100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй ОлкоттЧитать онлайн книгу.
suavidad, levantaron a Dorothy y se la llevaron volando velozmente hasta llegar al castillo, donde la posaron sobre el escalón de entrada.
—Te hemos obedecido hasta donde nos fue posible hacerlo —dijo el jefe a la Bruja—. El Leñador y el Espantapájaros han sido eliminados, y el León está atado en tu patio. No nos hemos atrevido a hacer daño a la niña ni al perrito que lleva en sus brazos. Ha cesado el poder que tenías sobre nosotros y no volverás a vernos.
Acto seguido, sin dejar de reír y chacharear, los monos levantaron vuelo y se perdieron de vista en contados segundos.
La Bruja Maligna se sintió tan sorprendida como preocupada al ver la marca en la frente de Dorothy, pues sabía muy bien que ni los Monos Alados ni ella misma podrían dañar en absoluto a la niña. Observó los pies de su prisionera, y al ver los zapatos de plata empezó a temblar de miedo, porque conocía perfectamente el mágico poder que tenían. Al principio sintióse tentada de huir de Dorothy, mas al mirar los ojos de ésta vio reflejado en ellos la sencillez de su alma, comprendiendo que la pequeña desconocía el poder de aquel calzado mágico. De modo que rio para sus adentros y pensó: "Todavía puedo hacerla mi esclava, porque no sabe cómo usar su poder".
En voz alta dijo a Dorothy con gran brusquedad:
—Ven conmigo y no dejes de hacer lo que te mande. Si no obedeces, terminaré contigo como terminé con el Leñador y el Espantapájaros.
La niña la siguió por muchas de las hermosas salas del castillo hasta llegar a la cocina, donde la Bruja le ordenó lavar las cacerolas y platos, limpiar el piso y mantener el fuego encendido.
Dorothy se puso a trabajar con toda humildad, dispuesta a cumplir en todo lo posible, porque se alegraba de que la Bruja Maligna hubiera decidido no matarla.
Mientras la pequeña estaba ocupada en su trabajo, a la Bruja se le ocurrió ir al patio y poner los arneses al León Cobarde. Estaba segura de que la divertiría mucho hacerle tirar de su carruaje cuando saliera a pasear. Mas al abrir la puerta oyó tal rugido y vio al León saltar hacia ella con tal fiereza que tuvo miedo y volvió a salir corriendo, sin olvidarse de cerrar de nuevo.
—Si no puedo ponerte los arneses, al menos podré matarte de hambre —le dijo al León por entre los barrotes de la cerca—. No te daré nada de comer hasta que te haya domesticado.
Y de ahí en adelante no le llevó alimentos al felino prisionero, pero cada día que iba a preguntarle si estaba dispuesto a dejarse poner los arneses, el León respondía:
—No. Si entras en este patio te morderé.
La razón de que el León no tuviera que obedecer a la Bruja era que todas las noches, mientras la malvada mujer estaba dormida, Dorothy le llevaba alimentos de la alacena. Después de comer, la fiera se tendía en su lecho de pajas, y Dorothy se acostaba a su lado, y conversaban de sus penurias al tiempo que intentaban idear algún plan para escapar. Mas no podían hallar el medio de salir del castillo, porque las puertas estaban guardadas por los Winkies y estos hombrecillos le temían demasiado a la Bruja como para desobedecerla.
La niña trabajaba mucho durante el día, y a menudo la amenazaba la Bruja con golpearla con el viejo paraguas que llevaba siempre en la mano; pero en realidad no se atrevía a castigarla debido a la marca que tenía Dorothy en la frente. La pequeña ignoraba esto y temía por sí misma y por Toto. En una oportunidad la Bruja golpeó a Toto con el paraguas y el valeroso perrito se defendió mordiéndola en la pierna. Claro que la malvada mujer no sangró por la herida; pues era tan mala que la sangre se le había secado hacía muchos años.
La vida de Dorothy se fue tornando muy triste a medida que comprendía lo difícil que le sería regresar al lado de su tía Em. A veces lloraba durante horas enteras, con Toto tendido a sus pies y mirándola fijamente mientras gemía apenado para demostrar lo mucho que sufría por su amita. Al perrito no le importaba realmente si nunca volvían a Kansas o al País de Oz siempre que Dorothy estuviera con él, pero se daba cuenta de que la niña sentíase desdichada, lo cual lo apenaba muchísimo.
Ahora bien, la Bruja Maligna anhelaba profundamente ser la dueña de los zapatos de plata que calzaba siempre la niña. Sus abejas, sus cuervos y sus lobos yacían muertos, y ya había agotado todo el poder del Gorro de Oro. Si podía apoderarse de los zapatos de plata éstos le darían más poder que todo lo otro que había perdido. En todo momento vigilaba atentamente a Dorothy para ver si alguna vez se quitaba los zapatos y robárselos entonces. Mas la niña estaba tan orgullosa de su bonito calzado que se lo quitaba sólo de noche y cuando iba a tomar su baño. La Bruja le tenía demasiado miedo a la oscuridad para atreverse a entrar de noche en el cuarto de Dorothy a robar los zapatos, y su temor al agua era mayor que su miedo a la oscuridad, de modo que jamás se acercaba cuando la niña se estaba bañando. La verdad es que la vieja Bruja nunca tocaba el agua ni dejaba que el agua la tocara a ella.
Pero la malvada mujer era muy astuta, y al fin ideó una treta para obtener lo que ansiaba. Colocó un trozo de hierro en medio del piso de la cocina y luego, por medio de sus artes mágicas, hizo el hierro invisible para los ojos humanos. Y ocurrió que cuando Dorothy cruzó la cocina, tropezó con el hierro invisible y cayó de bruces. No se hizo mucho daño, pero en la caída se le salió uno de los zapatos de plata, y antes de que pudiera recuperarlo, la Bruja logró tomarlo y ponerlo en su huesudo pie.
La mujer sintióse muy complacida por el éxito de su treta, pues mientras tuviera uno de los zapatos era dueña de la mitad de su poder y Dorothy nada podría hacer contra ella, aunque hubiera sabido cómo dañarla.
Al ver que había perdido uno de sus bonitos zapatos, la niña se encolerizó mucho y dijo a la Bruja:
—¡Devuélveme mi zapato!
—Nada de eso —fue la respuesta—. Ahora es mío y no tuyo.
—¡Eres una malvada! —exclamó Dorothy—. No tienes derecho a robarme el zapato.
—Lo retendré de todas maneras —repuso la Bruja, riéndose de ella—. Y algún día te quitaré también el otro.
Esto enfadó tanto a Dorothy que, tomando el cubo lleno de agua que tenía cerca, arrojó su contenido sobre la Bruja, mojándola de pies a cabeza.
Al instante lanzó la mujer un agudo grito de terror, y luego, mientras Dorothy la miraba asombrada, empezó a encogerse.
—¡Mira lo que has hecho! —Chillaba—. En un momento me derretiré toda.
—Lo lamento de veras —murmuró Dorothy, muy asustada al ver que la Bruja se estaba derritiendo realmente ante sus ojos.
—¿No sabías que el agua sería mi fin? —preguntó la Bruja en tono lastimero.
—Claro que no. ¿Cómo podía saberlo?
—Bueno, en pocos minutos dejaré de existir y tú tendrás el castillo para ti. He sido muy mala, pero jamás creí que una niñita como tú sería capaz de derretirme y terminar con mis maldades. Ten cuidado... ¡aquí me voy!
Así diciendo, cayó formando un montón de cenizas oscuras que poco a poco empezó a extenderse sobre las tablas del piso. Al ver que realmente no quedaba nada de ella, Dorothy llenó otro cubo de agua y lo arrojó sobre las cenizas, las que barrió luego hacia afuera. Hecho esto, recogió el zapato de plata, que era todo lo que quedaba de la vieja, lo limpió y secó bien y volvió a ponérselo. Después, al comprender que estaba en libertad de hacer lo que deseara, salió corriendo al patio para contar al León que la Maligna Bruja de Occidente había llegado a su fin y que ya no eran prisioneros en una tierra extraña.
CAPÍTULO 13
EL RESCATE
El León Cobarde sintióse muy complacido al saber que la Bruja Maligna se había derretido al entrar en contacto con el agua, y Dorothy abrió en seguida la puerta y lo dejó libre. Juntos marcharon hacia el castillo, donde lo primero que hizo la niña fue reunir a todos los Winkies y anunciarles que ya no eran esclavos.
Fue inmensa la alegría de los liberados, pues la Bruja Maligna habíalos obligado a