El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840). Antonio Caridad SalvadorЧитать онлайн книгу.
de Miraflores, al sostener que la mayoría de la población carecía de ideología y que los que se alistaban en las partidas lo hacían huyendo del hambre.117 Esto no es de extrañar, si tenemos en cuenta que gran parte de los rebeldes pertenecía a la clase más miserable de la población.118 En el mismo sentido se pronunció Calbo y Rochina, quien afirmaba que las partidas estaban formadas por personas sin demasiadas convicciones, fundamentalmente voluntarios realistas y por la juventud desocupada, que intentaba ganarse la vida.119 Todo esto fue confirmado por el general liberal Evaristo San Miguel, cuando escribió que buena parte de los carlistas eran políticamente indiferentes y que tomaron las armas por el primero que les pagó.120 No obstante, también tenía importancia el prestigio del jefe rebelde, que podía hacer que se alistase más o menos gente a sus órdenes, en función de las expectativas de triunfo o de botín que generase entre sus soldados.121
Otros se unieron a los carlistas huyendo de la quinta decretada por Mendizábal y creyendo las promesas de don Carlos y de sus jefes, de que pronto acabaría la guerra.122 En 1835, por ejemplo, el 3, 9 % de los fugados a la facción en el corregimiento de Alcañiz eran quintos que intentaban eludir el reclutamiento.123 Algo parecido sucedió en la provincia de Valencia, donde el 5, 1 % de los militares rebeldes eran nuevos reclutas que no deseaban servir en el ejército de la reina.124 Un ejemplo de esto lo tenemos en Francisco Franch, quinto de Betxí, que no se incorporó a las fuerzas gubernamentales y que acabó siendo capturado en agosto de 1839, cuando los liberales conquistaron el fuerte carlista de Tales (Castellón).125
Por otra parte, la quinta de 1836 hizo aumentar la facción en tres o cuatro batallones, con mozos que preferían luchar en el bando rebelde.126 La situación llegó a tal extremo que la Diputación de Castellón ordenó suspender el reclutamiento, en enero de 1837, para evitar el crecimiento de las facciones.127 Hay que tener en cuenta que si a uno le tocaba marchar al ejército debía permanecer allí durante siete u ocho años,128 combatiendo lejos de casa durante todo ese tiempo, bajo una estricta disciplina y en unas condiciones de vida muy malas. Por el contrario, resultaba mucho más atractivo unirse a la partida de los alrededores del pueblo, donde podría encontrarse a algún conocido, dispondría de mucha más libertad y podría operar en su comarca, lo que le permitiría volver con frecuencia a casa. Además, la paga del ejército, de dos reales diarios, era inferior a la que se ganaba en el bando carlista, donde además existía la posibilidad del pillaje.129
No obstante, hay que decir que la mayoría de estos nuevos carlistas resultaban ser de poca duración, puesto que muchos regresaban a sus casas cuando se les dejaba de pagar o comenzaba la recolección del trigo o de la aceituna.130 Por ello las partidas rebeldes siguieron siendo pequeñas durante el primer año de guerra. Si durante unos meses se lograba reunir unos cientos de voluntarios, al poco tiempo podían quedar reducidos a menos de un centenar. Un ejemplo lo tenemos en la partida de Carnicer, el más importante cabecilla al principio de la contienda. Aunque en abril de 1834 contaba con 1.500 hombres, en agosto ya sólo le quedaban 240. Sin embargo, al terminar la recolección del trigo muchos desempleados regresaron a sus filas y sus fuerzas crecieron de nuevo, esta vez hasta los 600 combatientes.131
Este alistamiento estacional se redujo a medida que avanzaba la guerra y aumentaba la disciplina entre las fuerzas carlistas. Pero realmente nunca desapareció del todo, ya que todavía en 1837 desertaban muchos más carlistas cuando había trabajo en el campo. De hecho, en el País Valenciano se presentaron al indulto 187 militares rebeldes en julio y 109 en agosto de ese año, frente a 25 en septiembre, 33 en octubre, 18 en noviembre y 21 en diciembre.132 Esta abultada diferencia no se debió a la falta de comida, ya que tenemos más noticias de escasez de alimentos en otoño de ese año (ver cuadro 16). Ni tampoco a la desmoralización de la tropa, puesto que fue en verano cuando llegó a la zona la Expedición Real, lo que podía dar a los carlistas esperanzas de ganar la guerra. La principal razón que llevaba a estas deserciones era el deseo de volver al campo, una vez llegaba la época de recoger el trigo y ya no se necesitaba la guerra para sobrevivir. Todo esto nos ayuda a entender las verdaderas causas que movían a muchos campesinos a alistarse en las fuerzas de don Carlos, más por motivos económicos que ideológicos.
A partir de 1835 el alistamiento en la facción aumentó de forma espectacular, lo que se debió a varias causas. En primer lugar a que las victorias carlistas (en gran parte motivadas por la retirada de tropas liberales), hacían menos arriesgado unirse a los rebeldes, lo que incrementó el número de campesinos pobres que se unían a ellos buscando un medio de ganarse la vida. De este modo, los frecuentes triunfos de Cabrera hicieron que muchos jóvenes se alistaran en su ejército,133 llegando incluso desde la Huerta y de Valencia capital.134 Un ejemplo lo tenemos en lo ocurrido tras la acción de La Yesa (Valencia), que sirvió al caudillo tortosino para reclutar en el Alto Turia gran cantidad de voluntarios, en julio de 1835.135 Lo mismo sucedió un año después, cuando 400 mozos del Bajo Ebro se unieron a las fuerzas de Cabrera después de su aplastante victoria en el combate de Ulldecona.136
Otra razón de peso eran las represalias liberales contra los familiares de los guerrilleros carlistas, a los que se hacía responsables de los actos de sus parientes. Estas medidas afectaban también a simpatizantes del carlismo e incluían multas, confiscaciones, ataques de masas enfurecidas e incluso fusilamientos. Además, no eran raras las concentraciones de liberales ante las casas de los absolutistas gritando mueras a los serviles y profiriendo palabras amenazantes. Todo esto empujó a muchos de ellos a unirse a las partidas rebeldes a fin de salvaguardar su seguridad personal.137 Como ejemplo podemos citar el caso de Francisco Gil, vecino de Benifaió, que sufrió insultos, atropellos y amenazas por haber sido voluntario realista, lo que le llevó a huir a la facción.138 O el de Marco de Bello, que se unió a los carlistas con 40 ó 50 jóvenes de su pueblo, después de que las fuerzas del gobierno cometieran varios excesos en su casa.139 También sabemos que en el otoño de 1838 numerosos absolutistas abandonaron Valencia, por miedo a la Junta de Represalias, que ya había ejecutado a varios prisioneros carlistas.140 Por otra parte, muchos se unieron a las partidas rebeldes ante el destierro o el peligro de prisión que sufrían, debido a sus simpatías por la causa tradicionalista.141
En tercer lugar encontramos a aquellos que tomaron las armas movidos por el resentimiento o el deseo de venganza ante el maltrato o la muerte de algún familiar a manos de los liberales.142 Como ejemplo podemos citar lo que ocurrió en El Forcall el 24 de octubre de 1836, cuando las fuerzas de Borso apalearon a 103 paisanos y cometieron desmanes y atropellos con las mujeres. El padre de José Bordás, que luego sería un combatiente carlista, fue colgado de unas rejas durante más de dos horas y fue uno de los que más apalearon, mientras que su madre fue abofeteada por Borso, con tal fuerza que la hizo rodar por el suelo.143 Cuatro meses después los milicianos cristinos de Chelva cometieron en dicha población toda clase de atrocidades, matando, apaleando y saqueando a vecinos indefensos, todo ello movido por venganzas personales.144 Hechos como estos debían ser frecuentes, ya que sabemos que los carlistas asesinaron a cuatro liberales de Zorita del Maestrazgo (que habían tomado las armas y habían sido capturados) por resentimientos y revanchas particulares.145 Del mismo modo, la dureza del gobernador liberal de Morella hizo aumentar extraordinariamente el carlismo en la zona, ya que llevó a cabo fusilamientos hasta por vitorear a Carlos V.146 Además, hizo ejecutar a varios civiles de Morella, probablemente simpatizantes de don Carlos, acusándoles de estar implicados en una conspiración para entregar la plaza a los rebeldes, en octubre de 1836.147 Esto acabó siendo contraproducente, ya que cada muerte que efectuaba provocaba una ola de indignación a favor de los carlistas,148 especialmente por parte de los amigos y familiares de las víctimas. Así pues, no es de extrañar que el número de morellanos en la facción fuera en aumento a medida que avanzaba la guerra.149 En este sentido podemos citar el caso de Manuel Mestre, vecino de Morella que se unió a las fuerzas tradicionalistas en agosto de 1834, un día después de la ejecución de su padre, por haber sido vocal en una junta rebelde.150
También parece que las acciones anticlericales de los liberales aumentaron el número de sus enemigos. En este sentido, las matanzas de frailes de 1834