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¡Viva Cataluña española!. José Fernando Mota MuñozЧитать онлайн книгу.

¡Viva Cataluña española! - José Fernando Mota Muñoz


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la parte noble de la ciudad. La misma señorial vía a la que hacía poco habían mudado su sede central los carlistas barceloneses. La misma donde está instalada la Lliga.

      Las personas que acceden al piso tercero del inmueble son monárquicos, pero en este caso de la rama alfonsina. En el acto se da cita «lo más selecto de la sociedad barcelonesa», los apellidos que frecuentan los ecos de sociedad de la prensa: los Girona, Vidal-Quadras, Vilavecchia, Camín, Larramendi, Olano, Ros. Son recibidos por los miembros de la junta directiva de la Peña y por las damas que han formado su Sección Femenina. Algunos de los asistentes lucen corbatas verdes. El color verde se utilizaba por los alfonsinos como acróstico de Viva El Rey De España.

      Son los mismos que habían impulsado en junio de 1931 la creación de una entidad que agrupase a los jóvenes alfonsinos, a los antiguos miembros de la Juventud Monárquica, el Grupo Alfonso y la UMN. Para legalizar la entidad no se habían presentado como una organización monárquica, sino como una entidad con «finalidad cultural y recreativa», como una peña, lo que en realidad también eran, pues no eran muchos, todos se conocían entre sí y frecuentaban los mismos espacios de sociabilidad. La fundación oficial de la Peña Blanca se produjo en octubre y hasta entonces se habían reunido en el Restaurante Mirza, en el número 32 del mismo paseo de Gracia. Lo de Blanca respondía a su ideología contrarrevolucionaria, como la de los rusos blancos. A decir de Enrique García-Ramal, uno de sus fundadores, se veían «como un futuro ejército de los zares, fuerte como una roca y blanca como sus uniformes» (Thomàs, 1992: 30). En esos momentos solo eran dieciséis socios. Ahora llegan a los dos centenares.

      Entre los socios fundacionales encontramos a su primer presidente, Antonio de Otto Torras, a Ramón Ciscar Rius y su amigo el estudiante de ingeniería Enrique García-Ramal o a Manuel Valdés Larrañaga, un joven bilbaíno que estudia arquitectura en Barcelona y que poco después presidirá la Peña. En 1934 se trasladará a Madrid, donde pasará a militar en la Falange de su amigo José Antonio, siendo uno de los fundadores del Sindicato Español Universitario (SEU).

      Los asistentes han podido pasear por las diferentes estancias del local: el salón-biblioteca «decorado con el mayor gusto», un salón de actos «amplio y severo», un salón de tertulia y otro de reunión para damas y señoritas, amén de la secretaría y las oficinas. La Peña Blanca ocupa un espléndido local que en el pasado había servido de estudio al pintor Ramon Casas.

      El acto tendría que haber sido más sonado. En un principio se anunció la presencia del diputado Antonio Goicoechea, en esos momentos en Acción Nacional. Finalmente, problemas de agenda del político impidieron su presencia, aunque no tardaría en visitar la Ciudad Condal. El 3 de junio pronunciaría un mitin, invitado por la Peña Blanca.

      Sin Goicoechea, el estrado presidencial lo ocupan Miguel de Gomis, presidente honorario de la entidad, María Flaquer, de la Sección Femenina, José Bertrán Güell, encargado de los cursos que organiza la entidad, y el conde de Valdellano, en representación del vecino Círculo Tradicionalista. En los parlamentos no entran mucho en política, saben que les pueden cerrar el local. Según recogía La Vanguardia, su objetivo era «la preparación de una juventud católica que pueda servir de base a una campaña cultural intensa que lleve a la conciencia ciudadana hacia derroteros de sana moralidad, haciéndola apta para que pueda cumplir los fines a que aspiran los partidos de derechas, defensores de la moral católica y de los principios cristianos que nos legara la religión de nuestros mayores».

      Uno de los primeros actos organizados por la entidad monárquica contará con un viejo conocido, René Llanas de Niubó. Con la proclamación de la República, Llanas se ha aproximado al carlismo. Estudia medicina y milita en la AET. Sin dejar su militancia tradicionalista, ahora se acerca a los alfonsinos. Desde junio es presidente de la Sección de Estudios Histórico-Religiosos de la Peña Blanca. Ese mismo mes diserta en el local alfonsino sobre «Valores históricos del problema catalán». Se ha convertido en un propagandista de la causa españolista. Desde que se proclamó la República pronuncia conferencias allá donde le llaman, la Casa de los Castellanos, el Centro Social Católico de Terrassa, el Centro de Defensa Social –donde comparte escenario con Poblador– o Acción Católica. Además de su particular visión de la historia de España y Cataluña, en estas charlas se explaya sobre algunos de los demonios de la extrema derecha: judaísmo, masonería, comunismo o escuela laica.

      A las elecciones catalanas del 20 de noviembre de 1932 los alfonsinos se presentaron con los carlistas en la candidatura Derecha de Cataluña o Dreta de Catalunya, pues también utilizan su denominación en catalán. Los dos grupos monárquicos han realizado un acercamiento. Sus programas reaccionarios se parecen. Los resultados fueron desastrosos. En Barcelona no llegaron al 4 % de los votos. Si nunca habían tenido mucho aprecio por un sistema basado en elecciones, ahora menos. Desde sectores carlistas, como Reacción, se habla de la violencia como respuesta para salvar al pueblo. Las divisiones internas entre los tradicionalistas se enconan. Los alfonsinos optan por seguir conspirando contra la República. A pesar del fracaso, la colaboración entre carlistas y alfonsinos continuó a nivel estatal, pero no en Barcelona, donde, como veremos, en las elecciones de 1933 no repetirán alianza.

      A partir de 1933, bajo la presidencia de Julio Díaz Camps, que había sido miembro de la Comisión de Propaganda de la Unión Patriótica del Distrito IV, la Peña Blanca aumenta su actividad. Mantienen su oferta cultural, con veladas poéticas, teatro y bailes, e invitan a dar conferencias en su local a figuras del pensamiento reaccionario español como José María Pemán, Ramiro de Maeztu o el canónigo integrista José Montagut.

      La ideología monárquica de la Peña Blanca no pasa desapercibida a las autoridades republicanas. En julio el Gobierno Civil había requerido el registro de socios, las actas y la contabilidad. Como veremos, en agosto de 1932, tras el fracaso de la Sanjurjada, les cerrarán el local y, hasta el 31 de octubre, no se les levantará la clausura. La sede será de nuevo clausurada el 23 de julio de 1933, a raíz de un supuesto complot, esta vez hasta finales de agosto. En septiembre mudan de local a la Rambla de Cataluña 86.

      Ese año la Brigada Social, en un informe sobre la Peña Blanca dirigido al gobernador civil, explicita que eran 220 socios de «ideas monarquizantes y de acentuada actuación de extrema derecha tradicional» y que siguen las orientaciones de Derecha de Cataluña, el partido que formarán los alfonsinos. Está relación la dejarán clara en los nuevos estatutos que presentan a la autoridad en enero de 1934.

      El elegante Café Restaurant Mirza, inaugurado en 1930 en el paseo de Gracia, se ha convertido en una especie de cuartel general de los alfonsinos, sobre todo hasta que abran su sede en el mismo paseo.10 En este distinguido local esperan, una noche de septiembre de 1931, tres monárquicos alfonsinos, el capitán aviador Alfonso María de Borbón y León, marqués de Esquilache y primo de Alfonso XIII, y dos dirigentes locales, José Bertrán Güell y el aristócrata, industrial y abogado Pedro Bosch-Labrús y Blat. Tienen una cita con otros personajes del mundo ultra. Pronto aparecen por el local el conde de Valdellano, representante del sector más ultra e integrista del carlismo, y los ibéricos Juan Sabadell y Francisco Palau. Se trata de una reunión conspirativa para estudiar cómo derribar la República. En ella se habla de crear las condiciones para que militares afines puedan realizar un pronunciamiento. Los ibéricos formulan tres condiciones para apoyar el supuesto golpe: que los paisanos salgan armados, que a los que intervengan se les dé a posteriori colocación y que a las familias de los que resulten heridos o muertos se les ayude económicamente. Todos se muestran de acuerdo y se emplazan para un nuevo encuentro.

      No es la primera reunión de este tipo que mantienen alfonsinos e ibéricos. Los alfonsinos empezaron a conspirar contra la República desde los primeros días de esta. Su objetivo es ayudar a implantar una dictadura militar que permita la restauración monárquica. En Barcelona, los primeros aliados que encontraron fueron los ibéricos. A pesar de su evolución política criptofascista, los ibéricos solo encuentran compañía en el mundo reaccionario. Andan disminuidos, «han perdido las tres cuartas partes de sus efectivos» pero «conservan los más valiosos de estos».11 A finales de abril habían constituido


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