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El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840). Antonio Caridad SalvadorЧитать онлайн книгу.

El ejército y las partidas carlistas en Valencia y Aragón (1833-1840) - Antonio Caridad Salvador


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en el tema, se hace necesario aclarar algunos términos, especialmente los que aparecen en el título de este libro. ¿Qué es exactamente un ejército? ¿En qué se diferencia de una partida? ¿Se puede considerar un ejército a las fuerzas de Cabrera? La historiografía no ha entrado mucho en las dos primeras cuestiones, pero sí que hay un consenso en que llegó a haber un ejército carlista en Valencia y Aragón. Esto ya lo defendieron los primeros que escribieron libros sobre la guerra carlista, en la década de 1840, independientemente de su ideología política. De esta manera, los autores de Panorama español sostenían que las antiguas “hordas” de Aragón y Valencia se habían convertido, en 1836, en las divisiones del “ejército” de Cabrera.65 En el mismo sentido, aunque situando después este proceso, se posicionaba Wilhelm von Rahden, quien afirmaba que, tras la toma de Morella (en enero de 1838), Cabrera pasó de ser un caudillo guerrillero a convertirse en el jefe de un ejército.66 Lo mismo decía Dámaso Calbo y Rochina, cuando escribía que en enero de 1838 el “ejército” de Cabrera constaba de 19 batallones y 9 escuadrones.67 Posteriormente otros autores, como Boix, Pirala, Flavio y Romano, ratificaron este punto de vista.68

      Más sistemático fue Melchor Ferrer, quien afirmaba que llegó a haber tres ejércitos carlistas en España: el del Norte, el de Cataluña y el de Valencia y Aragón.69 En el mismo sentido se pronunció, a principios de los años 90, Alfonso Bullón de Mendoza.70 Y últimamente esa ha seguido siendo la interpretación que ha dado la historiografía. Antonio Manuel Moral y Carlos Canales, por ejemplo, continúan defendiendo la existencia de los mismos tres ejércitos que mencionaba Ferrer.71 También Pedro Rújula clasifica así a las tropas de Cabrera, al afirmar que sus medidas organizativas le dieron la estructura y la apariencia de un ejército.72 Y lo mismo sostienen Núria Sauch y Javier Urcelay, procedentes de campos muy diferentes, pero que han escrito sus obras hace relativamente poco tiempo.73 Además, no parece que esto sea un tema de discusión, puesto que no he encontrado a ningún autor que defienda la postura opuesta.

      ¿Pero qué es realmente un ejército? ¿Cuándo se deja de ser un grupo guerrillero para convertirse en una fuerza regular? Bajo mi punto de vista habría cuatro requisitos que se deberían cumplir para poder catalogar como “ejército” a un grupo armado. El primero de ellos sería el disponer de una organización militar, a base de divisiones, batallones y compañías, que a su vez deberían estar dirigidas por una serie de jefes organizados jerárquicamente (brigadieres, coroneles, comandantes...). El segundo sería disponer de un número significativo de tropas uniformadas, a fin de dar una apariencia externa de que se está ante un ejército organizado. El tercero contar con armamento pesado (es decir, artillería), lo que permitiría conquistar las plazas fuertes del adversario. Y por último disponer de puntos fortificados, a salvo de ataques enemigos, y en los que podría desarrollarse una cierta infraestructura de retaguardia. Así pues, si se dan las cuatro condiciones estaríamos ante un ejército. Si no se cumple ninguna (o sólo una) nos encontraríamos con un grupo guerrillero. Y si se dan dos o tres estaríamos ante una fuerza de transición, en vías de convertirse en un ejército regular.

      Ahora lo que cabe preguntarse es si las fuerzas carlistas de Valencia y Aragón cumplían estas condiciones. Pues bien, cuando empezó la guerra en el Maestrazgo se intentó crear algo parecido a un ejército organizado, utilizando para ello la plaza fuerte de Morella y la organización militar de los voluntarios realistas. No obstante, al poco tiempo se perdió la única fortaleza de que disponían, a lo que siguió el desastre de Calanda y el fusilamiento del barón de Hervés, con lo que el carlismo valenciano-aragonés quedó reducido, durante mucho tiempo, a unos cuantos grupos de guerrilleros. Así siguieron las cosas hasta que en marzo de 1835 Cabrera sustituyó a Carnicer al mando de la comandancia general de Aragón. Entonces el nuevo caudillo hizo valer su fuerte personalidad para unificar las principales partidas y diseñar una incipiente organización. Tres meses más tarde creó las primeras divisiones, que se dividieron en batallones y compañías, empezando así a dar un aspecto más militar a su fuerza.

      Al año siguiente continuó este proceso, al fortificarse Cantavieja, que durante varios meses se convirtió en la única plaza fuerte del carlismo valenciano-aragonés. No obstante, los rebeldes sufrieron un importante revés en octubre, cuando el general San Miguel la reconquistó, privando a los carlistas de su principal base de operaciones. Y aunque había algunos reductos rebeldes en los puertos de Beceite, estos también fueron destruidos por las tropas de la reina, aprovechando la ausencia de Cabrera, que se había incorporado a la expedición de Gómez.

      Pero en cuanto volvió el caudillo catalán, las cosas empezaron a mejorar para los carlistas valenciano-aragoneses. En 1837 se generalizó el uso de la boina y se empezó a uniformar a algunas unidades. Además, en abril se recuperó Cantavieja, lo que permitió a los rebeldes empezar a contar con una importante cantidad de piezas de artillería, que habían sido capturadas allí. Al mismo tiempo, la nueva plaza fuerte volvió a ser un punto seguro para las fuerzas de Cabrera, siendo utilizada para acoger una fábrica de cañones, un depósito de prisioneros, un hospital militar, la redacción de un periódico y otras muchas instalaciones. Algo parecido se hizo en Mirambel (Teruel), donde se situaron las oficinas de la junta carlista. Todo esto se vio reforzado durante 1838, con la toma de la Morella y la construcción de gran cantidad de fortificaciones, que estaban guarnecidas por varios miles de soldados rebeldes.

      Por otra parte, en julio de 1837 el caudillo catalán prosiguió su tarea centralizadora, eliminando al Serrador, único dirigente importante que no le obedecía, y haciéndose así con el control del carlismo valenciano. Lo mismo hizo con la administración rebelde, imponiendo su autoridad sobre la junta nombrada por el pretendiente, que acabó convirtiéndose en una corporación totalmente controlada por él. Toda esta centralización, que no tuvieron, por ejemplo, los carlistas catalanes, permitió a Cabrera crear un pequeño estado en las montañas del este de España, hasta que el convenio de Vergara marcó el inicio de su fin, en agosto de 1839. Por todo ello, considero que los carlistas de Valencia y Aragón sí que llegaron a crear un auténtico ejército, aunque no desde el principio de la guerra. De esta manera, se pasaría de unas fuerzas de transición (1833), a unas partidas guerrilleras (1833-1836), para volver después a unas fuerzas de transición (1836-1838), que acabarían convirtiéndose en un ejército regular (1838-1840).

      Pero la existencia de un ejército organizado no hizo desaparecer a muchas partidas carlistas, que siguieron actuando por su cuenta durante toda la contienda. No obstante, una vez el caudillo catalán se hizo con el control de la situación, los grupos más importantes se integraron en su ejército y sólo permanecieron independientes las pequeñas gavillas, formadas por menos de cien combatientes. Estos grupos no tenían ya ninguna influencia en el desenlace de la guerra, pero afectaban mucho a la vida cotidiana de la población, ya que se dedicaban al pillaje y a las venganzas personales, combatiendo a las tropas de la reina sólo cuando no les quedaba más remedio. Por eso el carlismo real de estas pequeñas fuerzas es bastante discutible, ya que no podían hacer gran cosa contra el ejército isabelino y sí, en cambio, que sus integrantes pudiesen sacar algún provecho de la guerra.

      Una vez dicho esto, corresponde pasar al análisis pormenorizado del ejército y las partidas carlistas, que empezaré con la organización militar, para pasar después a los aspectos logísticos y terminar con el funcionamiento de la retaguardia rebelde. Todo este recorrido nos permitirá entender por qué los carlistas llegaron a ser un enemigo tan importante para el gobierno liberal, máxime cuando partían de una posición tan poco favorable.

      1 Sobre las reformas liberales véase Artola, M., Antiguo régimen y revolución liberal, Barcelona, Ariel, 1978, Aróstegui, J., “El carlismo y la guerra civil” y Tomás y Valiente, F., “La obra legislativa y el desmantelamiento del antiguo régimen” en J. M. Jover (dir), Historia de España. La era isabelina y el Sexenio Democrático (1834-1874), Madrid, Espasa Calpe, 1996. Sobre las diversas interpretaciones del carlismo véase Solé, J. M. (dir.), El carlisme com a conflicte, Barcelona, Columna edicions, 1993 y Canal, J., El carlismo. Dos siglos de contrarrevolución en España, Madrid, Alianza Editorial, 2000.

      2 Milicia absolutista creada en 1823 por Fernando VII para combatir el liberalismo. Fue disuelta en 1833 al decantarse


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