El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840). Antonio Caridad SalvadorЧитать онлайн книгу.
inmediaciones, los carlistas ordenaron que se les presentaran todos los solteros, so pena de vida.224 Posteriormente, en marzo de 1838, una partida rebelde entró en Borriol y echó un bando, haciendo presentarse a los mozos y a los viudos para llevárselos.225 Y así podríamos seguir con numerosos ejemplos más, hasta el 23 de marzo de 1840, que es cuando realizaron la última recluta de la guerra (o al menos la última que ha dejado constancia). En esta ocasión 50 facciosos de Gracia se llevaron de Alfondeguilla (Castellón) a todos los solteros, tras haber recogido a 200 en los demás pueblos de la sierra de Espadán.226
Pero tanto las quintas como las reclutas forzosas se encontraban con algunos obstáculos. El primero eran las autoridades liberales, que a veces recogían a todos los quintos de los pueblos y los concentraban en puntos fortificados, para impedir que cayeran en manos del enemigo. Los mozos del partido de Teruel, por ejemplo, recibieron en varias ocasiones la orden de concentrarse en la capital de la provincia, para evitar ser llevados a Cantavieja, en virtud de la quinta que estaban realizando los carlistas.227 Asimismo, el comandante del ejército del centro, Antonio van Halen, se llevó a Segorbe a todos los jóvenes solteros de la comarca para impedir que hiciera lo propio Cabrera.228 No obstante, las autoridades liberales no debieron recoger a muchos mozos, ya que no disponían de suficientes recursos para alimentarlos fuera de sus lugares de origen.229
Por ello el principal problema para los rebeldes no fue éste, sino la huída de los muchachos, en cuanto se enteraban de que una partida carlista estaba llevándose a los mozos de los pueblos cercanos. La primera noticia que tenemos de ello data de agosto de 1835, cuando 24 jóvenes indultados se marcharon de La Codoñera (Teruel) para evitar ser reclutados de nuevo por las fuerzas de Quílez.230 Cuatro meses más tarde los quintos de Aliaga (Teruel) huyeron con el justicia a Teruel para no caer en manos de los rebeldes. Cuando éstos llegaron al pueblo mandaron a un paisano en su búsqueda, con un oficio en el que se les amenazaba con fusilarlos a ellos, a sus padres y a sus parientes más inmediatos si no se presentaban. Pero esto no les sirvió de nada y los jóvenes se negaron a regresar.231
Y esta no fue la única vez que sucedió algo así. Dos años después, al rumorearse que los rebeldes estaban quintando a gente por los pueblos del Maestrazgo, algunos se marcharon a Vinaròs para eludir el reclutamiento.232 Más acentuado fue lo que hicieron los quintos de Chiva, que huyeron en masa poco antes de que llegaran las tropas de don Carlos.233 Unos se refugiaron en las montañas, mientras que otros se trasladaron al punto fortificado más cercano, hasta que pasó el peligro.234
Para contrarrestar estas huidas los jefes de la facción empezaron a tomar represalias con los familiares de los fugados. En marzo de 1838 se llevaron de Tales, Artesa y Sueras (Castellón) a los padres de los mozos que no quisieron presentarse al ser quintados.235 Unos meses después el coronel Doménech intentó reclutar soldados en Chóvar (Castellón), pero se encontró con que los jóvenes habían huido. Entonces apaleó a los concejales, llevándose acto seguido al alcalde y a los padres y madres de los mozos ausentes, hasta que éstos se presentaran.236 Además, en la última quinta carlista se conminó a todos los solteros del Maestrazgo, aunque se hallaran en puntos dominados por las tropas constitucionales, a que se alistaran en el ejército rebelde, so pena de ejecutar a sus padres y parientes más cercanos, lo que obligó a muchos a regresar.237 Pero algunos ya habían previsto esto y para evitar estas represalias huyeron acompañados de sus padres.238
Otro problema consistía en que a menudo los carlistas no tenían medios para equipar o alimentar a la gente que reclutaban. De hecho, se sacaba a los jóvenes de los pueblos antes de que se pudiera disponer de armas o uniformes para ellos, lo que daba a sus huestes un aspecto de bandas irregulares y facilitaba la deserción, al no ir identificados sus miembros como militares. Muchos de ellos iban armados con palos,239 lo que les convertía en un ejército poco eficaz, y al que además tenían que alimentar. Por ello, a veces se veían obligados a despedir a los nuevos reclutas, por falta de comida para todos.240
A modo de conclusión, podemos señalar que al principio de la guerra sólo se sublevaron unos pocos hombres, directamente interesados en el triunfo de don Carlos, para mantener su empleo (en los voluntarios realistas) o para conseguir un puesto en el ejército, si carecían de él. La gran mayoría de la población, incluso en las zonas que luego serían carlistas, no encontró suficientes motivos como para apoyarles, lo que llevó a un rápido fracaso de los primeros alzamientos. Así pues, en un principio el alistamiento en las partidas estaba movido casi únicamente por intereses laborales. Y aunque había mucha gente humilde, que podía ver la guerra como una forma de ganarse el sustento, sólo unos pocos se decidieron a unirse a las partidas, por miedo a ser fusilados si caían en manos de las tropas de la reina.
A partir de 1835 el movimiento rebelde creció considerablemente, debido a las victorias carlistas, que atrajeron a sus filas a muchos campesinos pobres, que ya no veían tan peligroso unirse a las fuerzas tradicionalistas. Al mismo tiempo, estos triunfos permitían incorporar a la facción a muchos soldados de la reina prisioneros, lo que reforzaba todavía más el movimiento. Y a ellos se sumaron, a partir de entonces, numerosos absolutistas, que hasta ese momento habían permanecido al margen de la contienda. Lo que les motivó a rebelarse fue, sobre todo, el miedo a excesos liberales o el deseo de vengar algún atropello cometido con ellos o con sus familiares. De esta forma, los errores y abusos de los isabelinos llevaron a muchos simpatizantes carlistas a tomar las armas, algo que en un principio no tenían previsto, por los peligros que ello implicaba. Además, gran número de personas pobres que se habían unido a los rebeldes por intereses económicos, acabaron odiando a los liberales por las represalias cometidas hacia sus amigos y familiares, lo que les llevó a identificarse con la causa tradicionalista, que no siempre comprendían, pero con la que empezaron a compartir un enemigo. Y a esto hay que añadir que los excesos y errores de los cristinos aumentaron los apoyos al carlismo en las comarcas donde se llevaba a cabo la guerra, que acabaron pasándose en masa al bando rebelde. De esta manera, la ideología tradicionalista se reforzó considerablemente durante la guerra con la difusión del odio hacia los liberales, ya que en realidad no había otra cosa que uniera a los partidarios de don Carlos. Por ello, lo que en un principio era una rebeldía por intereses económicos particulares, acabó convirtiéndose en un movimiento más duradero, que resistió a la guerra y al exilio, transmitiéndose durante varias generaciones de padres a hijos.241 Y aunque también hubo reclutas forzados en las filas carlistas, éstos fueron siempre una minoría, que no empezó a tener importancia hasta 1838.
D) ORGANIZACIÓN Y ADIESTRAMIENTO
Una vez se había incorporado a nuevos soldados, se hacía necesario proporcionarles el equipo (si se disponía de él) y organizarlos en compañías y batallones, así como nombrar a los cabos, suboficiales y oficiales de las nuevas unidades. A éstos los elegía personalmente Cabrera, mientras que los cabos y sargentos se conseguían ascendiendo a soldados veteranos de otras unidades.242 Estas operaciones había que hacerlas cuanto antes, por lo que se realizaban en cualquier población en la que se detuviesen. Pero, como requerían un cierto tiempo, a menudo había que esperar a que se produjera una pausa en las operaciones militares. Al principio de la guerra, por ejemplo, el barón de Hervés se dedicó a organizar a los reclutas en Morella.243 También tenemos noticia de que en octubre de 1838 Forcadell se refugió en Montán (Castellón) para organizar a su gente.244
Después había que adiestrarlos en las reglas básicas del combate. Para ello los rebeldes los conducían a sus bases en la retaguardia, donde les daban un mínimo entrenamiento. Ya en noviembre de 1833 se enseñaba a los voluntarios los primeros rudimentos de la táctica militar y del manejo de las armas, pese a lo cual su adiestramiento dejaba mucho que desear.245 Año y medio después Arévalo y Cabrera daban alguna instrucción a los reclutas en los puertos de Beceite.246 Pero a partir de 1837 el principal centro de adiestramiento pasó a ser Cantavieja, donde a veces se encontraron hasta 500 quintos ejercitándose simultáneamente, aunque no hubiera armas para ellos.247 Esta actividad tomó tanta importancia que, a principios de 1839, Cabrera ordenó al coronel Feliu y al teniente coronel Pons que se dedicaran exclusivamente al entrenamiento de los nuevos reclutas.248