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El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840). Antonio Caridad SalvadorЧитать онлайн книгу.

El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840) - Antonio Caridad Salvador


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hacernos una idea aproximada de lo que supuso la guerra para las personas que la vivieron, tanto militares como civiles. Así pues, a partir de numerosos ejemplos podremos revivir los pequeños acontecimientos que marcaron de forma importante a muchas personas de la época.

      A) LA PRIMERA GUERRA CARLISTA EN VALENCIA Y ARAGÓN

      La guerra en esta parte de España comenzó en la parte oriental de la provincia de Teruel, que es donde se crearon las primeras partidas. Sus dirigentes fueron Manuel Carnicer y Joaquín Quílez, que tomaron las armas en octubre de 1833, al fracasar las conspiraciones realistas en Zaragoza y Alcañiz. Poco después se produjeron levantamientos carlistas en algunos municipios del País Valenciano, de los que el más importante fue el que se produjo en Morella el 13 de noviembre. Al tratarse de una población fortificada, acudieron hacia allí la mayoría de los insurrectos valencianos y aragoneses, que se pusieron bajo las órdenes del barón de Hervés, recién llegado de Valencia. Casi todos los rebeldes eran antiguos voluntarios realistas,2 que habían perdido su empleo con el nuevo régimen, dirigidos por oficiales con licencia ilimitada, apartados del ejército por sus ideas absolutistas.3

      Pero la rebelión no empezó con buen pie, debido al escaso apoyo que encontraron sus promotores y a la falta de disciplina de las fuerzas carlistas, que no pudieron resistir el avance de las tropas de la reina. De esta manera, a principios de diciembre los carlistas abandonaron Morella sin apenas combatir, siendo destrozados poco después en la acción de Calanda (Teruel). Este revés llevó a la mayoría de los rebeldes a regresar a sus casas o a dispersarse en una serie de pequeños grupos, vivamente perseguidos por las fuerzas gubernamentales. Poco después fue capturado y fusilado el barón de Hervés, lo que dejó a los carlistas sin un claro liderazgo.4

      Durante 1834 actuaron numerosas partidas rebeldes, aunque la mayoría de ellas eran muy pequeñas y se limitaban a recorrer los pueblos para exigir raciones y dinero. Pero había algunos grupos más grandes, formados por varios cientos de hombres, que ya podían permitirse emprender acciones ofensivas. El más importante era el de Carnicer, que operaba sobre todo por el este de la provincia de Teruel, aunque a veces se unía a otros cabecillas para hacer incursiones fuera de su territorio habitual. De esta manera pasó en marzo a Daroca (Zaragoza) y a Molina de Aragón (Guadalajara), derrotando a las tropas de la reina y regresando con gran cantidad de suministros. Un mes después pasó a Cataluña para intentar fomentar la rebelión en el principado, pero sufrió una severa derrota en Maials (Lleida) y tuvo que regresar apresuradamente a Aragón. Durante los meses siguientes experimentó nuevos reveses y, aunque fue nombrado por don Carlos comandante carlista de Aragón, acabó el año con unas pocas decenas de hombres, duramente perseguido por las tropas liberales.5

      Parecida era la situación por el norte de la provincia de Castellón, donde operaban muchas pequeñas partidas, sin un liderazgo claro. La más grande era la de José Miralles (a) el Serrador, que a veces se unía a Carnicer para emprender acciones de mayor envergadura. Pero normalmente operaba en solitario por el Maestrazgo castellonense, emboscando a pequeños grupos enemigos y entrando en poblaciones poco protegidas, donde sus hombres se entregaban al pillaje. No obstante, su fuerza estaba tan indisciplinada y mal equipada que se veía a obligado a retirarse en cuanto acudía hacia él una columna liberal.6

      A principios de 1835 las partidas carlistas habían quedado muy mermadas, debido a la incesante persecución a las que los sometían Nogueras, Buil y Pezuela. Por esas fechas las partidas de Quílez y de Carnicer habían quedado reducidas a menos de 30 hombres, lo que llevó al lugarteniente de este último, Ramón Cabrera, a marchar al País Vasco para exponer al pretendiente la dramática situación del carlismo aragonés. A su vuelta Carnicer emprendió también el viaje, pero fue apresado en Miranda del Ebro (Burgos) y fusilado poco después. Esto permitió a Cabrera, un antiguo seminarista de Tortosa, convertirse en jefe de las fuerzas carlistas en Aragón.7

      Durante la primavera el nuevo caudillo intentó unificar a las partidas rebeldes que operaban por la zona, pero a esto se resistió el Serrador, que había sido nombrado comandante de los reinos de Valencia y Murcia. Pese a ello, sí que logró incorporar a sus fuerzas a las gavillas de Quílez, Forcadell y Torner, con las que recorrió los pueblos para reclutar combatientes y conseguir suministros. Al aumentar sus fuerzas consiguió resistir los ataques de Nogueras en Alloza (Teruel) y apoderarse posteriormente de Caspe, donde obtuvo un importante botín.8

      Pero fue en verano cuando la situación experimentó un cambio radical. Las autoridades liberales, creyendo que la rebelión estaba controlada, habían sacado tropas de la zona para enviarlas al País Vasco y Navarra, donde la situación era preocupante para las fuerzas gubernamentales. Además, en esa época se produjeron motines progresistas en las principales ciudades, que fueron acompañados por ataques contra la iglesia y que ayudaron a reforzar el carlismo, que hasta entonces contaba con pocos apoyos en la zona. A esto contribuyó mucho la dureza de los liberales con los que habían apoyado la monarquía absoluta, muchos de los cuales fueron acosados, multados, confinados o encarcelados. De esta manera, numerosas personas que no se planteaban tomar las armas o que hubieran aceptado un liberalismo conservador acabaron abandonando sus hogares para unirse a las fuerzas del pretendiente.9

      Esto permitió a los carlistas obtener grandes victorias a partir de julio, en parte facilitadas por la inactividad del general Sociats, jefe liberal en Valencia, que, debido a una enfermedad que padecía, apenas hacía la guerra a los rebeldes.10 De esta manera Cabrera aplastó a una columna enemiga en La Yesa (Valencia), para entrar después en Segorbe y vencer en La Jana (Castellón) a las fuerzas de Decref. Más tarde se dirigió a Rubielos de Mora (Teruel), donde exterminó a la milicia del pueblo, lo que le permitió hacerse con el control de la comarca. Por esas fechas Quílez se unió al Serrador, que también había incrementado sus fuerzas de forma considerable. Con unos 1.650 hombres los dos jefes rebeldes entraron en Villarreal, derrotaron a una columna liberal y rindieron los destacamentos de once pueblos, casi todos ellos en la provincia de Castellón. Todos estos éxitos pusieron en manos de los rebeldes más de mil fusiles, con los que pudieron armar a muchos de los voluntarios que acudían a sus filas.11 La mayoría de ellos eran campesinos y artesanos empobrecidos por veinte años de crisis económica, que veían en la guerra una forma de ganarse la vida y que perdieron el miedo a sumarse a la revuelta, al empezar a ver como posible una victoria carlista.12

      Mientras tanto Cabrera empezó a organizar a sus hombres en batallones y en divisiones, de modo que se asemejasen lo máximo posible a un ejército regular. Además, se crearon en los puertos de Beceite (Teruel) las primeras fortificaciones carlistas, donde se instaló un hospital, así como fábricas de uniformes y municiones. En octubre el jefe rebelde logró en Alcanar (Tarragona) una importante victoria, frente a una columna de milicianos de Vinaròs. Después de esto reunió a todas las partidas para atacar Alcañiz, aunque no consiguió conquistarla, debido a la tenaz defensa que hicieron de ella los liberales. El tortosino emprendió entonces una marcha hacia Teruel, pero al no poder tomarla se dirigió hacia Castilla la Nueva a fin de conseguir suministros, con una gran partida de 4.400 hombres. Sin embargo, el gobierno mandó contra él un numeroso ejército, al mando del general Palarea, que le infligió, el 15 de diciembre, una severa derrota en Molina de Aragón (Guadalajara). A la gran cantidad de bajas que sufrieron los carlistas hubo que añadir las numerosas deserciones y la pérdida de gran parte del armamento, que dejó a las fuerzas rebeldes en una situación muy delicada.13

      Por suerte para los carlistas, el gobierno liberal cometió de nuevo el error de retirar fuerzas del frente valenciano-aragonés, para reforzar a sus tropas en Navarra y Cataluña. Esto permitió a los partidarios de don Carlos pasar de nuevo a la ofensiva, sorprendiendo a una columna enemiga en el puente de Alcance, a poca distancia de Tortosa. Por esas fechas Cabrera hizo fusilar a los alcaldes de Torrecilla y Valdealgorfa (Teruel) por colaborar con el enemigo. A esto respondió el brigadier Nogueras, comandante liberal en el Bajo Aragón, organizando el fusilamiento de la madre del jefe rebelde, que hacía meses que estaba prisionera en Tortosa. Este asesinato tuvo lugar el 16 de febrero de 1836 y llevó a su hijo a tomar represalias, haciendo fusilar a varias mujeres que tenía presas y que eran esposas o hijas de militares liberales.14

      Poco después


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