Etnografía y espacio. Natalia Quiceno ToroЧитать онлайн книгу.
y sitúan los sueños como un fenómeno individual, más que social. La autora se pregunta por los sueños dentro del campo de estudio de la antropología visual y como espacio con un vínculo fluido con la realidad. Los sueños entre los wayúu representan un desafío para quien hace etnografía al abrir una dimensión que estructura la existencia. Acercarse a ellos es un ejercicio colectivo que exige otras formas de atención e indagación. Los sueños establecen un vínculo con otros mundos. Demandan acciones y anuncian transformaciones para la existencia en vilo. Hablan del destino y de los modos de restablecer un vínculo con los ancestros o de evadir peligros en el presente.
En el capítulo III, Eulalia Hernández propone una reflexión acerca de la etnografía como medio para dar cuenta, en el análisis histórico, de los relatos y la cultura material de los espacios, así como de las prácticas y las experiencias de los cuerpos. Después de discutir la relación entre etnografía y archivo, la autora hace un recorrido por lo que emerge al emplear la etnografía para acercarse a un universo documental particular: el Archivo Histórico Judicial de Medellín. A través de esta, es posible reconstruir la vida social de los objetos, las estéticas, las emociones de sujetos anodinos y revivir las formas cotidianas de habitar y recorrer los espacios.
El deseo de revivir espacios y, más allá, mundos cotidianos que ya no existen, es también el punto de partida de Andrés Góngora y coautores en el capítulo IV. La inquietud de un colectivo de jóvenes, Free Soul, que habían habitado “La L” –el nombre que ellos mismos le dan a la calle bogotana comúnmente conocida como el Bronx–, sirve de anclaje a un trabajo etnográfico y participativo, y a un proceso de investigación sobre las representaciones de este lugar en los medios locales y las intervenciones urbanas de los gobiernos local y nacional. En contraste con lo que los autores reconocen como unas “narrativas del desprecio”, se describen y presentan otras narrativas construidas desde herramientas etnográficas en diálogo con la cartografía, el arte y la militancia antiprohibicionista.
El capítulo V, escrito por Fernando Ramírez, hace una revisión de casos en diferentes ciudades latinoamericanas en los que la comunidad lgtbi despliega formas singulares de apropiar los espacios urbanos. La herramienta con la que el autor navega estos contextos es el concepto sentidos de lugar, que da cuenta de la capacidad de estos sujetos de desafiar los códigos de la ciudad heteronormativa. Desde esta perspectiva, el rito iniciático y la circulación cosmopolita, la memoria de los lugares y la socialización deportiva, la fiesta y las rutinas de desplazamiento aparecen como formas alternativas y transgresoras de producir espacio. El autor propone además una reflexión inspiradora acerca de la producción académica, que nos invita a cuestionar una “escritura descarnada” y a recordar cómo los cuerpos de quienes hacen etnografía y escriben se entrelazan con las personas y los lugares que se describen.
En una línea muy afín de reflexión acerca del lugar de quien hace etnografía, y también en el campo de indagación acerca de la sexualidad y el género, Laura Oviedo se pregunta, en el capítulo VI, por los espacios digitales como una ventana para etnografiar los tránsitos de género entre hombres trans en YouTube. Analiza la relación entre la producción de contenidos virtuales y la producción de los cuerpos trans. Esta exploración lleva a la autora a preguntarse por su propio rol como antropóloga, por las tensiones de método entre hacer una etnografía “análoga” y hacer etnografía virtual, y por la virtualidad como espacio para militar con las disidencias sexuales.
En el capítulo VII, Ángela Facundo revisita sus investigaciones con refugiados colombianos en el sur de Brasil para pensar las formas como los tránsitos, movimientos e intentos de sedentarización se configuran desde las experiencias de las personas y su necesidad de gobierno. La categoría de espacio aparece asociada a diversos tipos de movimientos que articulan relaciones y experiencias entre personas, lugares, políticas, estados, organizaciones no gubernamentales (ong), organismos. Su etnografía evidencia cómo la dimensión espacial en la vida de los refugiados está fuertemente anclada a lo que ella denomina las “experiencias burocrático-existenciales”, donde se negocian constantemente las posibilidades de moverse o permanecer. Este capítulo propone una discusión acerca de los espacios y la visión, abstracta, reductora y a veces caricaturesca que precede a la etnografía. Estar en el espacio hace posible apartarse de estas visiones y abre espacios para la creación conceptual.
Partiendo también desde este punto de vista, el capítulo VIII, escrito por Santiago Valenzuela, propone una narrativa que no esconde la afectación que tiene el encuentro etnográfico tanto en los sujetos que indagan, como en aquellos cuyas vidas se describen. Estudiando las rutas de africanos, asiáticos y caribeños por el Urabá antioqueño, Valenzuela reflexiona acerca de las implicaciones de una etnografía de lo transitorio, de fenómenos que, a diferencia de las etnografías clásicas, no se producen en lugares fijos y bien delimitados, o siguen circuitos regulares. El autor describe los momentos casi fugaces en los que logra interactuar con los migrantes que pasan unas pocas horas o unos pocos días por el puerto de Turbo, antes de continuar por el Darién su ruta hacia Estados Unidos. Este carácter efímero lo lleva a interesarse por las infraestructuras precarias y los roles que el tránsito va haciendo surgir.
Por su parte, el capítulo IX se localiza en un contexto de discursos alrededor de los usos del espacio, la tierra y el territorio en contextos de conflicto ambiental. Surge de un largo proceso de investigación de su autor, André Dumans, en el norte del estado de Goiás, en Brasil. Los discursos que emergen y estructuran el conflicto ambiental hacen parte de la etnografía como práctica de conocimiento, y moldean tanto las interacciones del etnógrafo en campo, como sus análisis. Una tendencia dentro de estos discursos consiste en hacer visibles las formas de arraigo al territorio y las formas de desterritorialización. Coexiste con esta tendencia otra que hace énfasis en el “retorno al cautiverio”, un estado en el que algunos grupos sociales no logran el rebusque del sustento y arraigarse a través del movimiento. El autor se pregunta por las maneras en que estos discursos se articulan y, al hacerlo, reflexiona acerca de la etnografía como forma de conocimiento.
En el capítulo X, Mateo Valderrama presenta un panorama de transformaciones en los vínculos que los campesinos de San Francisco, Oriente antioqueño, han tenido con su espacio a causa del desplazamiento forzado. En dichas transformaciones ha jugado un rol protagónico la creación de periferias e imaginarios geográficos por parte del Estado y sus modelos económicos, extractivos y de ejercicio de la violencia. El autor narra el proceso de reconstrucción de vínculos posterior al desplazamiento que tuvo lugar en la región en la década de los noventa. Narrar, recorrer y trabajar hacen parte de las formas cotidianas pero contundentes a través de las cuales los campesinos combaten los modelos impuestos por el Estado, cuya comprensión, nos recuerda el autor, pasa por la dilucidación de los anclajes al capitalismo global que constituyen los lugares.
Desde una lectura vivida de la tragedia de Mocoa en 2017, el libro cierra con el capítulo XI, escrito por Simón Uribe. En este se interpelan las interpretaciones hegemónicas de las causas de la avenida torrencial que dejó cientos de víctimas mortales y arrasó distintos barrios de la ciudad. Su mirada etnográfica, atenta a las materialidades, infraestructuras y procesos que han configurado la ciudad, le permite evidenciar la tensión entre la ciudad formal e informal, como una estrategia para cuestionar las respuestas facilistas a las causas de la avalancha y llamar la atención sobre la necesidad de miradas complementarias, interdisciplinares, donde tanto fuerzas físicas como sociales estén incluidas.
Apuntes para una geografía del conocimiento etnográfico
En todos estos trabajos vemos que, a pesar de las transformaciones e incorporaciones de nuevas preguntas y objetos de conocimiento, la escala etnográfica del “cara a cara”, de la situación y el encuentro cotidianos, continúan siendo reivindicados como una de las características fundamentales de un enfoque etnográfico. ¿Qué retos y debates implica este encuentro en la producción de conocimiento? Quisiéramos cerrar esta reflexión con la pregunta por las geografías del conocimiento etnográfico inspiradas en la noción de geografías del conocimiento como “perspectiva de investigación que busca establecer el papel que juegan las espacialidades y materialidades en los procesos de producción de conocimiento”.17
De modo transversal a las diferentes maneras de articular el espacio