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100 Clásicos de la Literatura. Луиза Мэй ОлкоттЧитать онлайн книгу.

100 Clásicos de la Literatura - Луиза Мэй Олкотт


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si quisieran hacerles preguntas, pero nadie se acercó ni les dirigió la palabra porque todos temían al enorme León. Aquellos habitantes de la región vestían ropas de color verde esmeralda y lucían sombreros cónicos muy similares a los de los Munchkins.

      —Este debe ser el País de Oz —dijo Dorothy—. Sin duda nos acercamos ya a la Ciudad Esmeralda.

      —Sí —respondió el Espantapájaros—. Aquí todo es verde, mientras que en el país de los Munchkins el color favorito es el azul. Pero la gente no parece tan amistosa como los Munchkins, y temo que no podremos hallar un sitio donde pasar la noche.

      —Me gustaría comer alguna otra cosa que no fuera fruta —manifestó la niña—, y estoy segura de que Toto tiene mucha hambre. Detengámonos en la próxima casa para hablar con sus ocupantes.

      Poco después, cuando llegaron a una granja bastante grande, Dorothy fue hasta la puerta y llamó con los nudillos. Una mujer abrió apenas lo suficiente para mirar hacia afuera y le dijo:

      —¿Qué deseas, pequeña? ¿Y por qué te acompaña ese León tan grande?

      —Queremos pasar la noche aquí, si nos lo permiten —repuso Dorothy—. El León es mi amigo y no te haría ningún daño.

      —¿Es manso? —preguntó la mujer, abriendo un poco más la puerta.

      —¡Claro que sí! Además, es un tremendo cobarde. Te tendrá más miedo a ti del que tú le tengas a él.

      —Bueno... —murmuró la mujer después de pensarlo y mirar de nuevo al León—...si es así, pueden entrar y les daré algo de comer y un lugar donde dormir.

      Entraron entonces en la casa, donde estaban también un hombre y dos niños. El hombre habíase lastimado una pierna y yacía tendido en un sofá del rincón. Todos ellos se sorprendieron bastante al ver al extraño grupo.

      Mientras la mujer se ocupaba de tender la mesa, el hombre preguntó:

      —¿Dónde van ustedes?

      —A la Ciudad Esmeralda para ver al Gran Oz —respondió Dorothy.

      —¿De veras? —exclamó el hombre—. ¿Estás segura de que Oz los recibirá?

      —¿Por qué no habría de hacerlo?

      —Pues, se dice que nunca deja a nadie llegar hasta él. Yo he estado muchas veces en la Ciudad Esmeralda, y les aseguro que es tan bonita como maravillosa; pero jamás me permitieron ver al Gran Oz, y no conozco a ningún ser viviente que lo haya visto.

      —¿Nunca sale? —preguntó el Espantapájaros.

      —Jamás. Se pasa los días en el gran Salón del Trono de su palacio, y aun los que le sirven jamás le ven cara a cara.

      —¿Qué aspecto tiene? —quiso saber la niña.

      —No sabría decírtelo —expresó el hombre en tono meditativo—. Verás, Oz es un Gran Mago y puede adoptar la forma que desee, de modo que algunos dicen que parece un pájaro, otros afirman que es como un elefante y los demás que tiene la forma de un gato. Para otros es un hermoso duende o trasgo o cualquier otra cosa... Pero ningún ser viviente podría decir quién es el verdadero Oz cuando adopta su forma natural.

      —¡Qué extraño! —exclamó Dorothy—. Pero de algún modo tendremos que intentar verlo, ya que, de lo contrario, habremos hecho nuestro viaje en vano.

      —¿Para qué desean ver a Oz? —quiso saber el granjero.

      —Yo quiero que me dé un cerebro —manifestó ansioso el Espantapájaros.

      —Eso puede hacerlo con toda facilidad —declaró el dueño de casa—. Tiene más cerebros de los que necesita.

      —Y yo deseo un corazón —dijo el Leñador.

      —No le resultará difícil —fue la respuesta—. Oz tiene una gran colección de corazones de todos los tamaños y formas imaginables.

      —Y yo quiero que me dé valor —dijo el León Cobarde.

      —Oz tiene una gran caldera llena de valor en su Salón del Trono —le dijo el granjero—. La cubre con un plato de oro para evitar que se derrame. Con mucho gusto te dará un poco.

      —Y yo deseo que me mande de regreso a Kansas— expresó Dorothy.

      —¿Dónde está Kansas? —preguntó el granjero en tono sorprendido.

      —No lo sé —dijo Dorothy con cierta pena—, pero es mi lugar de origen y estoy segura de que está en alguna parte.

      —Sin duda alguna. Bueno, el caso es que Oz puede hacer cualquier cosa, así que podrá localizar a Kansas para ti. Pero primero tendrás que verlo, lo cual será una tarea difícil, porque al Gran Mago no le gusta ver a nadie... Pero, ¿qué deseas tú? —preguntó luego, dirigiéndose a Toto.

      El perro no hizo más que menear la cola, pues, aunque parezca extraño, no sabía hablar.

      La mujer avisó entonces que estaba servida la cena y todos se sentaron a la mesa. Dorothy comió una sopa deliciosa, huevos revueltos y varios trozos de pan muy bien hecho. El León tomó un poco de sopa, aunque no le agradó mucho, diciendo que tenía cebada y que la cebada era para caballos y no para leones. El Espantapájaros y el Leñador no comieron nada, y Toto engulló un poco de todo, muy contento de poder gozar de nuevo de una buena cena.

      La dueña de casa indicó a Dorothy una cama en la que podría dormir con Toto, mientras que el León se puso de guardia a la puerta del dormitorio para que nadie los molestara. El Espantapájaros y el Leñador se pararon en un rincón y estuvieron quietos y silenciosos toda la noche, aunque, claro está, no durmieron en absoluto.

      La mañana siguiente, no bien hubo salido el sol, reanudaron su viaje y poco después observaron en el cielo un agradable resplandor verdoso.

      —Debe ser la Ciudad Esmeralda —dijo Dorothy.

      A medida que avanzaban, el resplandor verdoso se fue tornando cada vez más brillante, lo cual les indicó que estaban llegando al fin de su viaje. Sin embargo, llegó la tarde antes de que llegaran frente a la gran muralla que rodeaba la ciudad. La pared era alta, muy gruesa y de un brillante color verde.

      Frente a ellos, donde finalizaba el camino amarillo, veíase una gran puerta doble tachonada de esmeraldas que relucían tanto al sol que hasta los ojos pintados del Espantapájaros quedaron encandilados.

      Junto a la puerta había un botón que Dorothy apretó con el dedo, oyendo en seguida un tintineo proveniente del interior. Se abrió con lentitud una hoja de la enorme puerta y al pasar los viajeros se hallaron en una amplia estancia sobre cuyas paredes relucían montones de esmeraldas.

      Ante ellos se hallaba un hombrecillo del tamaño de los Munchkins que vestía de pies a cabeza con prendas verdes y hasta la piel tenía de un tinte verdoso. A su lado veíase una gran caja de aquel mismo color.

      Al ver a Dorothy y a sus acompañantes, el hombrecillo preguntó:

      —¿Qué desean en la Ciudad Esmeralda?

      —Hemos venido a ver al Gran Oz —contestó Dorothy. Tanto sorprendió esto al individuo que tuvo que sentarse para pensar un momento.

      —Hace muchísimos años que nadie me pide ver a Oz —expresó al fin, meneando la cabeza con gran perplejidad—. Es poderoso y terrible, y si vienen ustedes a molestar con alguna tontería las profundas reflexiones del Gran Mago, es posible que se enfade y los destruya en un abrir y cerrar de ojos.

      —Pero no se trata de ninguna tontería —replicó el Espantapájaros—. Es algo importante, y nos han dicho que Oz es un buen Mago.

      —Eso es cierto, y gobierna la Ciudad Esmeralda de manera prudente y sabia —manifestó el hombrecillo verde—. Pero para los que no son honrados o quieren verlo por pura curiosidad, es terrible, y son pocos los que han pedido ver su cara. Yo soy el guardián de la puerta, y como piden ver al Gran Oz, tendré que llevarlos


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