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100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй ОлкоттЧитать онлайн книгу.

100 Clásicos de la Literatura - Луиза Мэй Олкотт


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herrumbrado y quedé de pie en el bosque hasta que llegaron ustedes a ayudarme. Fue terrible mi sufrimiento, pero durante el año que pasé allí tuve tiempo para pensar que la pérdida más grande que había soportado era la carencia de corazón. Mientras estaba enamorado fui el hombre más feliz de la tierra; pero el que no tiene corazón no puede amar, y por eso decidí ir a pedir a Oz que me dé uno. Si lo hace, volveré a buscar a la niña Munchkin y me casaré con ella".

      Tanto Dorothy como el Espantapájaros habían escuchado con gran interés el relato del Leñador, y ahora comprendían por qué estaba tan deseoso de obtener un nuevo corazón.

      —Sin embargo —dijo el Espantapájaros—, yo pediré un cerebro en vez de un corazón, pues un tonto sin sesos no sabría qué hacer con su corazón si lo tuviera.

      —Yo prefiero el corazón —replicó el Leñador—, porque el cerebro no lo hace a uno feliz, y la felicidad es lo mejor que hay en el mundo.

      Dorothy guardó silencio; ignoraba cuál de sus dos amigos tenía la razón, y se dijo que si sólo podía regresar al lado de su tía Em, poco importaría que el Leñador no tuviera cerebro y el Espantapájaros careciera de corazón, o que cada uno obtuviera lo que deseaba.

      Lo que más la preocupaba era que ya quedaba muy poco pan, y una comida más para ella y para Toto lo agotaría por completo. Claro que el Leñador y el Espantapájaros no necesitaban alimento, pero ella no estaba hecha de hojalata ni de paja, y no podía vivir sin comer.

      CAPÍTULO 6

      EL LEÓN COBARDE

      Dorothy y sus compañeros continuaban marchando por el tupido bosque. El camino seguía pavimentado con ladrillos amarillos, pero en aquellos lagares estaba casi enteramente cubierto por ramas secas y hojas muertas caídas de los árboles, de manera que no resultaba fácil caminar.

      Había pocos pájaros en los alrededores, porque a las aves les gusta el cielo abierto, donde el sol brilla sin obstáculos. Pero de tanto en tanto oíase algún rugido proveniente de la garganta de animales salvajes ocultos entre la arboleda. Estos ruidos hicieron acelerar los latidos del corazón de la niña, pues ignoraba de qué se trataba, pero Toto lo sabía, y marchaba muy cerca de Dorothy, sin atreverse a contestar con sus ladridos.

      —¿Cuánto tardaremos en salir del bosque? —preguntó ella al Leñador.

      —No lo sé —fue la respuesta—. Nunca ha ido a la Ciudad Esmeralda, aunque mi padre fue una vez, cuando yo era pequeño, y dijo que había tenido que viajar mucho tiempo, a través de regiones peligrosas, aunque cerca de Oz cambia el paisaje y se hace muy hermoso. Pero yo no temo a nada mientras lleve conmigo mi lata de aceite, y nada puede hacer daño al Espantapájaros, mientras que tú llevas en la frente la marca del beso de la Bruja Buena, que te protegerá de todo mal.

      —¿Pero y Toto? —inquirió la niña en tono ansioso—. ¿Qué puede protegerlo?

      —Lo protegeremos nosotros si corre peligro —respondió el Leñador.

      Cuando así hablaba se oyó un terrible rugido, y un momento después saltó al camino un león enorme. De un solo zarpazo lanzó rodando al Espantapájaros hacia un costado del sendero, y luego asestó un golpe con sus agudas garras al Leñador. Pero, para su gran sorpresa, no hizo la menor mella en la hojalata, aunque el Leñador se desplomó en el suelo y allí se quedó inmóvil.

      El pequeño Toto, ahora que debía enfrentarse a un enemigo, corrió ladrando hacia el león, y la enorme bestia había abierto ya sus fauces para matar al can cuando la niña, temerosa por la vida de Toto, y sin prestar atención al peligro, avanzó corriendo y golpeó con fuerza la nariz de la fiera al tiempo que exclamaba:

      —¡No te atrevas a morder a Toto! ¡Deberías avergonzarte! ¡Tan grande y queriendo abusarte de un perro tan chiquito!

      —No lo mordí —protestó el León, mientras se acariciaba la nariz dolorida.

      —No, pero lo intentaste —repuso ella—. No eres otra cosa que un cobarde.

      —Ya lo sé —contestó el León, muy avergonzado—. Siempre lo he sabido. ¿Pero cómo puedo evitarlo?

      —No me lo preguntes a mí. ¡Pensar que atacaste a un pobre hombre relleno de paja como el Espantapájaros!

      —¿Está relleno de paja? —inquirió el León con gran sorpresa, mientras la observaba levantar al Espantapájaros ponerlo de pie y darle forma de nuevo.

      —Claro que sí —dijo Dorothy, todavía enfadada.

      —¡Por eso cayó tan fácilmente! —exclamó el León—. Me asombró verlo girar así ¿Este otro también está relleno de paja?

      —No; está hecho de hojalata —contestó Dorothy, ayudando al Leñador a ponerse de pie.

      —Por eso que casi me desafilo las garras. Cuando rasqué esa lata, me estremecí todo. ¿Qué animal es ese que tanto quieres?

      —Es Toto, mi perro.

      —¿Es de hojalata o está relleno de paja?

      —Ninguna de las dos cosas. Es un... un... perro de carne y hueso.

      —¡Vaya! Es un animalito raro y, ahora que lo miro bien, bastante pequeño. Sólo a un cobarde como yo se le ocurriría morder a un animalito tan pequeño —manifestó el León con acento apenado.

      —¿Y por qué eres cobarde? —preguntóle Dorothy, mirándole con extrañeza, pues era tan grande como una jaca.

      —Es un misterio —fue la respuesta—. Supongo que nací así. Como es natural, todos los otros animales del bosque esperan que sea valiente, pues en todas partes saben que el león es el Rey de las Bestias. Me di cuenta de que si rugía con bastante fuerza, todo ser viviente se asustaba y se apartaba de mi camino. Siempre que me he encontrado con un hombre he tenido un miedo pánico, pero no tenía más remedio que lanzar un rugido para ponerlo en fuga. Si los elefantes y los tigres y los osos hubieran tratado alguna vez de pelear conmigo, yo habría salido corriendo, por lo cobarde que soy... pero en cuanto me oyen rugir, todos tratan de alejarse de mí y, por supuesto, yo los dejo ir.

      —Pero eso no está bien —objetó el Espantapájaros—. El Rey de las Bestias no debería ser un cobarde.

      —Ya lo sé. —El León se enjugó una lágrima con su zarpa—. Es mi pena más grande, y lo que me produce mi mayor desdicha. Pero cuando quiera que hay algún peligro, se me aceleran los latidos del corazón.

      —Puede ser que lo tengas enfermo —aventuró el Leñador.

      —Podría ser —asintió el León.

      —Si es así, deberías alegrarte, pues ello prueba que tienes corazón —manifestó el hombre de hojalata—. Por mi parte, yo no lo tengo, de modo que no se me puede enfermar.

      —Quizá si tuviera corazón, no sería tan cobarde.

      —¿Tienes cerebro? —le preguntó el Espantapájaros.

      —Supongo que sí —dijo el León—. Nunca me he mirado para comprobarlo.

      —Yo voy a ver al Gran Oz para pedirle que me dé un cerebro, pues tengo la cabeza rellena de paja —expresó el Espantapájaros.

      —Y yo voy a pedirle un corazón —terció el Leñador.

      —Y yo a pedirle que me mande con Toto de regreso a Kansas —añadió Dorothy.

      —¿Les parece que Oz podría darme valor? —preguntó el León Cobarde.

      —Con tanta facilidad como podría darme sesos a mí —dijo el Espantapájaros.

      —A mí un corazón —manifestó el Leñador.

      —O mandarme a mí de regreso a Kansas —terminó Dorothy.

      —Entonces si no tienen inconveniente, iré con ustedes —expresó el León—, pues ya no puedo seguir soportando la vida


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