Memorias de un cronista vaticano. José Ramón Pin ArboledasЧитать онлайн книгу.
hacer porque ya somos capaces de autodefinirnos y llegar a ser lo que queramos, tanto individual como colectivamente. Es cuestión de esfuerzo científico, voluntad liberadora y organización social. La tecnología lo hace posible.
No importa lo que fuimos cada uno de nosotros al nacer: varón o hembra, pobre o rico, de una raza o de otra, con unas capacidades físicas u otras... Podemos ser lo que queramos independientemente de ese Dios, que no sabemos si existe, ni nos importa; también podemos olvidarnos de nuestra alma, un mito que nadie vio, y podemos independizarnos de la tiranía de nuestra naturaleza. Hemos llegado a la cima de la humanidad. Eso nos libera y nos liberará de cualquier limitación. Incluso es posible que dentro de poco nos liberemos del tiempo; viviremos lo que deseemos, seremos transhumanos. Una nueva especie auto-poderosa. Nos dominaremos a nosotros mismos y dominaremos la naturaleza. Ese nivel de libertad absoluta es el que os ofrezco, para…».
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Por supuesto tenía detractores. Muchos de tipo político, otros encarnados por personas con creencias religiosas, aunque algunos también buscaban compaginar su pensamiento tradicional con la nueva propuesta ideológica.
Los opuestos a esta ideología eran partidos de corte socialista que acusaban al PHL de permitir desigualdades sociales en aras de la pretendida libertad. También se oponían al PHL los partidos políticos de raíz demócrata porque decían que no respetaba la naturaleza de la persona y eso se acabaría pagando por ser irreal. El nuevo movimiento, el Humanismo Natural, llamaba a volver a los orígenes de la humanidad y respetar la naturaleza, porque no se sabía a dónde llevaba el Humanismo Liberador.
La teología católica chocaba con las ideas del Humanismo Liberador. Algunos teólogos, llamados progresistas, hacían esfuerzos para intentar una renovación de su pensamiento y converger con esta nueva ideología. Pero los dogmas fundamentales de la Iglesia rechazaban sus principios básicos, como el ateísmo o agnosticismo, en relación a la existencia de Dios o la negación de un alma inmortal.
Los más famosos teólogos equipararon las afirmaciones del PHL al grito de Lucifer, el Ángel del Mal, cuando se rebeló contra Dios y dijo: «¡No servían!» (No serviré). Un acto de soberbia contra Dios, el espíritu humano y la propia naturaleza. Eso hizo que el PHL fuera combativamente laicista en su ideología, especialmente contra la Iglesia católica, y radical en la defensa de la libertad contra cualquier limitación, que ellos consideraran un obstáculo. Por eso estaban contra los conceptos de Dios, el espíritu o alma y la ley natural.
Para el PHL, el capitalismo y el mercado eran las estructuras más eficientes en la organización económica. Las administraciones públicas tenían como objetivo ayudar a los menos favorecidos. Para ello pretendía crear un complejo sistema de tributos, que de momento no estaba dando los resultados previstos, aunque se esperaba que fuera siendo cada vez más eficiente, hasta no dejar a nadie desprotegido.
Sus dirigentes reconocían que eso tardaría un tiempo y que mientras tanto habría situaciones de injusticia, el precio a pagar por el progreso. Sus partidarios pensaban que el periodo entre el inicio de la liberación y el estadio final de liberación total era un sacrifico temporal hasta su implantación total. En este aspecto, la ideología del Humanismo Liberador también era criticada como insolidaria por utópica, al buscar una sociedad final que nunca llegaría, mientras muchos sufrirían. Estos detractores del HL alegaban que eso pasó con el comunismo soviético durante el siglo XX y al final Rusia volvió a su alma de siempre sin alcanzar su imposible utopía. Randia era una utopista.
Randia se casó con otro activista del PHL y tenían dos hijos. Su fuerza como política era reconocida incluso por sus contrarios más radicales. Lo mismo que su honestidad y congruencia entre su ideología y su vida personal. Su familia seguía viviendo en una zona de clase baja en el Bronx neoyorquino. Los vecinos hablaban con ella tanto visitando su casa como cuando algún fin de semana iba al supermercado a comprar, ella misma, para cocinar en su pequeño apartamento.
Era una mujer extraordinaria. Se veía que cuidaba tanto su mente como su físico porque aparentaba inteligencia y fortaleza dentro de un cuerpo proporcionado y sano. Su peinado a la última moda resaltaba sus rasgos medio asiáticos o medio latinos, que le daban un aspecto atractivo y exótico.
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Llegó a la hora convenida en taxi aéreo y descendió del mismo con un traje de corte varonil y a la vez muy femenino. En la terraza de la Nunciatura la esperábamos y la introdujimos, sin más ceremonias, en el comedor de invitados.
Comimos una excelente lasaña, regada con un buen vino chianti, finalizada con un tiramisú y un café expreso muy cargado y con su espuma color avellana. Durante la comida solo se habló de temas personales, de la hija de Randia y sus estudios, y de gastronomía. Al final Randia se dirigió de manera directa a mi persona:
–Espero que monseñor Illibrando (no utilizaba el nombre de Calixto X, ni Santidad para referirse al papa), que no procede de la rancia casta romana, estará a favor de conceder el acceso al sacerdocio a las mujeres y quitar el celibato para los ordenados.
Continuó, mirándome con ojos interrogatorios:
–La Iglesia católica es la única confesión que aún no reconoce la igualdad de género y tiene ministros de culto célibes. Ahora, que casi todos los embarazos se realizan fuera del claustro materno en las clínicas de fertilidad y laboratorios, no veo qué impedimentos hay para dar el paso definitivo.
La interrumpí y dije:
–Estimada secretaria, ya sabe que la tradición, una de las fuentes de nuestra doctrina, siempre ha dicho que el ministerio sacerdotal es exclusivo de los varones. El celibato ha sido una medida que ha ayudado a mantener la dedicación sacerdotal al servicio de los fieles. Aunque hay ritos católicos que no lo tienen por una cuestión de gobierno práctico.
Antes de que me interrumpiera continué:
–Usted misma puede comprobar que en la Iglesia la influencia femenina es total. Aparte de que muchas mujeres ejercen cargos de alta responsabilidad, la Virgen María es venerada como mujer y madre desde el principio. No se puede acusar a la Iglesia de misoginia. Si estudia la historia antigua de las religiones verá que el cristianismo fue decisivo en la liberación de la mujer.
Entonces me cortó con voz pausada:
–Veo, estimado cronista, como creo que le llama monseñor Illibrando, que sus posiciones no cambian a lo largo de siglos, y eso me preocupa. No sería partidaria de que se ofreciera la tribuna del Parlamento a quienes no se alinean con los principios que defiende el Humanismo Liberador que han conducido a la paz mundial de la que gozamos. Una cosa es permitir la libertad de conciencia y otra facilitar la palabra a quienes quieren subvertir la teoría que soporta todo nuestro bienestar.
Pregunté:
–Randia. ¿Me permite que la llame así, secretaria?
Randia respondió:
–Por supuesto.
Cogí la palabra y añadí:
–Lo del bienestar es discutible. En varias partes de nuestro planeta el índice de pobreza es alarmante; las guerras locales, a pesar de la fuerza policial global, siguen proliferando; la adición a la droga abunda en muchas zonas y la xenofobia se ha instalado en los países más ricos. Amén de sitios en los que no se han erradicado muchas enfermedades que, por ejemplo aquí en NY, se olvidaron hace más de trescientos años.
Había cogido carrerilla y seguí:
–La Iglesia es consciente de ello y de ahí su labor asistencial y de ayuda. ¿No es posible que las teorías del Humanismo Liberador, que tienen muchas virtudes, encierren en sí mismas algunos principios que fomentan el egoísmo y tengan efectos perversos? Después de casi dos siglos de su instalación oficial, muchos de los problemas de la humanidad siguen sin resolverse. ¿No es hora de realizar un examen crítico para ver si algunos de sus postulados no son tan correctos cómo piensan?
Randia replicó:
–Estimado cronista, no dudo de que la