Estereotipos interculturales germano-españoles. Autores VariosЧитать онлайн книгу.
para ir a la misión americana, algo que puede considerarse realmente poco habitual, teniendo en cuenta su, para aquella época, avanzada edad de cuarenta años. Además, las cartas nos revelan también que Segesser padecía cólicos y otras molestias corporales, que sin embargo no disuadieron a sus superiores para elegirlo para esta tarea. Su recorrido le llevó de Ellwangen a Múnich, de allí a Hall e Innsbruck, Trento y Génova (el 7 de junio), desde donde un barco trasladó al sacerdote y a sus compañeros a España. Atracaron el 3 de agosto en el puerto de Cádiz, donde, sin embargo, tuvieron que quedarse durante diez días en cuarentena sin salir del barco. Pero la flota que iba a América partió tan pronto que los Jesuitas no pudieron unirse a ellos, entre otras cosas porque algunos compañeros del grupo todavía no habían llegado a Cádiz. Para pasar de forma más amena este tiempo adicional de espera viajaron a Sevilla, donde había más posibilidades de alojamiento para todos (Schmuck, 2004: 102-109).
Segesser sufría de manera intensa, como todos los demás europeos del norte, bajo el calor sofocante, que no era en absoluto recomendable para su estado de salud; pero ello no le impidió escribir de forma asidua cartas a su casa e informar detalladamente sobre sus apreciaciones en Sevilla. Así, el 18 de octubre de 1729 comenta en primer lugar la construcción de la Casa de los Profesos:
Realmente todo está bastante bien en el Hospicio Indio de Sevilla, el cual fue construido para los misioneros indianos según el estilo español. Es, como los demás edificios en el resto de la ciudad, bastante chapado a la antigua siguiendo el estilo gótico.
Pero aún elogia más los jardines y los frutos que crecen en ellos, que dejan en la sombra todos los que él conocía hasta ahora en Alemania:
Tenemos aquí un hermoso jardín con limoneros y naranjos, casi tan altos como nuestros perales y aun más altos que nuestros manzanos, de los cuales cuelgan los frutos como si fueran uvas durante todo el año. Hasta ahora he comido durante este viaje más uvas de las que haya comido durante toda mi vida.
El vino español, por el contrario, es juzgado de forma crítica, pero muy probablemente se refiere a un vino de Oporto: «Sin embargo, el vino no es un malvasía o un moscatel, lo que allí solemos tomar como vino español, sino como un brandy, también por el olor, por lo que yo tomo agua y en todo el día apenas bebo un vasito de vino». Tan pronto como dirige su mirada a la cocina o al sótano, se siente horrorizado, como reconoce de manera descarada:
Sobre cómo y de qué manera cocinan los españoles habría mucho que decir, pero me temo que se les quitarían las ganas de comer si lo describiera de forma detallada. Ayer entré en la despensa y vi todo tipo de cosas que no deberían estar allí, junto a las viandas. Al lado de la manteca, o como ustedes dicen, del pringue, estaba el gorro del cocinero envuelto en pelo.
Segesser juzga con un desprecio considerable la formalidad con la que las personas se presentan en público, y que incluso temían llevar ropas sencillas en el trabajo:
He visto también otros artesanos, casi todos ellos extranjeros, porque ningún español se digna prestar ese servicio o trabajar en algo, incluso el campesino en el campo lleva su capa mientras ara, para parecer un español, por esa razón no se ve a nadie sin capa, salvo el oficial y los soldados que cruzan los callejones y pueden quizá esconder sus narices allí para evitar el olor que se percibe en las callejuelas.
Esta situación se ve empeorada por el hecho de que, como él señala, la basura doméstica es simplemente lanzada a la calle, aunque precisamente las mujeres transitaban de un lado a otro con largos remolques: «Todas las mujeres, y también los niños, llevan como las monjas, un velo negro en la cabeza, y sobre la falda, igual que algunos curas, llevan una larga cola, que se lava de lo lindo en los lodazales de excrementos».
En principio queda todo bajo una impresión algo fragmentaria, sin un análisis profundo o consideraciones sistemáticas, al igual que en muchos otros viajeros, a pesar de que Segesser pasó muchos meses en Sevilla y realizó estudios intensivos de lengua, como él destaca en una carta escrita en latín a su hermano el 26 de diciembre de 1729. Esto no parece tan sencillo, y así lo señala Segesser en una carta posterior escrita a su madre el 30 de enero de 1730: «Todos los que levantan una misión allí hablan español, excepto nosotros, alemanes, a la que no podremos contribuir mucho en la confesión, pero sí en el empeño por hablar, algo que sólo con el tiempo podremos conseguir». Al viajero alemán le llama especialmente la atención la cantidad de dulces de todo tipo que encuentra en Sevilla, de los cuales envía algunos a su familia: «Tienen que contener bastante mazapán» (carta a la madre del 20 de enero de 1730). Obviamente, Segesser tampoco pudo dejar de comentar el típico clima andaluz:
Hasta ahora no he visto nieve ni hielo, a pesar de que durante la noche, que a veces comienza a las cinco de la tarde y se extiende hasta las siete de la mañana, hace bastante fresco, otros días sin embargo, son tan cálidos como en mayo en Alemania y por eso pueden verse bonitas flores y arbustos en esta época (ibíd.).
El autor recurre una y otra vez a acontecimientos anecdóticos que adornan su relato epistolar. Entre ellos encontramos también referencias a pequeños regalos que podían adquirirse en Sevilla y que procedían de China y las Filipinas (ibíd.), lo que nos da una idea del comercio internacional que ya en aquel momento tenía lugar en España, incluso de objetos religiosos, algo de lo que también sacaban provecho los misioneros jesuitas y otros viajeros.
En primer lugar envío en este paquete, recubierto por fuera con tejido de lino cosido, seis imágenes votivas, las cuales han sido traídas de China por el Padre Procurador, que está destinado en las Islas Filipinas, y por el Padre Provincial de la provincia mejicana, y con las que he sido obsequiado recientemente por ambas partes.
Segesser se esforzaba por hacer partícipe a su familia con regularidad de sus experiencias a través de cartas y regalos, porque, de hecho, para él y para el resto de los suyos en Suiza, la Andalucía en la que se encontraba resultaba ser un mundo realmente extraño del que no dejaba de sorprenderse. En realidad, su atención se centraba de manera especial en aquellos objetos que, procedentes de Asia o de América, llegaban al mercado español y que en cierta forma le transmitían algo de su futura aventura en América. Por el contrario, las condiciones de España en sí misma las consideraba con bastante más desdén.
Es difícil valorar hasta qué punto su situación especial en la Casa de Profesos de Sevilla influyó en su punto de vista o si sus comentarios poseen de hecho un carácter representativo:
Todos los días, todos los santos días del antiguo y mismo modo, sólo el domingo tiene algo especial, en primer lugar nos dan una sopa y dentro un trocito de carne de cerdo asada, después queso Brie sin pan, pero bastante graso, en tercer lugar olla o carne de cordero con judías verdes y un pequeño trozo de manteca de cerdo, por encima cubierto con oliva o con cebollas para el fosfato, hasta aquí el tratamiento del domingo: nada de carne de ternera o de vacuno desde que estoy en España, tampoco he visto hasta ahora ningún asado, y sin embargo nos encontramos todos bien, por lo menos yo (carta a su hermano del 1 de mayo de 1730).
En cualquier caso, la algo aburrida rutina diaria influía en la percepción del mundo extraño de Andalucía, de tal modo que a menudo se veía obligado a contar en sus cartas situaciones irónicas o graciosas, como por ejemplo:
El otro día mientras paseaba y delante de mí transitaban algunas de esas mujeres con unas de esas colas, llegó un burro bien cargado pisando por encima del estiércol y no encontró otro lugar, que pisar con las cuatro patas encima de una de esas colas, lo que nos provocó tanto a mí como a los otros una carcajada.
En otro orden de cosas encontramos pequeñas apreciaciones como esta: «En España no se encuentra ni un libro en alemán, ni tan siquiera la Helvetica Sancta» (carta a la madre del 22 de mayo de 1730). Segesser se refiere a una colección de leyendas de santos que conocía de Suiza, pero que en el mercado editorial español no le había sido posible encontrar ni en español ni en alemán.
En general tenemos que ser prudentes con nuestra investigación, ya que Segesser descarga algo de su frustración y de su larga y vacía espera en su entorno social, y se mofa de los españoles de manera bastante injusta, como en el fondo él mismo reconoce: «Por lo demás