El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840). Antonio Caridad SalvadorЧитать онлайн книгу.
las tropas gubernamentales, por lo que muchos de ellos se pasaban al bando absolutista.187 En estos casos más les valía no ser capturados por sus antiguos compañeros de armas, ya que entonces serían juzgados y fusilados.188
Un aliciente para cambiar de bando era la posibilidad de un rápido ascenso, como podemos observar en varios casos que aparecen en la prensa de la época. El 18 de enero de 1839, por ejemplo, los sargentos Gimeno y Esteve fusilaron en Maella a un antiguo sargento liberal, que se había pasado al enemigo, promocionando al grado de teniente.189 Más notorio fue el caso de Miguel Vidal, un cabo del regimiento de Almansa, que huyó a las filas rebeldes, en las que consiguió ascender hasta capitán.190 O el de un pasado de Buil a la facción de Esperanza, que acabó convirtiéndose en jefe de una partida.191
A veces también desertaban oficiales liberales, que se unían al enemigo huyendo de algún castigo, esperando mantener el rango y recibir además una recompensa económica por los hombres o la información que aportaban. En julio de 1837, por ejemplo, Miguel Balladares, capitán de cuerpos francos, se pasó a la facción, llevando consigo (probablemente) papel timbrado de la primera división y las claves a usar en la correspondencia.192 Al año siguiente el liberal Luna se pasó a los carlistas con varios soldados de la compañía de fusileros de Valencia,193 mientras que Borso capturó a un antiguo capitán del regimiento de Soria, ahora en las filas rebeldes.194 Poco después un asistente de dicho general le robó dinero y una prenda muy estimada por él, uniéndose enseguida a Cabrera, quien lo acogió como hombre de confianza.195
Por último hay que hablar del reclutamiento obligatorio, que también existió y que alcanzó proporciones considerables. Los reclutas forzosos podían ser, a su vez, de dos tipos: quintos o mozos sacados a la fuerza de sus localidades.
Los quintos eran aquellos que habían sido reclutados mediante un procedimiento que intentaba asemejarse a algo legal.196 Para ello había que establecer qué mozos iban a ser llamados a filas, lo cual requería la colaboración de los ayuntamientos, que aportarían la información necesaria. Esto era bastante laborioso, pero daba al reclutamiento una apariencia de legalidad, que era lo que los carlistas pretendían. De todas maneras, al principio de la guerra lo que hacían era convocar a los quintos designados por las autoridades liberales para que se unieran a ellos y no al ejército regular. Así pues, el 14 de marzo de 1834 Carnicer y Quílez distribuyeron una proclama, en la que mandaban a todos los mozos a los que les tocara ir a quintas que se les presentaran, amenazando con diez años de presidio al que no lo hiciera.197 De esta manera se llevaron a 150 jóvenes de Caspe, después de lo cual recogieron quintos por los alrededores.198 A finales de 1835 el Serrador hizo algo parecido, al ordenar a los reclutas que se unieran a él y no al ejército de la reina.199
El problema de este sistema es que hacía a los rebeldes dependientes de los reclutamientos que llevasen a cabo las autoridades liberales, lo que no siempre coincidía con sus necesidades de nuevos soldados. Por ello en marzo de 1836 los carlistas decretaron su primera quinta, que se efectuó en el Maestrazgo y en el Bajo Ebro. Con 20 ó 25 onzas de plata (de 591 a 739 gramos) se podía lograr la exención, estableciéndose una junta de agravios en Sant Mateu para oír alegaciones y recoger el dinero. Llegaron incluso a reclutar a chicos de 14 años200 y cuando no tenían bastante con los solteros se llevaban también a los casados y viudos sin hijos.201
Tropas carlistas sorprendiendo el sorteo de la quinta
En agosto de 1837 la junta carlista envió una circular a los pueblos para que el alcalde, el cura párroco y el primer contribuyente de cada localidad procedieran, con todo sigilo, al alistamiento de todos los mozos y vecinos sin hijos que tuvieran entre 16 y 40 años. Se les amenazó con fuertes multas si revelaban el secreto y se ordenó que remitiesen las listas de reclutas a un comisionado que tenían en La Cañada de Fortanete (Teruel). No obstante, también se les dijo que los mozos debían permanecer en sus casas hasta nueva orden, por lo que de momento no llegó a efectuarse ningún reclutamiento. Probablemente no tenían armas para equiparlos y sólo querían saber con cuánta gente podían contar para realizar una quinta en el futuro.202
Tras unos meses de espera la junta rebelde hizo pública la orden de quinta, que comenzó a llevarse a cabo a principios de 1838.203 Comprendía a los solteros y viudos sin hijos, de 16 a 40 años, que podían reclamar ante la junta, así como eximirse pagando 4.000 reales (3.000 si se pertenecía al estado llano), aportando 13 juegos de vestuario o un número similar de armamentos.204 Para llevar a efecto esta orden se enviaron comisionados a los pueblos que, con los libros parroquiales en la mano, prendieron a todos los mozos que no respondieron al pregón.205 Como ejemplo podemos decir que Viscarro acudió al Alto Palancia en febrero, haciendo la quinta de los nuevos reclutas y llevándose a 40 sólo en Altura.206 Dos meses después se unió con Forcadell en Chiva, donde hizo público un bando para que se presentaran los mozos de dicha quinta, so pena de muerte.207 Aunque los jóvenes de dicha población huyeron, en otras localidades sí que se reclutó a bastante gente. De este modo, durante la primavera se concentraron 800 quintos en Sant Mateu,208 300 o 400 en Villahermosa del Río (Castellón)209 y unos 500 en Cantavieja.210
En septiembre de 1838 Cabrera decretó otra quinta, que abarcaba a los mismos hombres que la anterior.211 De esta manera, se crearon nuevos batallones en Aragón,212 pero sólo en algunos distritos se realizó el reclutamiento de acuerdo con las indicaciones de don Carlos. El pretendiente había ordenado que se encargara de ello la junta de Mirambel, pero en la mayoría de los casos lo realizó la autoridad militar.213 Normalmente el jefe de cada fuerza rebelde enviaba un comunicado a varios pueblos cercanos para que presentaran una lista de los mozos de los pueblos, indicando su edad y sus circunstancias personales. Esto es lo que hizo, en noviembre de 1838, el jefe de la partida de Gátova con Serra, Náquera y Moncada, amenazando con bajar una noche y quemar dichas localidades si no se cumplía la orden e imponiendo 200 reales de multa por cada hora de retraso.214
Unos meses después Cabrera ordenó una nueva quinta de mozos solteros y viudos sin hijos, esta vez entre 16 a 36 años e incluyendo también a los casados después del 1 de julio de 1838. Se debían presentar en Chelva con dos individuos de justicia, ya que allí sería donde se celebraría el juicio de exenciones, la medición y demás formalidades. Para ello se nombró una junta de jefes y oficiales que debía oír las reclamaciones. El caudillo carlista hizo a los ayuntamientos responsables del cumplimiento de esta disposición, bajo multa de 500 ducados, amenazando con proceder contra ellos o contra sus padres, en caso de ocultarse o de fugarse alguno.215 Poco después, Arnau creó otra junta (en Alpuente) para oír las alegaciones de los mozos de aquellos pueblos.216
Aparte de los quintos, había también soldados que habían sido arrancados de sus pueblos sin ningún tipo de formalidad ni apariencia de legalidad. Esta práctica la emplearon los rebeldes desde el principio de la guerra. Ya en 1833 el barón de Hervés ofició a todos los pueblos del partido de Morella para que le presentaran a todos los voluntarios realistas y mozos útiles, entre 16 y 40 años.217 Y según un informe del gobernador de Alcañiz, la mayoría de los que se unieron a la facción en ese año lo hicieron violentados.218 Poco después, en marzo de 1834, Carnicer se llevó a todos los solteros de Molina de Aragón219 y un mes después hizo lo mismo en Tordesilos (Zaragoza).220 Además, Quílez recorrió los pueblos del Bajo Aragón llamando a filas a todos los que habían sido indultados y reuniendo en pocos días más de 70 hombres.221 Algo parecido hizo Montañés durante el mes de octubre, cuando fue por la cuenca del Matarraña y del Martín reintegrando a los indultados y captando a nuevos seguidores.222
La práctica de secuestrar a los jóvenes fue la más habitual durante la guerra, ya que era mucho más cómodo y rápido que llevar a cabo todas las formalidades necesarias para una quinta. Y como no era necesario realizar sorteo alguno, podían llevarse así a muchos más reclutas. Entre los muchos ejemplos podríamos citar el caso de Alcudia de Veo (Castellón), donde en