Cuentos Clásicos del Norte, Segunda Serie. Washington IrvingЧитать онлайн книгу.
habría osado perseguir la pieza dentro de su recinto. Cierto día, sin embargo, un cazador extraviado penetró en Garden Rock y pudo observar gran número de calabazas colgando de las ramas ahorquilladas de los árboles. Cogió una de ellas y trató de hurtarla; pero en su prisa por huir la dejó caer entre las rocas, de donde brotó un torrente que le arrebató y arrastró a profundos abismos en cuyo fondo quedó destrozado por completo. El torrente siguió su curso hasta el Hudson y continúa corriendo hasta el día; siendo el mismo arroyo conocido hoy por el nombre de Kaaters-kill.
LA LEYENDA DEL VALLE ENCANTADO
ENCONTRADA ENTRE LOS PAPELES DEL DIFUNTO DÍEDRICH KNÍCKERBOCKER
Es tierra bonancible de extrañas fantasías,
De ensueños que se ciernen sobre ojos entornados,
Y encantados castillos en nubes fugitivas
Que siempre se coloran en cielos estivales.
EN EL fondo de una de aquellas espaciosas ensenadas, que tanto abundan en las playas orientales del Hudson, y en un gran ensanchamiento del río, denominado Tappan Zee13 por los antiguos navegantes holandeses, donde acortaban velas prudentemente, invocando la protección de San Nicolás para atravesarlo, yacía una pequeña aldea o puerto rural que algunos llaman Gréensburgh, pero que es general y propiamente conocida por el nombre de Tarry Town (Lugar de parada). Se dice que este nombre le fué dado antiguamente por las buenas comadres del pueblo vecino, con motivo de la inveterada costumbre de sus maridos de estacionarse en las tabernas en los días de mercado. Sea de ello lo que fuere, yo no garantizo el hecho sino simplemente lo consigno en mi deseo de ser preciso y auténtico. No muy lejos del pueblo, quizá a dos millas más o menos, existe un diminuto valle o más bien un repliegue del terreno entre altas colinas, que es uno de los sitios más tranquilos en todo el universo. Un pequeño arroyo lo atraviesa, deslizándose con suave murmullo que invita al reposo; siendo el reclamo eventual de la codorniz o el golpeteo del pájaro carpintero los únicos ruidos que turban de vez en cuando la tranquilidad estática de aquel paraje.
Recuerdo que mi primera hazaña en la caza de ardillas, cuando yo era todavía un mozalbete, tuvo lugar en un bosquecillo de altos nogales que sombrean un lado del valle. Vagaba por allí al mediodía, hora en que la naturaleza está particularmente tranquila, y me sobrecogí al estruendo de mi propia escopeta, prolongado y repercutido por el indignado eco, rompiendo el sosegado silencio de los alrededores. Si alguna vez anhelara yo un pacífico retiro donde huir del mundo y de sus distracciones y soñar en tranquila quietud todo el resto de una agitada existencia, nada respondería mejor a tal propósito que este escondido vallecito.14
A causa de la indolente tranquilidad del lugar y del carácter peculiar de sus habitantes, que descienden de los originarios colonos holandeses, aquella recóndita cañada era conocida hace mucho tiempo por el nombre de VALLE ENCANTADO, y los rústicos mozos del vecindario son conocidos en todo el país circunvecino como los zagales del valle encantado.
Una letárgica y soñadora influencia parece pesar sobre toda la comarca y prevalecer en su ambiente. Algunos afirman que el lugar fué hechizado en los primeros días de la colonización por un ilustre doctor alemán; otros, que un viejo jefe indio, el profeta o adivino de la tribu, celebraba allí sus conjuros antes del descubrimiento de aquella región por Master Héndrick Hudson.15 Lo cierto es que el lugar continúa bajo el dominio de algún encantador que mantiene hechizada la mente de aquellas buenas gentes, haciéndolas vivir en plena fantasía. Son dadas a toda clase de creencias maravillosas; están sujetas a éxtasis y visiones, y continuamente ven extrañas apariciones y oyen músicas y voces por los aires. El vecindario abunda en cuentos locales, en lugares frecuentados por espectros y en supersticiones sombrías. Las estrellas voladoras y los brillantes meteoros cruzan aquel valle más a menudo que cualquiera otra comarca; y el demonio de la pesadilla, con sus nueve secuaces,16 parece haber hecho del país el escenario favorito de sus cabriolas.
Sin embargo, el espíritu dominante en esta hechizada región, y que parece ser el jefe supremo de todas las potencias del aire, es el fantasma de un jinete sin cabeza. Algunos opinan que es el espectro de un soldado de caballería de Hesse,17 cuya cabeza fué arrebatada por una bala de cañón en alguna batalla desconocida de la guerra de la revolución, y a quien pueden sorprender de vez en cuando los naturales del pueblo galopando en la obscuridad de la noche como llevado en alas de los vientos. Sus apariciones no se limitan al valle, sino que se extienden a veces hasta las carreteras adyacentes y se repiten particularmente en las cercanías de una iglesia18 situada a corta distancia. En efecto, algunos de los historiadores más auténticos de la comarca, que han recogido y asociado las versiones flotantes con respecto a este espectro, alegan que por haber sido enterrado el cuerpo del soldado en el cementerio de la iglesia, ronda el fantasma por las noches el lugar de la batalla en busca de su cabeza; atribuyéndose la velocidad con que atraviesa a menudo la hondonada a la prisa que tiene por llegar al cementerio antes del amanecer, con motivo de haberse retardado más de lo permitido en sus pesquisas nocturnas.
Tal es la interpretación general de esta legendaria superstición que ha procurado tema para muchas historias descabelladas en aquella región de aparecidos; siendo conocido el espectro en todos los hogares por el nombre de El jinete sin cabeza del valle encantado.
Es digno de notarse que la propensión visionaria de que he hablado no se limita solamente a los naturales de la comarca, sino que se la asimila inconscientemente todo aquel que reside allí por algún tiempo. Por más despierta que haya sido una persona antes de penetrar en la región de los sueños, es seguro que se apropiará en poco tiempo la influencia encantada del ambiente, volviéndose fantástica, fingiendo quimeras y viendo aparecidos.
Menciono con todo elogio este pacífico retiro, pues que en estos apartados rincones holandeses, escondidos acá y allá en el gran estado de Nueva York, se conservan las antiguas costumbres, población y hábitos, mientras los barre inadvertidos en otros lugares el impetuoso torrente de inmigración y progreso que provoca incesantes cambios en la agitada vida de la nación. Son como aquellas fajas de agua tranquila que bordean algún tumultuoso arroyo, donde permanecen quietamente al ancla burbujas y pajas meciéndose con suavidad en su improvisado puerto sin ser molestadas por el flujo de la corriente. Aun cuando han transcurrido muchos años desde que me desprendí de las letárgicas sombras del valle encantado, me pregunto si encontraría todavía los mismos árboles y las mismas familias vegetando en su abrigado seno.
En este recóndito paraje de la naturaleza vivía, en época remota de la historia americana, es decir hará unos treinta años, una digna criatura llamada Íchabod Crane, que residía o “paraba” allí, como él decía, con el propósito de instruir a los niños del vecindario. Era natural de Connécticut, estado que procura a la Unión exploradores tanto de las selvas como del pensamiento, y reparte todos los años legiones de hombres de sus bosques fronterizos y legiones de maestros de escuela de sus comarcas. El nombre de Crane (grulla) no estaba en desacuerdo con su persona. Era alto y excesivamente flaco, con hombros estrechos, largos brazos y largas piernas, manos que sobresalían una milla de sus mangas, pies que podían servir de palas, y toda una figura colgante que parecía mantenerse unida con dificultad. Su cabeza era pequeña y chata en la parte superior, con grandes orejas, grandes ojos verdes y vidriosos y larga nariz agachadiza; de manera que semejaba un gallo de campanario encaramado en su cuello de huso para indicar de qué lado iba a soplar el viento. Al verle, en un día ventoso, dando zancadas por el flanco de alguna colina, con sus vestidos colgantes y flotando en torno suyo, se le habría creído el genio del hambre descendiendo sobre la tierra, o algún espantajo hurtado de cualquier campo de trigo.
La escuela era un edificio bajo, de una sola pieza, construído rústicamente con tablones; las ventanas en partes tenían vidrios y en otras, parches de hojas de cuadernos viejos. En las horas vacantes se aseguraba de manera muy ingeniosa
12
Poema exquisito de James Thomson, poeta inglés que floreció de 1700 a 1748. Describe allí un hermoso palacio con arboledas y prados y campos floridos, donde todo tendía a la molicie y al lujo de sus habitantes que se alimentaban de lotos. Parece haber tomado el argumento del Tasso, poeta italiano del siglo dieciséis, y la inspiración de Spénser, poeta inglés de la misma centuria y autor de “
13
El “Mediterráneo” del río, como Írving se complacía en llamarlo: cuenta diez millas de longitud por cuatro de anchura aproximadamente.
14
Posteriormente compró Írving la pequeña casita que se decía haber sido la morada de los Van Tássel; la ensanchó y mejoró, dándole el nombre de “Sunnyside.” Allí transcurrieron sus últimos años, cumpliéndose así el deseo manifestado por el autor.
15
Conocido más generalmente como Henry Hudson. Era un navegante inglés emigrado que, buscando un pasaje al noroeste para la India, descubrió el río y la bahía que llevan su nombre, el primero en 1609, y la segunda en 1610. En 1611 se amotinó su tripulación, obligándole a entrar con otros ocho hombres en un pequeño bote y abandonando a todos a su suerte. Jamás se volvió a saber de ellos.
16
“He met the night-mare and her ninefold.” —
17
Soldados mercenarios empleados por el gobierno británico en la guerra de la revolución.
18
Se dice que aun se conserva esta pequeña iglesia holandesa, construída en 1699.