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¡Viva Cataluña española!. José Fernando Mota MuñozЧитать онлайн книгу.

¡Viva Cataluña española! - José Fernando Mota Muñoz


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El RCD Español se convirtió en el símbolo y el fútbol en un medio de expresión, captación y defensa de su españolismo de forma pública y notoria.

      Entre los fundadores de la Peña encontraremos a ultras que ya conocemos, como Poblador, Palau o Batet, y a otros como Ramón López de Jorge, funcionario de prisiones, dirigente y hombre de acción del Sindicato Libre y del Somatén; los hermanos Enrique y José Cátala de Bezzi, este último dirigente de la Juventud de Unión Patriótica y miembro de la junta upetista del Distrito IV; al joven madrileño Antonio Correa Salvá, antiguo alumno del Orfeó Català; los hermanos burgaleses Ramon y Tomás Valderrama Bercedo o el lampista oscense Gaspar de la Peña Asó, miembro de la junta del intervenido CADCI y posteriormente presidente del Sindicato Libre de Productos Químicos y del de Metalúrgicos. A muchos los reencontraremos más adelante; la mayoría son entonces jóvenes veinteañeros.

      También figuran, entre los promotores de la peña, antiguos jugadores del club, como el reusense Enrique Ponz Junyent, trabajador de Telefónica y miembro del Libre, que había jugado en el Español siguiendo los pasos de su hermano Ángel, un delantero que figuraba en la plantilla del equipo fundacional, autor del primer gol del club. Otro hermano, José Ponz Junyent, que trabajaba en la agencia Asociación de la Prensa Barcelonesa, era otro destacado ibérico. Otros jugadores miembros de la Peña serán el bilbaíno Patricio Caicedo Liciaga o Carlos Comamala, al que ya conocemos, o el barcelonés Manuel Lemmel Malo de Molina, que tras jugar en el Español había ejercido de árbitro y ayudante del seleccionador español. Precisamente Lemmel había sido agredido en 1921, tras arbitrar un FC Barcelona-Europa, por seguidores culés. Otro ibérico que había sido jugador, del FC Barcelona y del RCD Español, y en 1922 presidente del Colegio de Árbitros, era el navarro Matías Colmenares Errea, licenciado en arquitectura en Barcelona en 1910 y constructor el 1923 del campo del Español. Con estos mimbres se fraguó uno de los colectivos del españolismo bronco más activos de Barcelona durante los siguientes años.

      A pesar del carácter político de muchos de los fundadores, en los primeros tiempos, la Peña Deportiva Ibérica mantuvo básicamente un perfil deportivo. Está dirigida por socios de más edad, sin una militancia tan marcada, aunque abundan los vinculados al tradicionalismo o la Unión Patriótica. Participaban en homenajes a jugadores y tenían incluso un equipo de fútbol que competía contra otras peñas; eso sí, en Can Rabia, como se conocía el estadio del Español, la Peña no pasa desapercibida. Se convirtieron en la facción violenta de la afición perica, protagonizaron peleas con aficionados rivales e incluso acosaron a algunos de los propios jugadores cuando creían que no lo habían dado todo en el campo.

      El 18 de enero de 1926, día previo a un derbi Español-Barcelona, ve la luz La Lucha Deportiva, que lleva por subtítulo «nobleza, sinceridad», que ya conocemos como parte del lema utilizado por los carlistas radicales. Se trata de la primera incursión periodística de José María Poblador, que dirige la revista, y aunque no lo explicita, es portavoz de la Peña Deportiva Ibérica. Con un tono florido y henchido, tan al gusto del españolismo barcelonés, la publicación denunciaba los favoritismos con el FC Barcelona, amenazaba a periodistas e incluía crónicas de partidos de fútbol, rugby y otras secciones pericas. La publicación se muestra orgullosa de la fama que está adquiriendo la Peña: «donde juega el Español hay garrotazos [...] no falla para evitar coacciones de ciertos públicos fanáticos y chillones».

      En junio de 1926 es presidente de la Peña el agente de seguros Juan Cutillas Guerrero. Aficionado a la zarzuela y al boxeo, escribe poesía y es directivo del Boxing Sport Club. A pesar de ser miembro de los Sindicatos Libres, durará poco en la dirección pues, en mayo de 1927, saliendo al paso de los rumores que especulaban con una posible desaparición, la Peña elige nueva junta. El sector «político» cree llegado el momento de hacerse «con la Peña Deportiva Ibérica, cambiar el nombre en Peña Ibérica y extender a más amplios horizontes su actuación».

      Es una renovación total. El nuevo presidente es José María Poblador. En la junta figuran Francisco Palau y Domingo Batet. Esto marca un punto de inflexión. A partir de ahora el ultraespañolismo y el anticatalanismo militante protagonizarán la actuación de la Peña; el tema deportivo irá perdiendo peso y se mezclará más claramente con la política. Los ibéricos tienen así una plataforma política, sin necesidad de crear un nuevo partido, prohibido en tiempos de partido único.

      Igual que La Traza, donde algunos habían militado, los ibéricos habían visto con simpatía la implantación de la Dictadura, pero acabaron alejándose de ella cuando la Unión Patriótica fue copada por los «viejos políticos». Mantendrán con el partido único, donde algunos militan, una relación ambigua; ven con simpatía su política españolista y anticatalanista, su esbozo corporativista, pero la encuentran tibia. La Unión Patriótica, en palabras de Poblador, era «un partido falto de doctrina y de expansión de la juventud». Simpatizan con el dictador, pero no con su Gobierno, ni con el rey, al que nunca han tenido en mucha estima por el origen carlista de muchos de ellos. De hecho, abandonan el monarquismo. Saben que son pocos, pero lo defienden como una virtud. Se consideran, de nuevo como los tracistas, una élite.

      Es entonces cuando estrechan relaciones con otros carlistas disidentes bragados en la acción callejera, con libreños, la mayoría de los cuales, como los ibéricos, se encuentran fuera del carlismo oficial por su apoyo a la Dictadura y su línea españolista. No solo serán militantes de base los que se acerquen a la Peña Ibérica, también se afiliarán dirigentes del Libre como los periodistas Feliciano Baratech o Fernando Ors Martínez.

      En 1928 lanzan una nueva publicación, de nuevo dirigida por Poblador. El 21 de enero, esta vez tras la celebración del derbi, sale La Verdad Deportiva. Según el propio Poblador era un «órgano de la juventud españolista disimulando la deportividad para hacer banderín de lucha españolista». En sus páginas, de nuevo, se denuncia el favoritismo del que disfruta el Barça con «ese nido de cucarachas que se llama Federación». Dejan claro que «el Español Deportivo alberga en su seno a los que por encima de todo ponen su amor a España», un «Club maltratado y zaherido por los ególatras y los judíos, por los tornadizos y los arribistas». Este será el tono de una publicación de la que se conservan pocos números. El último que hemos visto es de 1929. En la revista escriben militantes ibéricos, algunos con seudónimos tan llamativos como Armando K. Morra o T. Fustigo.

      A finales de ese año de 1928, el grupo decide legalizarse.


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