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Papeles de Ana. Maria Ines KrimerЧитать онлайн книгу.

Papeles de Ana - Maria Ines Krimer


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dando vueltas alrededor de la tierra, sin poder escribir una palabra. La cubana me apretó fuerte la mano. Lloraba, estaba emocionada. Se llama como yo, dijo, hasta ese momento no sabía su nombre, para mí ella era la cubana, yo era la argentina. Con Valentina nos hicimos amigas, como había perdido el equipaje y usaba siempre lo mismo le regalé dos vestidos. Ahora andamos todo el tiempo juntas, somos como carne y uña. El día libre me arrastró hasta la plaza Komsomolskaya, ahí las kurves se acercan a los hombres para ofrecerles sus servicios a plena luz del día, pero a Valentina no se le movió un pelo porque eso es muy común en Cuba. Ella está muy interesada en la Argentina. Me pregunta todo el tiempo por el Che, para sus compatriotas es un héroe, hay fotos por todos lados. Tuve que inventar que lo conocía aunque no figuraba en ninguna de las revistas del tío. También fuimos al mercado para comprar unas mamushkas, había de todos los precios y tamaños. Ahí solucioné el tema de los regalos, elegí de distintos colores para cada una de las tías y otras para la vecina. Todavía tengo pendiente el de ustedes, no les iba a comprar lo mismo. Valentina es una luz para los números, hizo las sumas y las restas, se las arregló para regatear con un ruso y hasta me sobraron unos rublos. Me invitó a pasar unos días en La Habana.

      No tengo mucho más para contarles. Espero que estén bien, les mando un abrazo y saludos a todos en la calle Diamante.

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      P.D.: La Fede me invitó a publicar un cuento en la revista Juventud.

      • • •

      Queridos padres:

      Hace unos días que pensaba escribirles esta carta y lo que me detenía era que no estaba muy convencida de lo que iba a decirles. Recién recibo la que ustedes me enviaron. Paso por alto mucho de las cosas que me dicen porque entiendo que para unos padres es doloroso que su única hija se quede con sus tíos en Buenos Aires después de un viaje tan largo. Deben pensar que la tía Sara no solo se quedó con la propiedad de la casa de la calle Diamante sino que, como escuché en una conversación por teléfono, ahora es una robahijas. También entiendo la preocupación de ustedes porque mi estadía se estira demasiado y puedo perder el año del secundario, pero la tía dice que lo rindo libre y listo. Les mando estas líneas para que se queden tranquilos en ese sentido.

      Siento mucho la muerte de la hija de la vecina. Recuerdo lo mal que la pasó esa chica con la polio, la pierna entre las barras de metal. A veces charlábamos sentadas en el escalón de la casa. Le gustaban los caramelos mentolados y la madre me agradecía las Radiolandias viejas. ¿Hubo misa de cuerpo presente en la iglesia del Carmen? Perder a un ser querido es terrible, no quiero ni pensarlo. ¿Recuerdan a Valentina, la chica cubana? Les conté que durante el viaje a Moscú nos hicimos íntimas, andábamos juntas para todos lados. La despedida nos costó un montón. Yo le propuse venir a la Argentina, en el piso de Caballito sobran habitaciones, ahí puede dormir un regimiento. Pero el gobierno cubano no la deja salir, así que ahora el único consuelo es escribirnos.

      Pero dejémonos de cosas tristes, les cuento la fiesta que organizó el Partido para agasajar a los que viajamos al Festival de la Paz, era bastante pobretona, solo empanadas, gaseosas y vino. Todo se tuvo que hacer a escondidas porque acá los festejos están prohibidos desde que derrocaron al presidente Illia, ahora el que manda es el general Onganía. A mí me dio lástima que lo sacaran porque era un viejito simpático, aunque no conocí al zeide me lo imaginaba parecido. Según el tío, la revista Primera Plana publicó los dibujos de un humorista donde presentaban a Illia como una tortuga y a nadie le gusta que el país esté conducido por un animal que camina tan despacio.

      Para disimular ante las autoridades, la fiesta se hizo en el Peretz de Villa Lynch. Unos días antes la tía me llevó a Harrod’s y me compró ropa y zapatos nuevos, fuimos en el auto del tío. El chofer se quedó esperando en el estacionamiento mientras nosotros paseábamos por los pisos tapizados con alfombras rojas. Nunca vi tantas cosas lindas juntas en mi vida. ¡Un uniformado manejaba el ascensor! Después tomamos el té con masas en la confitería del primer piso. Ahí la tía Sara me contó que cuando ella era chica la hermana de la bobe, la tía Malke, las llevaba con todas sus hermanas una vez al año a esa misma tienda y las vestía de pies a cabeza. Me parece que esa parienta misteriosa es la de la foto que había en el cajón de la bobe, la mujer del collar de perlas (qué raro que ustedes nunca me contaran esa historia).

      Cuando volvimos al piso de Caballito, nos esperaba la cena en el comedor principal. Individuales de lino, platos de porcelana, copas de cristal. La entrada era un pionono con atún y después venían los varenikes de papa, de postre, helado de sambayón. Ya casi reviento con el té de Harrod’s, igual probé de todo un poco. Como les contaba, el piso de Caballito tiene cuatro dormitorios, yo duermo en el de huéspedes, debajo del póster, le pegué la foto de mi amiga cubana con chinches, ¡las dos Valentinas juntas! El de los tíos tiene un baño en suite, es uno privado para que no te vean cuando hacés pis y lo otro. Los placares son tan grandes como la pieza de servicio. En la cocina hay dos heladeras, una es para la familia y en la otra se guarda la comida de las shikses. Hay una Osterizer, importada de Estados Unidos, que es como una licuadora orquesta, hace jugos, pan rallado, pela arvejas, rebana papas y hace mayonesa, no sé para qué la tía Sara necesita dos empleadas si la máquina hace de todo.

      Pero lo mejor es la biblioteca, paso muchas horas ahí adentro, como lo hacía en la de Paraná, ¿se acuerdan?, esa que tenía un busto de Florentino Ameghino en la entrada. Solo que acá no hay olor a humedad. Me instalo en un sillón de pana color bordó, leo todo lo que se me antoja. Hay estantes de roble con libros que van del techo al piso. Una máquina de escribir casi sin uso, en el estudio jurídico las cambiaron todas. El sector del tío tiene los tres tomos de El capital y las obras escogidas de Lenin, pero hay un mueble más chico donde están los de la tía, ahí encontré Un cuarto propio de Virginia Woolf. Copié un párrafo en el cuaderno Rivadavia donde ella anticipa las dificultades que tendrá una escritora si se casa: primero están los nueve meses anteriores al nacimiento del bebé. Después nace el bebé. Luego se dedican tres o cuatro meses para amamantarlo. Después hay que pasar cinco años jugando con el niño, al parecer no se puede dejar que anden corriendo por ahí. Quienes los han visto correr como salvajes dicen que no es un espectáculo muy agradable.

      No sé bien por qué escribo todo esto, otra vez me voy por las ramas. En la entrada del Peretz de Villa Lynch había unos custodios, nos dejaron pasar sin pedirnos documentos, solo con la tarjeta de invitación. Nos sentaron en la mesa de la cabecera. El tío me presentó a los miembros del Comité Central, entre todos sumaban más de mil años: Es mi sobrina, fue nuestra representante en el Festival de la Paz. Los hombres tenían los dientes amarillos. Mientras comía una empanada, el tío se puso a discutir con el que estaba al lado el precio de un cuadro que un tal Berni iba a donar para recaudar fondos. Yo me di cuenta de que por acá circulan muchos artistas, en el Partido hay escritores y no todos serán tan resentidos, espero, como Abelardo Castillo. También me enteré de que a nosotras nos resulta difícil publicar, el Comité tiene mayoría de hombres y se ríen mucho de las mujeres con ciertas aspiraciones literarias. Hay un responsable que determina qué se publica y qué no, tiene un ojo de águila y no te deja pasar una. A una amiga de la tía Sara la criticaron desde que escribió una novela, y eso que está casada con uno de los dirigentes del Partido. El responsable dijo que el libro no respetaba las directivas del Central y el suplemento literario del diario La Nación (el tío lo compra todos los días) opinó: bastante bueno para ser escrito por una mujer, pobre Virginia Woolf si hubiera nacido en Argentina. Desde que estoy acá escribí otro cuento porque no tengo nada más que hacer que leer y pasear, entre la tía Sara y las shikses se encargan de todo.

      Después de que terminaron los discursos, empezaron los números en vivo. Cuando Los Trovadores aparecieron en el escenario, la tía Sara me dijo que me podía sentar en la mesa con los jóvenes. Suspiré de alivio, me dolía la boca de sonreír a tanto vejestorio. Me tocó al lado de un chico que no conocía. Al principio no me dirigió la palabra y como tampoco podíamos hablar porque la música estaba muy alta me pasó un papelito con su nombre y un número de teléfono. Yo le escribí el del tío en una servilleta de papel. Norberto Grossman me llamó el fin de semana para invitarme a pasear por Palermo. Me puse uno de los vestidos de Harrod’s, me pellizqué las mejillas como hacía la bobe y le robé a la tía Sara un poco


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