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Hemingway en la España taurina. Alfonso Martínez BerganzaЧитать онлайн книгу.

Hemingway en la España taurina - Alfonso Martínez Berganza


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Pero el hecho cierto es que Hemingway en El verano sangriento acumuló —el reportaje es claro y didáctico en lo taurino— todo lo que llevaba dentro desde hacía más de treinta y cinco años en torno a los críticos, los toreros y los toros; y como los “entendidos con cátedra” no sabían por dónde darle la cornada, se agarraron a lo de “los trucos baratos”. La afisión, que no la afición —¡maldito dinero!—, se escandalizó y fue animada por quienes podían moverla, pero nunca contestando de cara al planteamiento del problema sino, como hacen los malos estudiantes, buscando la solución por los flancos y el adorno pijotero, como también hacen los torerillos baratos. Y se dio el caso de que los mismos que movieron las campañas antimanoletistas en la vida del cordobés, con salidas de tono y no serios enjuiciamientos, y los mismos que criticaron —eso sí, justa y duramente— toda la rémora toreril que trajo el acercamiento al toro y los desplantes debidos a ese acercamiento, 6 aunque señalando su origen con cierta malicia, no exenta de orfandad pecuniaria, fueron los mismos que movieron la campaña contra el Nobel no sólo metiéndose en los linderos de la cuestión, sino atreviéndose con su condición de escritor y de hombre. El acercamiento al toro y toda la mixtificación que la fiesta trae consigo, no es tan actual como parece —aunque nunca llegara a los extremos de nuestro tiempo—, sino que ya en la época de Joselito es pecado y comienza a ser lastre cuando Belmonte reaparece ante los públicos españoles.

      Por lo tanto no hay que escandalizarse de lo que tan certeramente apuntó Hemingway y que determinó ciertas salidas por peteneras, desgarramiento de vestiduras y denuestos inelegantes contra el premio Nobel. Se le acusó de la importancia de llamarse don Ernesto —y no me refiero al ponderado artículo de César González Ruano,7 sino a cierta charla radiofónica que tuve la desgracia de soportar en 1960—. Quiero dejar bien claro que en esta charla se le acusaba de la importancia de llamarse don Ernesto, amén de no entender de toros, pero de nada más de lo que precede a este apartado. Lo escrito queda, pero las palabras vuelan y luego ¡vaya usted a saber! Se habló de su ignorancia taurina, se le llamó imbécil, con otras palabras, e incluso se llegó a decir que no sabía escribir.

      La revista Life no fue ajena a estas demostraciones, y las cartas al director, en los números siguientes al primer reportaje de El verano sangriento, lo demuestran de una forma evidente. Extracto una carta aparecida en Life en español, donde el autor del libro La muerte de Manolete, un ciudadano de Belvedere (California), llamado Barnaby Conrard, reprocha duramente a Hemingway lo dicho sobre Manolete y afirma:

      Concuerdo en que la manoletina realizada por toreros de menor cuantía resulta una vulgaridad, pero en manos de Manolete era otra cosa, digna y emocionante. Esto aparte, Manolete poseía el repertorio más clásico, limitado y puro de todos los toreros contemporáneos. Ahora bien el señor Hemingway todavía escribe mejor que nadie sobre el toreo, esté yo de acuerdo o no con él.8

      La polémica

      Al margen de todo lo suscitado por el reportaje entre la opinión taurina española, que desde luego desconocía en gran medida el reportaje, el diario Pueblo abrió una encuesta que fue polémica. En esta encuesta abundó la sensatez, aunque también hubo ocasión de soportar salidas de tono —dimanadas, ya hemos señalado algo, pero luego puestas de manifiesto, del desconocimiento absoluto de lo que había sido Hemingway y que Pueblo tuvo que extractar para evitar mayores dislates—, suficientemente desencaminadas para cerrar lo que era la lucha en buena lid, al convertirse en pelea de compadreo y vecindad. Pero el periódico siguió adelante y se puso de manifiesto, aparte toros, toreros y torerías, que deben estar “Las cosas en su punto”, brillando el juicio ecuánime sobre el de los que buscaban tras la obra de Hemingway otros avatares que no hacían al caso por olvidados y mendaces.

      Hay un hecho evidente en toda esta polémica, y es que no se puede hablar por boca de ganso, porque entonces lo que se dice son gansadas. Para mayor abundamiento —se puede hablar menos sin conocimiento—, decía José María Bugella en esta encuesta:

      Para defender a Manolete de las acusaciones de Hemingway se debían requerir dos condiciones previas: haber visto torear a Manuel Rodríguez y haber leído El verano sangriento. Sin estos requisitos previos, la polémica reivindicativa es pura ebullición de rumores nacionalistas. […] Porque Hemingway —que vio torear a Manolete— se limita a recoger las objeciones que revisteros conocidos y aficionados relevantes hicieron al maestro cordobés.

      Sigue el artículo en un tono contrapuntístico y real donde queda bien clara la absoluta falta de malicia de Hemingway, que fue maldad en las campañas que los revisteros hicieron contra Manolete. Campañas “que amargaron el triunfo del torero e hicieron penosísimas sus competencias con Marcial, Domingo Ortega y Arruza”.9

      Con anterioridad a este artículo había visto la luz, también en Pueblo, lo que para mí, junto a lo que exponía el Sr. Bugella, hubiese sido digno punto final a toda discusión en torno a El verano sangriento. Me refiero al artículo de José Luis Herrera, cuyo título ya era suficiente para comprender el cariz de la campaña taurina anti-Hemingway. Éste se titula “Hablando en serio”, y es digno de tomarse en consideración porque es serio.10 Empezaba así:

      Cuando se anuncia un campeonato de esgrima, todo el mundo — incluso los participantes— se percata de que va a celebrarse un campeonato de esgrima. Creo que lo que Pueblo convocó, tras la polvareda levantada en torno a El verano sangriento, fue una encuesta sobre Manolete. En modo alguno una batalla campal. Gritar en una encuesta, caer en éxtasis, mostrar las desgarradas vestiduras es como inscribirse en un campeonato de esgrima para liarse a tiros o a simples puntapiés en las canillas con el adversario de turno. Algo que se opone a las leyes del juego, que en este caso consisten en conocer, ponderar y razonar. Si, como creo, fue Manolete hombre cabal y de buen entender, más estimaría una noble razón en contra, que un alarido insustancial y primaria en pro. Es curioso que en Pueblo y en otros periódicos están surgiendo opinantes cuya más seria confesión estriba en afirmar que no han leído el reportaje de Hemingway. Otros no lo confiesan, pero se les transparenta. Lo que no impide que sus dicterios insistan en un estribillo común: “¿Qué sabe Hemingway de Manolete si no le vio torear?” Es curioso, sobre todo pensando que José María Cossío sabe lo suyo de Pepe Hillo o de Jerónimo José Cándido, a quienes no vio torear ni en transmisión diferida, mientras que a nadie le es lícito poner en solfa un texto que alardea de no conocer. Hay diferencia. Y en los vociferantes que no lo aceptan su miaja de histeria.

      No es ocasión de transcribir íntegros estos dos artículos, defensa recia a Manolete y sentido ecuánime de la verdad, que tiempo habrá para ello a lo largo de estas páginas, pero es digno de mencionar, como continuación a lo anteriormente reproducido, que aun en los más acérrimos defensores de Manolete que han lanzado la voz contra Hemingway sólo ha habido pobreza en la defensa del cordobés. Pobreza no exenta de mancha pues ha sido suscitada en beneficio de otros toreros, pero nunca cogiendo al toro de frente y con la muleta cuadrada, sino usando del adorno barato en orden a aquello que dijo Jesucristo en el Evangelio: ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Es una pena que la tradicional fama caballeresca de los españoles, que culmina en la Rendición de Breda, haya llegado a extremos tales que no sepan ya romper la cadena que nos separa de Europa, sino del mundo.

      La verdad

      La verdad ha quedado señalada y puede sintetizarse en que muy pocos, casi ninguno de los que chillaron, habían leído el reportaje. Habían oído campanas y no sabían de qué se trataba. Y como había que gritar, ¡hala!, a hacerlo y a tirar por tierra lo que fuese más necesario para ser más papistas que el Papa, con tal de formar parte del coro histérico del nacionalismo a ultranza. Y a los que lo leyeron, ni les interesó asimilarlo, ni se adentraron en la vasta obra taurina de Hemingway. Por razones que no expongo, pero que el lector adivina y sabe, no tercié en la encuesta —estaba muy reciente el premio Hemingway11 y a lo peor me llamaban la atención, porque puestos a protestar eran capaces de decirme, sin saber ni conocer y teniendo mucho que callar, lo que Eugenia Serrano ha dicho muy recientemente con cierta inconsciencia no privada de mala intención: “Además, de la misma manera que hay personas ricas que por una invitación a comer gratis hacen alguna bajeza, es muy difícil mantener la crítica con


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