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100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй ОлкоттЧитать онлайн книгу.

100 Clásicos de la Literatura - Луиза Мэй Олкотт


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      —Ayuda a Dorothy a matar a la Maligna Bruja de Occidente. Cuando haya muerto la Bruja, ven a verme y te daré el corazón más grande, más bondadoso y más lleno de amor de todo el País de Oz.

      Y, así, el Leñador se vio obligado a volver donde estaban sus amigos y hablarles de la terrible bestia que había visto. A todos les maravilló que el Gran Mago pudiera adoptar tantas formas diferentes.

      —Si es una bestia cuando vaya a verlo yo —declaró el León—, rugiré con tal fuerza y lo asustaré tanto que tendrá que darme lo que deseo. Y si es una dama encantadora, fingiré echarme sobre ella para obligarla a obedecerme. Si es una gran cabeza, la tendré a mi merced, pues la haré rodar por todo el salón hasta que prometa concedernos lo que deseamos. Así que alégrense todos, porque las cosas saldrán bien.

      La mañana siguiente el soldado de la barba verdosa condujo al León hasta el gran Salón del Trono y le hizo pasar para que viera a Oz.

      Una vez que hubo pasado por la puerta, el León miró a su alrededor y, para su gran sorpresa, vio que frente al trono pendía una bola de fuego tan brillante que casi no podía mirarla. Su primera impresión fue que Oz se había incendiado y estaba ardiendo. Empero, cuando trató de acercarse, el intenso calor le chamuscó los bigotes y, temblando de miedo, tuvo que retroceder de nuevo hacia la puerta.

      Acto seguido oyó una voz tranquila que salía de la bola de fuego y le decía:

      —Soy Oz, el Grande y Terrible. ¿Quién eres tú y por qué me buscas?

      —Soy el León Cobarde, temeroso de todo —respondió el felino—. He venido a rogarte que me des valor para que pueda ser realmente el rey de las fieras, como me consideran los hombres.

      —¿Por qué he de darte valor?

      —Porque entre todos los magos tú eres el más grande y el único que tiene poder para conceder mi deseo.

      La bola de fuego ardió con fiereza durante un rato, y al fin dijo la voz:

      —Tráeme pruebas de que ha muerto la Bruja Maligna y en seguida te daré valor. Pero mientras viva la Bruja seguirás siendo un cobarde.

      El León se enfureció al oír esto, mas no pudo responder nada, y mientras se quedaba mirando en silencio a la bola de fuego, ésta se hizo tan caliente que la fiera debió volver grupas y salir corriendo de la estancia. Al salir se alegró de ver que sus amigos lo esperaban, y les relató su entrevista con el Mago.

      —¿Qué hacemos ahora? —preguntó Dorothy en tono pesaroso.

      —Una sola cosa podemos hacer —replicó el León—, y es ir a la tierra de los Winkies, buscar a la Bruja Maligna y destruirla.

      —¿Y si no podemos hacerlo? —dijo la niña.

      —Entonces jamás tendré valor —dijo el León.

      —Ni yo un cerebro —expresó el Espantapájaros.

      —Ni yo un corazón —intervino el Leñador.

      —Y yo jamás volveré a ver a mis tíos —dijo Dorothy, rompiendo a llorar.

      —¡Ten cuidado! —le advirtió la doncella verde—. Las lágrimas mancharán tu vestido de seda.

      Dorothy se enjugó las lágrimas.

      —Supongo que debemos intentarlo —manifestó luego—. Pero la verdad es que no deseo matar a nadie, ni siquiera para volver a ver a mi tía Em.

      —Yo iré contigo, pero soy demasiado cobarde para matar a la Bruja —declaró el León.

      —Yo también iré —terció el Espantapájaros—, pero no podré servirte de mucho, pues soy demasiado tonto.

      —Yo no tengo corazón ni siquiera para hacerle mal a una Bruja —comentó el Leñador, pero si ustedes van, yo también iré.

      Decidieron entonces partir de viaje la mañana siguiente, y el Leñador afiló su hacha en una piedra verde y se hizo aceitar debidamente todas las coyunturas. El Espantapájaros se rellenó con paja nueva y Dorothy le pintó otra vez los ojos para que viera mejor. La doncella verde, que era muy amable con ellos, llenó de viandas la cesta de Dorothy y colgó una campanilla del cuello de Toto.

      Esa noche se acostaron temprano y durmieron profundamente hasta el amanecer, cuando los despertó el canto de un gallo y el cacareo de una gallina que había puesto un huevo verde en el patio del Palacio.

      CAPÍTULO 12

      EN BUSCA DE LA BRUJA MALIGNA

      El soldado de la barba verde los condujo por las calles de la Ciudad Esmeralda hasta que llegaron a la casita donde vivía el guardián de la puerta. Este funcionario les quitó los anteojos, los puso de nuevo en la gran caja y después les abrió la puerta de salida.

      —¿Qué camino nos llevará hasta la Maligna Bruja de Occidente? —preguntó Dorothy.

      —No hay ningún camino —respondió el guardián—. Nadie desea ir a buscarla.

      —¿Entonces cómo vamos a encontrarla? —inquirió la niña.

      —No será difícil —repuso el hombre—, pues cuando ella sepa que están en el país de los Winkies, los hallará a ustedes y los hará sus esclavos.

      —Quizá no, porque tenemos la intención de matarla —dijo el Espantapájaros.

      —¡Ah!, eso es diferente —exclamó el guardián—. Hasta ahora no la ha matado nadie, por eso pensé que ella los esclavizaría como a todos los demás. Pero tengan cuidado; es malvada y feroz, y quizá no permita que la maten. Marchen hacia Occidente, donde se pone el sol, y es seguro que la hallarán.

      Le dieron las gracias, se despidieron y echaron a andar hacia el oeste por los campos herbosos salpicados de florecillas. Dorothy aún tenía puesto el bonito vestido de seda verde que le dieran en el Palacio; pero ahora, para su gran sorpresa, descubrió que ya no era verde, sino blanco. La cinta que rodeaba el cuello de Toto también había perdido su tono verdoso y era tan blanca como el vestido de la niña.

      Pronto dejaron muy atrás a la Ciudad Esmeralda, y a medida que avanzaban iban entrando en terrenos más quebrados y poco productivos, pues no había granjas ni casas en la región del oeste, y nadie trabajaba la tierra.

      El sol de la tarde les dio de lleno en la cara, ya que no había allí árboles que los protegieran con su sombra, y al llegar la noche, Dorothy, Toto y el León estaban muy cansados y se echaron a dormir sobre la hierba, mientras que el Espantapájaros y el Leñador montaban la guardia.

      Ahora bien, la Maligna Bruja de Occidente poseía un solo ojo, mas era tan potente como un telescopio y podía ver en todas partes. Sucedió entonces que, mientras se hallaba sentada a la puerta de su castillo, lanzó una mirada a su alrededor y vio a Dorothy durmiendo en la hierba con sus amigos. Se hallaban muy lejos, pero a la Bruja Maligna le disgustó que estuvieran en su país. Por eso hizo sonar un silbato de plata que tenía colgado del cuello.

      En seguida llegó corriendo desde todas direcciones una manada de lobos enormes, de largas patas, ojos feroces y dientes agudísimos.

      —Vayan a donde están esas personas y háganlas pedazos —ordenó la Bruja.

      —¿No vas a esclavizarlas? —preguntó el jefe de la manada.

      —No —repuso ella—. Uno es de hojalata, otro de paja, una es una chica y el cuarto un león. Ninguno de ellos sirve para el trabajo, así que pueden hacerlos pedazos.

      —Muy bien —dijo el lobo, y se alejó velozmente, seguido por los otros.

      Fue una suerte que el Leñador y El Espantapájaros estuvieran despiertos, pues oyeron acercarse a los lobos.

      —Esta pelea es para mí —dijo el Leñador—. Pónganse detrás de mí y yo los iré enfrentando a medida que lleguen.

      Tomó


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