Crónica de la conquista de Granada (2 de 2). Washington IrvingЧитать онлайн книгу.
guardia africana que le rodeaba, y las señales de la reciente carnicería que alli se habia cometido. “El alcaide Aben Connixa, dijo el Zegrí con tono altivo y mirar torvo, ha sido un traidor á su Soberano y á vosotros, pues ha conspirado para entregar la ciudad á los cristianos: el enemigo se acerca, y conviene que luego elijais otro gefe mas digno del honroso cargo de defenderos.”
Á esto respondieron todos que solo él era capaz de mandar en aquellas circunstancias; y quedando asi Hamet constituido alcaide de Málaga, procedió á guarnecer todas las fortalezas y torres con sus partidarios, é hizo las demas prevenciones necesarias para una vigorosa resistencia.
Con la noticia de estos acontecimientos, cesaron las negociaciones entre Fernando y el destituido alcaide Aben Connixa; y pues parecia que no quedaba otro recurso, se trató de emprender el asedio de aquella plaza. En esto el marqués de Cádiz, que habia hecho conocimiento en Velez con un moro principal, amigo de Hamet, y natural de Málaga, manifestó al Rey que por este conducto se podrian hacer proposiciones al alcaide de Málaga para la entrega de la ciudad, ó á lo menos para la del castillo de Gibralfaro. Vino Fernando en ello, y aprobando el pensamiento del Marqués, le dijo: “En vuestras manos pongo este negocio, y la llave de mi tesoro; no repareis ni en el gasto ni en las condiciones, y haced á mi nombre lo que mejor os pareciere.” El moro, que estaba ya prevenido y conforme, partió en compañía de otro moro amigo suyo, para desempeñar esta comision, habiendo el Marqués provisto á entrambos de armas y caballos. Llevaban cartas secretas del Marqués para Hamet, ofreciéndole la villa de Coin en herencia perpetua, y cuatro mil doblas de oro, si entregaba el castillo de Gibralfaro; juntamente con una suma cuantiosa para distribuir entre los oficiales y la tropa: para la entrega de la ciudad los ofrecimientos eran sin límites4.
Hamet, que apreciaba el carácter guerrero del marqués de Cádiz, recibió á sus mensageros en el castillo de Gibralfaro, con atencion y cortesía, escuchó con paciencia las proposiciones que le hicieren, y los despidió con un salvo conducto para la vuelta; pero se negó absolutamente á entrar en ningun trato.
La respuesta de Hamet no pareció tan perentoria, que no debiese hacerse otra tentativa. En efecto, despacho el Marqués otros emisarios con nuevas proposiciones; los cuales llegando á Málaga una noche, hallaron que se habian doblado las guardias, que rondaban patrullas por todas partes, y que habia una vigilancia extraordinaria: en fin, fueron descubiertos y perseguidos, debiendo solo su seguridad á la ligereza de sus caballos, y al conocimiento práctico que tenian del pais.
Visto por el Rey que la fidelidad de Hamet el Zegrí no sucumbia á las ofertas que se le hacian, mandó intimarle públicamente la rendicion, ofreciendo las condiciones mas favorables en el caso de una sumision voluntaria, y amenazando á todos con la cautividad en el caso de resistencia.
Recibió Hamet esta intimacion en presencia de los habitantes principales, de los que ninguno se atrevió á interponer palabra, por el temor que le tenian. La respuesta fue que la ciudad de Málaga le habia sido encomendada, no para entregarla como el Rey pedia, sino para defenderla como veria5.
Vueltos los mensageros al real, informaron sobre el estado de la ciudad, ponderando el número de la guarnicion, la extension de sus fortalezas, y el espíritu decidido del alcaide y de la tropa. El Rey expidió inmediatamente sus órdenes para que se adelantase la artillería, y el dia 7 de mayo marchó con su ejército á ponerse sobre Málaga.
CAPÍTULO V
Tomando la ribera del mar, avanzó con direccion á Málaga el ejército real, cuyas largas y lucidas columnas se extendian por el pié de las montañas que guarnecen el mediterráneo, al paso que una flota de naves cargadas de artillería y pertrechos, seguia su marcha á corta distancia de tierra. Hamet el Zegrí, viendo que se acercaba esta fuerza, mandó poner fuego á las casas de los arrabales mas inmediatos á la ciudad, é hizo salir tres batallones al encuentro de la vanguardia del enemigo.
Para penetrar en la vega y cercar la ciudad, era preciso que desfilase el ejército por un paso angosto, al que por una parte defendia el castillo de Gibralfaro, y por otra lo dominaba un cerro alto y escabroso que se junta con las montañas inmediatas. En este cerro colocó Hamet uno de los tres batallones, otro en el paso por donde habian de marchar las tropas, y el tercero en una cuesta no muy lejos. Llegando por este lado la vanguardia del ejército, pareció necesario tomar el cerro, y con este objeto se destacó un cuerpo de peones, naturales de Galicia, al mismo tiempo que ciertos hidalgos y caballeros de la casa real atacaron á los moros que estaban abajo guardando el paso, siguiéndose en una y otra parte una pelea muy reñida. Los moros se defendieron con valor: los gallegos repetidas veces fueron rechazados, y otras tantas volvieron al asalto. Por espacio de seis horas se sostuvo esta cruel lucha, en que se peleó no solo con arcabuces y ballestas, sino con espadas y puñales: ninguno daba cuartel ni lo pedia, ninguno curaba de hacer cautivos, y sí solo de herir y matar.
Los demas cuerpos del ejército oian desde lejos el rumor de la batalla, los tiros y los lelilies de los moros; pero no podian pasar adelante para auxiliar á la vanguardia, pues venian por una senda tan estrecha, entre el mar y las montañas de la costa, que solo podian marchar en fila, impidiéndose unos á otros el paso, y sirviéndoles de mucho embarazo la caballería y los bagages. Empero algunas compañías de las hermandades, sostenidas por las tropas que mandaban Hurtado de Mendoza y Garcilaso de la Vega, avanzaron al asalto del cerro, y con gran trabajo pasaron adelante, peleando siempre, hasta llegar á la cumbre, donde el porta-estandarte, Luis Maceda, plantó su bandera. Los moros se retiraron de esta posicion, dejándola ocupada por los cristianos; y á su ejemplo los que defendian el paso se retrajeron al castillo de Gibralfaro.6
Ganado el cerro, y libre ya de enemigos aquel paso, pudo el ejército seguir adelante sin estorbos. En esto iba entrando la noche, y no hubo lugar de sentar los reales en los puntos que convenia: las tropas cansadas y rendidas, acamparon por entonces en la mejor forma que permitian las circunstancias; y el Rey, acompañado de algunos grandes y caballeros de su hueste, pasó la noche reconociendo el campo, poniendo guardias, partidas avanzadas y escuchas, para que estuviesen en observacion de la ciudad, y avisasen de cualquier movimiento que hiciese el enemigo.
Á otro dia cuando amaneció, pudo el Rey contemplar y admirar aquella ciudad hermosa que esperaba en breve añadir á sus dominios. Por una parte estaba rodeada de arboledas, huertas y viñedos, que hacian verdear los cerros convecinos: por otra le bañaba un mar tranquilo, en cuyo plácido seno se reflejaban sus palacios, sus torres y fortalezas; obras de grandes varones, en muchos y antiguos tiempos construidas, para mayor seguridad de los habitadores de una morada tan deliciosa. Por entre las torres y edificios se descubrian los pensiles de los ciudadanos, donde florecian el cidro, el naranjo y el granado, y con ellos la erguida palma y el robusto cedro, indicando la opulencia y lujo que reinaban en el interior.
Entretanto el ejército cristiano, distribuyéndose en derredor de la ciudad, la cercó por todas partes; se tomó posesion de todos los puntos importantes, y á cada capitan se le señaló su estancia respectiva. El encargo de guardar el cerro, que con tanto trabajo se habia ganado, fue confiado á Rodrigo Ponce de Leon, marqués de Cádiz, que en todas las ocasiones aspiraba al puesto de mas peligro: su campamento se componia de mil y quinientos caballos y catorce mil infantes, extendiéndose desde la cumbre de aquella altura hasta la orilla del mar, y cerrando asi enteramente por este lado el paso para la plaza. Desde este punto partia una línea de campamentos fortificados con fosos y vallados que rodeaban toda la ciudad hasta la marina, donde las naves y galeras del Rey apostadas en el puerto, acababan de bloquear la plaza por mar y tierra. En ciertos parages habia talleres de varios artífices; herreros, con fraguas siempre encendidas; carpinteros que al golpe de sus martillos hacian resonar el valle; ingenieros que construian máquinas para el asalto de la plaza; en fin, picapedreros y carboneros, que los unos labraban las piedras para la artillería, y los otros hacian el carbon para los hornos y fraguas.
Sentados los reales, se desembarcó la artillería gruesa, se construyeron baterías, y en el cerro que ocupaba el marqués de Cádiz se plantaron cinco lombardas grandes para batir el castillo de Gibralfaro que estaba enfrente. Los
4
Cura de los Palacios, cap. 82.
5
Pulgar parte III. c. 74.
6
Pulgar, Crónica.