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El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840). Antonio Caridad SalvadorЧитать онлайн книгу.

El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840) - Antonio Caridad Salvador


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también hubo mercenarios entre las fuerzas isabelinas, como el regimiento de Oporto, que estaba formado por alemanes, británicos y portugueses, y que participó en numerosas acciones de guerra en el País Valenciano. Se llamaba así por haber servido en Portugal durante la guerra civil que poco antes había asolado dicho país. Estas fuerzas eran muy indisciplinadas, ya que a menudo recurrían al saqueo y se amotinaban cuando no se les pagaba la soldada. Por último hay que mencionar a los carabineros de costas y fronteras, un cuerpo policial encargado de la represión del contrabando, y que también se dedicó a combatir a los carlistas.53

      Además del ejército los liberales contaban con milicias, que numéricamente eran mucho más importantes. La principal era la milicia urbana, creada en 1834 y que, tras cambiar su nombre por el de guardia nacional, acabó llamándose milicia nacional. El gobierno quería que esta nueva fuerza estuviera formada sólo por personas “respetables”, con un cierto nivel económico que les acercara a las ideas liberales. Por ello se exigió a los milicianos una renta mínima y que se pagaran su uniforme. No obstante, con estos solo no fue suficiente, por lo que se acabó reclutando a muchos que no cumplían estas condiciones. Además, tampoco bastó con los voluntarios, lo que llevó al reclutamiento forzoso, que fue el que proporcionó la mayor parte de los milicianos. Por otra parte, el predominio progresista en esta fuerza armada se convirtió en un problema para los gobiernos moderados, ya que llevó a la milicia a protagonizar numerosos motines en las ciudades, exigiendo cambios de gobierno o represalias contra los prisioneros rebeldes.54

      Otro tipo de milicias fueron los cuerpos francos, también llamados “peseteros” porque cobraban una peseta al día. Su existencia fue regulada en 1834 y funcionaban como guerrillas liberales, que actuaban en grupos reducidos, atacando a pequeños grupos enemigos. Eran todos voluntarios, atraídos por la paga, y que, al contrario que la milicia nacional, solían ser de origen humilde, especialmente jornaleros. Eran financiados por los ayuntamientos, normalmente con vecinos de la zona, por lo que sólo se formaban en las comarcas donde operaban grupos carlistas de los que hubiera que protegerse.55

      Todas estas fuerzas se organizaban en compañías y batallones, al igual que el ejército regular, donde había además regimientos. Estos últimos se dividían en varios batallones y podían ser provinciales o de línea. Los primeros eran más numerosos y se formaron durante la guerra, con oficiales que venían de la vida civil, salvo el jefe de la unidad, que era el único profesional. En cambio los segundos ya existían en tiempo de paz y contaban con una oficialidad que había pasado por las escuelas militares.56 Estos dos tipos de regimientos se encuadraron en divisiones, con las que en 1836 se creó el ejército del centro, para unificar las fuerzas que operaban en Valencia y Aragón. Normalmente el ejército liberal funcionaba dividido en columnas de entre 500 y 2.000 hombres, que se dedicaban a perseguir a los carlistas o a acudir en ayuda de las localidades atacadas por el enemigo. Pero también dejaban destacamentos más pequeños en poblaciones estratégicas o en pueblos amenazados a menudo por los rebeldes. Sin embargo, en 1835 muchos de estos destacamentos sucumbieron ante las fuerzas carlistas, lo que llevó a las autoridades a concentrarlos en menos localidades, para que pudieran defenderse mejor.57

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      El ejército liberal en campaña

      Muy diferente era la función de las milicias, que tenían una movilidad mucho más reducida. La más numerosa era la milicia nacional, que existía en la mayoría de las poblaciones, aunque estuvieran lejos del territorio donde operaban los rebeldes. Sus miembros realizaban patrullas de vigilancia por turnos, lo que permitía a la mayoría dedicarse a sus oficios, movilizándose sólo en caso de peligro. Cuando se acercaban fuerzas rebeldes podían realizar batidas, si se trataba de fuerzas pequeña, o refugiarse en la iglesia en espera de ayuda del ejército, si eran atacados por un grupo numeroso. No obstante, lo más habitual era que los milicianos no hicieran nada de esto, pues muchos de ellos lo eran a la fuerza y no tenían interés en arriesgar su vida por algo que les importaba bien poco. Otras veces eran adictos a la causa de la reina pero eran muy pocos o no tenían apenas armas para enfrentarse a sus enemigos. Por eso sólo ofrecían resistencia en localidades grandes o fuertemente liberales, donde el riesgo de combatir a los rebeldes era menor. Esto permitía a los carlistas entrar sin problemas en la mayoría de los pueblos, sin encontrar oposición por parte de la milicia.58

      Los cuerpos francos eran más móviles y solían operar en grupos denominados “partidas volantes”, normalmente dentro de la misma comarca. No se dedicaban a defender pueblos, sino a realizar labores de exploración y a atacar a pequeñas partidas o convoyes enemigos, a veces en combinación con la milicia nacional. No obstante, a menudo no eran más que grupos armados que, con la excusa de hacer la guerra a los carlistas, recorrían los pueblos cometiendo robos y otros excesos.59

      Pero volvamos con el ejército liberal, a fin de ver cómo era su abastecimiento y equipamiento. Lo más habitual era que se abastecieran exigiendo raciones a los pueblos, dando después los recibos oportunos para que los municipios recibieran después el dinero. No obstante, esto no siempre se hacía y, aunque así fuera, las probabilidades de cobrar el dinero a un estado en guerra y escaso de recursos eran bastante limitadas. Por eso a menudo los soldados no encontraban raciones y recurrían al saqueo y a la violencia para conseguir alimentos. Al mismo tiempo, la pobreza del erario público obligaba a muchos municipios fortificados a mantener a su costa a las guarniciones del ejército, lo que suponía una carga insoportable para una población empobrecida por la guerra. Además, para transportar los suministros los liberales utilizaban mulas confiscadas en los pueblos, obligando a sus dueños a acompañarles durante la marcha. Esto se denominaba “servicio de bagages” y suscitaba muchas quejas de los ayuntamientos, ya que a menudo no se pagaba ni se daba alimento a los bagajeros, como estaba estipulado.60

      Otras veces, sobre todo cuando se necesitaban grandes cantidades de suministros, se pedían las raciones a la diputación más cercana o se recurría a un contratista privado que proporcionaba los alimentos a cambio de un pago por parte del gobierno. Pero esto tampoco funcionaba muy bien y en alguna ocasión se tuvo que suspender una campaña por no haber llegado los suministros contratados. De todas maneras, el dominio del mar y de las principales ciudades por parte del gobierno hacía que el hambre no fuera un problema tan grave como entre las carlistas.61

      En cuanto a las armas, no parece que el ejército liberal tuviera problemas de equipamiento, debido al abundante armamento que le suministró Gran Bretaña. Los que sí tenían escasez eran los milicianos nacionales, que muchas veces no disponían de suficientes fusiles (o munición) para defender los pueblos. Por otra parte, el ejército tuvo muchos problemas con el vestuario, ya que a menudo las tropas andaban descalzas o con uniformes en mal estado. Esto se debía a las agotadoras marchas que realizaban en persecución de los carlistas, a menudo por zonas de montaña, que destrozaban rápidamente las alpargatas y los pantalones de los soldados liberales. El estado de su ropa era tan lamentable que a veces se organizaban colectas, en las que los ciudadanos aportaban dinero de forma voluntaria, a fin de mejorar el equipamiento de estas fuerzas.62

      Otro problema para las tropas de la reina era la escasez de noticias sobre los movimientos del enemigo. Los ayuntamientos estaban obligados a informar al ejército en caso de movimientos rebeldes, pero esto muchas veces no se cumplió, por miedo a las represalias carlistas. De hecho, no era raro que un paisano fuera apaleado por llevar un pliego de un alcalde para un comandante cristino o que un alcalde fuera fusilado por informar a las tropas de la reina. Esto hizo que, a partir de 1836 los liberales empezaran a ir escasos de informes de los pueblos, lo que les exponía a sorpresas por parte de sus enemigos, de los que a menudo ignoraban su paradero.63

      De todas maneras, el control de las principales ciudades fue una gran ventaja para las fuerzas gubernamentales, ya que allí podían descansar sus tropas sin ningún peligro, al tiempo que tenían allí su administración y sus almacenes, así como sus hospitales y depósitos de prisioneros. El trato dado a estos últimos era muy malo, ya que pasaban hambre a menudo, se encontraban hacinados y a veces podían morir fusilados si se producían ejecuciones de cautivos liberales. Además, muchos de ellos fueron deportados a Cuba o Puerto Rico, algo que


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