión que con el tiempo haría escuela.
Segundo protagonista después del presidente, Cavallo fue el primer superministro de Economía desde la recuperación de la democracia, un lugar que luego solo lograrían ocupar Roberto Lavagna y Axel Kicillof (no casualmente, de los pocos que después de pasar por el ministerio encararían carreras electorales). Sobre todo al comienzo, Cavallo resultaría decisivo para subrayar el giro ideológico de Menem y ordenar la gestión según un paradigma que se construía teóricamente al mismo tiempo que se aplicaba en la práctica. Cavallo completaba a Menem, le agregaba la credibilidad internacional, la solvencia técnica y la claridad de fines que le faltaban al riojano, un político de la pura intuición. Solo una personalidad como la de Menem, tan hipersegura de sí misma como irresponsable, podía tolerar a su lado a un cruzado como Cavallo, que le hablaba al país con el intenso brillo maníaco de sus ojos color turquesa.
[7] Agradezco los comentarios de Emmanuel Álvarez Agis y Pablo Gerchunoff a este texto. Buenas, regulares o malas, las ideas corren por mi cuenta.
[8] Pablo Gerchunoff y Juan Carlos Torre, “La economía política de las reformas institucionales en Argentina. Los casos de la política de privatización de ENTel, la reforma de la seguridad social y la reforma laboral”, Documento del BID, disponible en <www.publications.iadb.org.es>.
[9] Steven Levitsky, La transformación del justicialismo. Del partido sindical al partido clientelista, 1983-1999, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005.
[10] Guillermo Bocchetto, “Los ciclos económicos y la política tributaria en Argentina: Desde la crisis del 30 hasta finales del siglo”, Cuadernos del Instituto AFIP, nº 18, 2010, disponible en <www.afip.gob.ar>.
[11] Una interesante historia de los cambios se encuentra en Alexandre Roig, “La Dirección General Impositiva de la Agencia Federal de Ingresos Públicos (AFIP) de la Argentina”, Working Paper Series, septiembre de 2008.
3. Fukuyama en las pampas
Tomás Borovinsky
1989: el año del reset argentino. Un tiempo que coincide con uno de los cambios históricos más importantes de la era contemporánea. Es el momento del popular paper de Francis Fukuyama, “¿El fin de la historia?”, convertido en libro poco después.[12] Libro de época. Best seller. Más comentado que leído en la posteridad, también. Los textos son importantes por su apuesta a perdurar y/o como indicadores de un tiempo. Así funciona el Fukuyama del fin de la historia. Momento en que la Argentina continúa con su transición a la democracia, con su primer cambio de mando en medio de una crisis económica y social histórica, con la Guerra Fría descascarándose. Con ese alineamiento de planetas llega Carlos Menem al poder.
¿Cuál era el planteo de Fukuyama? Recuperando a Wilhelm Friedrich Hegel, Karl Marx y Alexandre Kojève, Fukuyama sostiene que hemos alcanzado el fin de la historia y la victoria del liberalismo económico y político. A los ojos de esta filosofía de la historia, la historia sería lineal e iría como una calle de dirección única: de Oriente a Occidente. “La historia debe comenzar con el imperio chino”, decía Hegel en su obra sobre la filosofía de la historia.[13] La historia tendría un principio y un final. Eso repetía el filósofo ruso-francés Alexandre Kojève en sus seminarios sobre Hegel en París entre 1933 y 1939. Kojève, introductor de Hegel en Francia, es la principal referencia teórica de Francis Fukuyama en su ensayo. Los acontecimientos posteriores al último acto de la historia temporal –es decir, el triunfo de las tropas napoleónicas, en 1806, contra el ejército prusiano en la batalla de Jena– son leídos por el pensador ruso-francés desde esta lógica que hace posible entender la Revolución china como la mera introducción del código napoleónico en la nación asiática. Asimismo, los soviéticos serían desde la irónica mirada de Kojève simplemente estadounidenses pobres, que en un futuro no muy lejano devendrán rusos ricos. ¿Qué hay después del final de la historia? El “alineamiento de las provincias”. Porque el final de la historia puede ser el Estado prusiano de Hegel, el comunismo marxista o el triunfo de la democracia liberal de Fukuyama.
Como es obvio, el año 1989 no fue la primera vez que se habló del final de la historia ni del triunfo de la administración de las cosas por sobre los conflictos. Es la utopía –para muchos una pesadilla– de un mundo pacificado y reconciliado consigo mismo, sin política. Y si 1989 no fue la primera vez tampoco será la última. El fin de la historia es un sueño eterno. Y Carlos Saúl Menem llega al poder en este clima mundial de desmovilización política y de ascenso de las tecnocracias en múltiples niveles. Es el tiempo pospolítico de los gestores, los especialistas y los técnicos. Eso no quita que no fuera también un momento, pese a todo, eminentemente político. El menemismo fue a su modo un canto a la autonomía de lo político. Fue la recuperación de la gobernabilidad.[14] Bajo la figura fukuyamista, podríamos decir, se escondía un liderazgo carismático que hacía y deshacía en nombre de la modernización y el progreso. Paz, administración y Movicom.
Esperando a Menem
Lucio V. Mansilla escribió un libro sobre su tío, Juan Manuel de Rosas, cuyo cuerpo justamente Carlos Menem se ocupó de repatriar. Mansilla sostenía allí: “Parece ser una ley sociológica de la evolución transformista argentina que cada década, año más o menos, tenga lugar una crisis o una explosión”.[15] La ley sociológica de Mansilla, acuñada en 1898, organiza también la historia del último medio siglo en una línea de tiempo cortada por crisis profundas: 1975, 1982, 1989, 2001. En democracia, en dictadura y en democracia, estas crisis implicaron verdaderos eventos tectónicos económicos que transformaron la corteza social argentina. De hecho, podríamos decir que la ley de Mansilla se queda corta: en el último