Mosaico transatlántico. AAVVЧитать онлайн книгу.
et un air froid”, escribe Alexis de Tocqueville en De la democratie en Amérique, de 1835 (1961: II, 245 y 307), uno de los textos fundadores del estereotipo del norteamericano, junto con la novela de Gustave de Beaumont, Marie ou L’esclavage aux État-Unis (1835).
12 En la novela de Beaumont el viajero, narrador de los acontecimientos, afirma categóricamente: “Il y a, aux Etats-Unis, deux choses d’un prix inestimable, et qui ne se trouvent point ailleurs: c’est una société neuve, quoique civilisée, et une nature vierge. De ces deux sources fécondes découlent une foule d’avantages matériels et de jouissances morales” (1840: 25).
13 Esta experiencia provoca en el joven criollo una reflexión sobre la esclavitud en relación con su patria: “En el campo de este país tiene el cubano mucho que admirar: siempre se camina sobre una tierra pésima, i cubierta sin embargo de excelentes frutos, merced al buen cultivo i a la continua mejora de utensilios, mejoras que tienden siempre a la disminución de brazos i de fatiga i que da lastima no se introduzcan en la isla de Cuba ¿Por qué no ha de ser esta una de las bases para desterrar de nuestro seno esa multitud de esclavos que nos está amenazando? ¿Por qué no se trata de disminuir el número de brazos? Entonces pocos serán los que vengan, i como naturalmente la escasez aumentará los precios, las compras no deberán ser tan numerosas” (Guiteras, 2010: 53). Este problema se convierte en un asunto sobre el que reflexiona el autor en Un invierno en Nueva York, y que precisa un amplio estudio.
14 Los hermanos Guiteras contribuyeron en su proyecto educativo a la formación de las mujeres. Así, en 1847, Pedro José Guiteras, el hermano mayor de Antonio y Eusebio, escribió el informe “Influencia de la mujer en la sociedad cubana, el estado de su educación y los medios para mejorarlo y extenderla”, en el que defendía la necesidad de la educación femenina, en palabras del autor, “para proporcionar a aquellas una instrucción primaria sólida, que habituándolas a pensar y analizar facilite a su entendimiento y a su corazón todos los auxilios que concurren a formar una educación intelectual y moral” (en Páez Morales, 2014). En ese mismo año se abrió “La Empresa y colegio de niñas Santa Teresa de Jesús”, donde fue profesor Antonio Guiteras. Por su parte, Eusebio Guiteras publicó en revistas femeninas artículos en los que abogaba por la igualdad de la capacidad intelectual de hombres y mujeres. Así, en “Lo que dicen las tijeras” puede leerse: “Cree que la cabeza de una mujer es la misma capacidad que la de un hombre y por consiguiente puede contener cosas que los hombres aprenden y las mujeres no” (en Páez Morales, 2014).
15 Beaumont anota en su Marie, respecto de la educación de las mujeres: “La trait le plus frappant dans les femmes d’Amerique, c’est leur supériorité sur les hommes du même pays. L’Américain, des l’àge le plus tendre, est livré aux affaires : à peine sait-il lire et écrire qu’il devient commerçant : le premier son qui frappe son oreille est celui de l’argent ; la première voix qu’il entend, c’est de l’intérèt ; il respire en naissant une atmosphère industrielle, et toutes ses premières impressions lui persuadent que la vie des affaires est la seule qui convienne à l’homme” (1840: 337-338).
16 Nótese, no obstante, la radical distancia que existe entre la realidad que contempla Guiteras y la que retrataba en 1835 Beaumont : “La vie sédentaire et retirée des femmes, aux État-Unis, explique, avec les rigueurs du climat, la faiblesse de leur complexion ; elles ne sortent du logis [...] Telle est cette vie de contraste, agitée, aventureuse, presque fébrile pour l’homme” (1840: 338).
Las estadounidenses visitan España. La literatura de viajes entre el testimonio y la mercancía (1883-1914)1
Mauricio Zabalgoitia Herrera Ibero-Amerikanisches Institut (Alexander von Humboldt Stiftung)
I am so very old that my past is wrapped in a thick veil of myth and tradition, but I think I must be Spanish, for I am never without a fan and mantilla.
Merrydelle Hoyt, Idilios mediterráneos, 1914
Con la dinamización de los mercados y el nuevo orden mundial que instaura la industrialización europea, el viaje burgués adquiere un sentido múltiple. No sólo se consolida la figura del viajero de negocios, que en muchos casos es una forma “civilizada” de nombrar al antiguo colono, sino que familias inglesas o estadounidenses con la vida material resuelta comienzan a viajar y a explorar los exóticos espacios “no del todo” civilizados de Europa, América, África y Asia.
Uno de estos, y que por su situación geográfica adquirió una notable fama, fue la tradicional y antigua España. A ella viajaron no sólo numerosos extranjeros con sus familias para experimentar los placeres de lo arcaico y desconocido, sino un nutrido grupo de profesionales de un género en ascenso: el relato de viajes. Beatriz Ferrús explica cómo se trata de “un momento de notable repercusión para la historia de las relaciones entre España, Norteamérica e Hispanoamérica, que coincide con los procesos de descolonización y la formación de los estados nacionales, al tiempo que con la aparición de los grandes procesos neocoloniales” (Ferrús, 2011: 13). En esta estimulante experiencia, fueron muchas las mujeres que, solas o acompañadas, emprendieron una tarea mucho más compleja. Una tarea ligada a la fantasía, además de a los fines del texto que las provocaba: describir, informar, comparar y, en algunos casos, invitar al lector (o lectora) a viajar. Estas mujeres desempeñaron dicha labor según los preceptos cientificistas de un género “de lo real”, y, a su vez, ensayaron y confrontaron más vívida y creativamente una visión de sí mismas —y de las reglas, normas y leyes de su cultura civilizada—, desde una posición aventajada: la de estar entre dos —o más— mundos, idea sobre la que volveremos más adelante.
Acaso vale decir ahora, en términos prácticos, que estas esposas o solteras recorrieron de norte a sur y de este a oeste la pintoresca España —aunque no siempre resultara serlo—, y que al hacerlo “desafiaron su destino simbólico, haciendo suya la palabra que había de nombrar al otro” (Ferrús, 2011: 14; cursivas en el original). En esa afrenta al orden simbólico se liberan y nombran espacios no del todo visibles o experimentados por el punto de vista letrado masculino; y nuevas formas de fetiche y mercantilización se abren paso desde el imparable poder del capital, si pensamos en las consabidas definiciones de Marx. A este respecto, no olvidemos que nos encontramos en el siglo que instaura el liberalismo y que marca el cambio de un orden económico a otro, y que en el caso de España va de la posesión de tierras y linajes a la circulación de mercancías y del dinero como nueva fuerza. En este contexto, el viaje, como quintaesencia finisecular del mundo moderno, global y en movimiento, e interconectado por sorprendentes formas de comunicación y transporte, se convierte en los relatos de escritura femenina en un sofisticado material de las sociedades ricas; y su marca de género, su desviación del punto de vista masculino, lo distingue de los textos al uso de su clase.
En las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX, la literatura de viajes ya se encuentra bien instaurada como un uso y disfrute de las sociedades burguesas e industrializadas. En un cambio de siglo en el que las coloridas mercancías mostradas por estos textos híbridos no están al alcance de todos, el consumo de esta literatura se dispara. Y frente al naturalista, que no deja de ser un esteta romántico (Ferrús, 2011: 17), la naturalista romántica abre, a su vez, espacios nuevos para fantasear y desear. Esos espacios, en el caso de España como referente real o transformado, constituían no una lejanía imposible e inalcanzable, como las de Asia o las antípodas, sino un mundo embrujado por la tradición, pobre pero exótico, romántico en diversas maneras, aunque sobre todo cercano. Y si esta experiencia era vivida por mujeres que contrastaban con los “ángeles de los hogares” victorianos, los fetiches aumentaban con llamativas y deliciosas posibilidades. Susan Hale, Katherine Lee Bates y Merrydelle Hoyt son tres estadounidenses que configuran un marco temporal destacado, el del cambio de siglo.
Susan Hale, ca.1865
Katherine Lee Bates
Como