El Encargado De Los Juegos. Jack BentonЧитать онлайн книгу.
Croad le había traído más listas y, tan pronto como fue capaz, llamó a un hombre llamado Evan Ford, con la indicación de detective inspector entre corchetes junto a su nombre, seguido por una nota que decía: «en caso de que quiera comprobar que Den está realmente muerto».
Ford aceptó ver a Slim en el pueblo cercano de Stickwool. Reticente a que Croad le acompañara, Slim caminó hasta la carretera principal, donde tuvo la suerte de poder detener a un autobús local que pasaba y que lo dejó en las afueras del pueblo.
Ford llevaba una chaqueta ligera de paseo y tenía un bastón sobre sus rodillas. Su pelo se arremolinaba en mechones y unas gafas descomunales hacían que pareciera un agente de policía tratando de pasar inútilmente inadvertido. Se levantó para sacudir la mano de Slim y luego pidió a la única camarera dos cafés antes de que Slim hubiera podido siquiera ver una carta.
—Oí que podía llamarme en algún momento —dijo Ford como bienvenida—. ¿Es usted quien pregunta por Dennis Sharp? Algo acerca de una herencia.
—Es una cantidad pequeña —dijo Slim, sofocando un suspiro, sintiendo una creciente frustración por su disfraz y por la capacidad de Croad de adelantarse en cualquier caso en que podría haber planteado algunas respuestas decentes.
—¿Y necesita una prueba de su muerte antes de poder pasar a su pariente más cercano?
—Algo así.
Ford sacó un sobre de plástico.
—Tengo una copia de su certificado de defunción —dijo—. No es el original, me temo. Ese está en el registro público correspondiente. Puede verlo si pide cita.
—Estoy seguro de que no será necesario. —Slim miró el documento, fingiendo interés. Podría ser fácilmente falsificable si estuviera en medio de alguna extraña conspiración, pero ¿qué sentido tendría?
—¿Usted era el oficial a cargo de la investigación? —dijo Slim devolviéndole el documento a través de la mesa y mirando al frente—. ¿Puedo preguntarle si había alguna señal de manipulación?
Ford sacudió la cabeza.
—Ninguna. El accidente de Dennis Sharp tenía todas las trazas de un hombre conduciendo demasiado aprisa en un camino que conocía muy bien, confiándose y cometiendo un error en unas condiciones bastante malas para conducir, un error que le costó la vida.
Slim se inclinó hacia delante.
—¿Y no había ninguna manipulación en el coche?
—Era un coche viejo. Sharp no era rico. Podían haber ido mal media docena de cosas en ese coche. ¿Pero señales evidentes de manipulación? —Ford sacudió la cabeza—. La investigación no encontró ninguna.
—Oí que Sharp había sido absuelto recientemente de un ataque sexual a Ellie Ozgood, la hija de un terrateniente local.
—Absuelto, no. Nunca llegó a juicio. La chica retiró los cargos.
—He oído rumores de que tenían una relación.
—¿Qué tiene eso que ver con una herencia?
—Bueno —dijo Slim—, si hubiera un hijo de su relación, significaría un buen pellizco.
Ford sacudió la cabeza.
—Creo que debería buscar en otro lugar para un pariente más cercano.
Slim asintió mirando el sobre.
—¿Qué más tiene?
—Croad me dijo que sería persistente. ¿Todos los abogados de herencias son como usted?
Slim contuvo una sonrisa.
—Oh, somos como tiburones.
—Creo que su madre es su único pariente vivo. Tratamos de contactar con el padre que parece en el certificado de nacimiento de Dennis, Julian Sharp. Pero descubrimos que había muerto en los noventa. Dennis también tenía un hermano más joven, pero también está muerto.
Slim frunció en entrecejo. La muerte parecía perseguir a Dennis Sharp como una sombra.
—Acabo de conocer a su madre —dijo—. Sin un análisis oficial, creo que no está lo suficientemente bien de la cabeza como para manejar un fideicomiso. ¿No hay otros hermanos? ¿Primos? ¿Tal vez un hermano o hermana nacidos fuera del matrimonio dados en adopción?
Ford frunció el ceño.
—Es raro que lo diga.
Slim encogió los hombros.
—No estoy convencido de que aquí no pueda haber más parientes carnales que su madre.
—Una actitud bastante esnob, ¿no cree? Está suponiendo que la gente del campo no hace más que aparearse.
Slim se inclinó hacia delante, preparando su tono más condescendiente, consciente de que confirmaría su disfraz de abogado de la ciudad.
—¿No es así?
Ford se puso en pie.
—Creo que hemos acabado, Mr. Hardy. Espero que mi información le haya sido útil. —Luego se fue, levantando teatralmente la cara.
13
Capítulo Trece
A pesar de las advertencias de Croad, después de tomar un autobús de vuelta a Scuttleworth, Slim atravesó el pueblo. Subió unos escalones hasta un camino rural, subiendo la colina hasta que consiguió ver el matadero. Lejos de ser el destartalado alojamiento de sufrimiento y muerte animal que siempre había imaginado para esos lugares, era un bloque industrial limpio y compacto rodeado por un estacionamiento asfaltado y una alta alambrada.
Los años de bebedor habían perjudicado a la antigua forma física militar de Slim, pero sus ojos todavía eran lo suficientemente buenos como para apreciar las cajas rectangulares en lo alto de postes que tenían que ser cámaras de un circuito cerrado de televisión. Objetivamente, no los culpaba: la amenaza de intrusos activistas estaba ahora por todas partes, sin que importara lo humano o ético que fuera su proceso de producción. Slim no tenía nada en contra de los derechos de los animales, que incluían comerse un filete y acariciarle la cabeza a una vaca.
Aun así, una gran empresa era una gran empresa. Y la tuya podía estar cortando animales en rebanadas o llevándose porciones de planes de pensiones, pero era raro encontrar una empresa sin algún esqueleto escondido en su armario.
Slim sacó su Nokia y desdobló una hoja de papel guardada en la funda de su teléfono detrás del aparato. Una lista de antiguos contactos del ejército, todos los que habían logrado algo en la vida sin odiarlo. La hermandad del pelotón era más fuerte que la carnal y él había recibido un par de favores a lo largo de los años. A cambio, había hecho todo lo posible por pagar sus deudas: descubriendo a un socio estafador para uno, creando un fondo de jubilación para otro, incluso ayudando a construir una caseta para un tercero.
Llamó a Donald Lane, un viejo amigo del ejército que había fundado una consultoría de inteligencia en Londres después de dejar las fuerzas armadas. Donald se había especializado en trabajos para la policía y el gobierno, pero había ayudado a Slim en otros casos anteriores.
—Don, soy Slim. Han pasado ya unos meses, ¿qué tal te va?
—¿Slim? Qué gusto hablar contigo, tío. Yo sigo igual. ¿Tú también? ¿Te las arreglas?
Slim sonrió.
—En realidad estoy mejor que hace bastante tiempo. Don, necesito una investigación de antecedentes de una empresa.
—¿Eso es todo? Es fácil. ¿Qué buscas?
—Todavía no estoy seguro. Podría no ser algo que no tuviera nada