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100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй ОлкоттЧитать онлайн книгу.

100 Clásicos de la Literatura - Луиза Мэй Олкотт


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lo que más interesó a Dorothy fue el gran trono de mármol verde que se hallaba en el centro de la sala. Tenía la forma de un sillón y estaba lleno de piedras preciosas, como todo lo demás. Sobre el sillón reposaba una enorme cabeza sin cuerpo ni miembros que la sostuvieran. No tenía cabello, pero sí ojos, nariz y boca, y era mucho más grande que la cabeza del más enorme de los gigantes.

      —Yo soy Oz el Grande y Terrible. ¿Quién eres tú y por qué me buscas?

      La voz no era tan tremenda como era de esperar en una cabeza tan enorme. Por eso la niña cobró valor y contestó:

      —Y yo soy Dorothy, la pequeña y humilde. He venido a pedirte ayuda.

      Los ojos la miraron meditativamente durante un minuto. Después dijo la vez:

      —¿De dónde provienen los zapatos de plata?

      —De la Maligna Bruja del Oriente —repuso ella—. Mi casa cayó sobre ella y la mató.

      —¿Y esa marca que tienes sobre la frente?

      —Allí me besó la Bruja Buena del Norte cuando se despidió de mí al mandarme a verte a ti —repuso la niña.

      De nuevo la miraron los ojos con fijeza, viendo que decía la verdad. Luego preguntó Oz:

      —¿Qué deseas de mí?

      —Envíame de regreso a Kansas, donde están mi tía Em y mi tío Henry —respondió ella en tono ansioso—. No me gusta tu país, aunque es muy bonito. Y estoy segura de que tía Em debe estar muy preocupada por mi ausencia.

      Los ojos se abrieron y se cerraron tres veces seguidas, luego miraron hacia lo alto y después al piso, moviéndose de manera tan curiosa que parecían ver todo lo que había en la sala. Al fin se fijaron de nuevo en Dorothy.

      —¿Por qué habría de hacer esto por ti? —preguntó Oz.

      —Porque tú eres fuerte y yo débil. Porque eres un Gran Mago y yo sólo una niñita.

      —Pero fuiste lo bastante fuerte para matar a la Maligna Bruja de Oriente —objetó Oz.

      —Eso fue casualidad. No pude evitarlo.

      —Bien, te daré mi respuesta. No tienes derecho a esperar que te mande de regreso a Kansas si a cambio de ello no haces algo por mí. En este país todos deben pagar por lo que reciben. Si deseas que use mis poderes mágicos para mandarte de regreso a tu casa, primero deberás hacer algo por mí. Ayúdame y yo te ayudaré a ti.

      —¿Qué debo hacer? —preguntó la niña.

      —Matar a la Maligna Bruja de Occidente —fue la respuesta.

      —¡Pero no podría hacerlo! —exclamó Dorothy, muy sorprendida.

      —Mataste a la Bruja de Oriente y calzas los zapatos de plata que tienen un poder maravilloso. Ahora no queda más que una sola Bruja Maligna en toda esta tierra, y cuando me digas que ha muerto te mandaré de regreso a Kansas... pero no antes.

      La niña rompió a llorar ante tal desengaño, y los ojos volvieron a abrirse y cerrarse, para mirarla luego con ansiedad, como si el Gran Oz pensara que ella lo ayudaría si pudiera.

      —Jamás maté nada a sabiendas —sollozó ella—. Aunque quisiera hacerlo, ¿cómo podría matar a la Bruja Maligna? Si tú, que eres el Grande y Terrible, no puedes matarla, ¿cómo esperas que lo haga yo?

      —No lo sé —contestó la gran cabeza—. Sin embargo, esa es mi respuesta, y hasta que no haya muerto la Bruja Maligna, no volverás a ver a tus tíos. Recuerda que la Bruja es malvada, y mucho, y debería ser eliminada. Ahora vete y no pidas verme de nuevo hasta que hayas cumplido tu tarea.

      Muy acongojada, Dorothy salió del Salón del Trono y regresó adonde sus amigos la esperaban para saber lo que le había dicho Oz.

      —No hay esperanza para mí —suspiró—, pues Oz no me mandará a casa hasta que haya matado a la Maligna Bruja de Occidente... y eso jamás podría hacerlo.

      Sus amigos se mostraron muy contritos, mas nada podían hacer por ella, de modo que Dorothy se fue a su cuarto y, tendiéndose en la cama, lloró hasta quedarse dormida.

      La mañana siguiente, el soldado de la barba verde fue a buscar al Espantapájaros y le dijo:

      —Ven conmigo; Oz te manda llamar.

      El hombre de paja lo siguió hasta el Salón del Trono, donde vio a una hermosa dama sentada en el sillón de esmeraldas. La dama lucía un vestido de gasa verdosa y tenía una corona sobre sus verdes cabellos. De su espalda nacían dos alas de hermosos colores y tan delgadas que parecían vibrar con cada movimiento del aire ambiente.

      Cuando el Espantapájaros se hubo inclinado con tanta gracia como lo permitía su relleno de paja, la hermosa dama lo miró con dulzura.

      —Soy Oz, la Grande y Terrible. ¿Quién eres tú y por qué me buscas?

      Ahora bien, el Espantapájaros, que había esperado ver la gran cabeza de que le hablara Dorothy, se sintió profundamente asombrado, no obstante lo cual respondió sin desmayo:

      —No soy más que un Espantapájaros relleno de paja. Por consiguiente no tengo cerebro y he venido a verte para rogarte que pongas sesos en mi cabeza para que pueda llegar a ser tan hombre como los otros que viven en tus dominios.

      —¿Por qué habría de hacer tal cosa por ti? —preguntó la dama.

      —Porque eres sabia y poderosa, y nadie más podría ayudarme.

      —Nunca concedo favores sin que me den algo a cambio —manifestó Oz—. Pero puedo prometerte esto: si matas a la Maligna Bruja de Occidente, te daré un gran cerebro, y tan bueno que serás el hombre más sabio de todo el País de Oz.

      —Creí que habías pedido a Dorothy que matara a la Bruja —dijo con gran sorpresa el Espantapájaros.

      —Así es. No me importa quién la mate; lo que importa es que no te concederé tu deseo hasta que ella haya desaparecido. Vete ahora y no vuelvas a buscarme hasta que te hayas ganado ese cerebro que tanto ansías.

      Muy desalentado, el Espantapájaros regresó al lado de sus amigos y les repitió lo que había dicho Oz. Dorothy sintióse muy sorprendida al saber que el Gran Mago no era una cabeza, como la había visto ella, sino una dama encantadora.

      —Aunque lo sea —dijo el Espantapájaros—, tiene tan poco corazón como el Leñador.

      La mañana siguiente, el soldado de la barba verdosa fue a buscar al Leñador y le anunció:

      —Oz te manda llamar. Sígueme.

      Y el Leñador lo siguió hasta el gran Salón del Trono. Ignoraba si vería en Oz a una dama encantadora o a una cabeza, pero esperaba que fuera lo primero. "Porque" se dijo "si es la cabeza, seguro que no me dará un corazón, ya que las cabezas no tienen corazón propio y por lo tanto no sentirá lo que yo siento. Pero si es la dama encantadora, le rogaré con todas mis fuerzas que me dé un corazón, pues dicen que todas las damas son bondadosas".

      Pero cuando entró en el gran Salón del Trono, no vio ni la cabeza ni la dama, porque Oz había tomado la forma de una bestia terrible. Era casi tan grande como un elefante, y el trono verde parecía resistir apenas su peso. La bestia tenía la cabeza de un rinoceronte, aunque con cinco ojos; de su cuerpo salían cinco largos brazos y sus patas eran también cinco, y muy delgadas. Lo cubría un pelaje muy espeso y no podría imaginarse un monstruo más espantoso. Fue una suerte que el Leñador careciera de corazón, porque el terror le habría acelerado muchísimo sus latidos. Claro que, como era sólo de hojalata, no tuvo nada de miedo.

      —Soy Oz, el Grande y Terrible —manifestó la bestia con voz que era un rugido—. ¿Quién eres y por qué me buscas?

      —Soy el Leñador de Hojalata. Por eso no tengo corazón y no puedo amar. Vengo a rogarte que me des un corazón para poder ser como otros hombres.

      —¿Por qué habría


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