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La resurrección. Javier Alonso LopezЧитать онлайн книгу.

La resurrección - Javier Alonso  Lopez


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En este sentido, las creencias relacionadas con la muerte, el más allá y la resurrección no fueron una excepción.

      Para tratar el tema de la resurrección de Jesús, parece necesario, por lo tanto, conocer cuáles eran las creencias relativas a la resurrección entre los judíos. Para ello, se estudiarán las creencias divididas en los dos grandes períodos en los que se divide la historia del pueblo judío antiguo.

      El primer período se denomina del Primer Templo, y se corresponde con la época del mítico Templo de Yahvé que, según los libros del Antiguo Testamento, construyó Salomón aproximadamente en el siglo x a. C. y que fue destruido por Nabucodonosor en 586 a. C., dando origen al destierro en Babilonia.

      A la vuelta del destierro de Babilonia, se llevó a cabo aproximadamente en 515 a. C. la reconstrucción del destruido santuario de Yahvé. A partir de este momento se habla del período del Segundo Templo, que en origen fue una reconstrucción más modesta que el original y que, siglos más tarde, tal como se ha mencionado, sufrió una ampliación notable en tiempos de Herodes el Grande (37-4 a. C.). El Segundo Templo es la época de las sucesivas dominaciones e injerencias de persas, reinos helenísticos y romanos en Judea-Palestina.

      Para conocer las creencias del judaísmo en esta época referentes a la muerte, la vida en el más allá y la resurrección, hay que acudir, prácticamente como única fuente fiable, a los diferentes libros de la Biblia hebrea que conforman nuestro Antiguo Testamento. Los datos arqueológicos y extrabíblicos son escasos, y no resultan de especial ayuda, al menos en lo referente a esta cuestión.

      La muerte, tal como explica el mito de la creación en los capítulos 2 y 3 del libro del Génesis, se concibió desde el primer momento como un castigo. Tras la creación de Adán y Eva, la muerte no parecía desempeñar función alguna en su relajada existencia, más allá de su vinculación a la prohibición divina de probar el fruto del único árbol que les estaba vedado, pues «el día que comas de él morirás sin remedio». Tras infringir la prohibición, Dios le explicó a Adán su destino: «polvo eres y en polvo te convertirás».

      Esta percepción del pecado original como causa de la muerte permaneció inmutable durante toda la historia judía. «De la mujer procede el principio del pecado, y por ella morimos todos», decía el libro del Eclesiástico, y acabó convirtiéndose en creencia cristiana, tal como establecía Pablo de Tarso en su epístola a los Romanos: «…a través del hombre entró el pecado en el mundo, y a través del pecado, la muerte».

      Efectivamente, desde los primeros capítulos del Génesis encontramos la idea de un juicio divino, que consiste en la decisión final de Dios, como juez del mundo, respecto al destino de los hombres y las naciones de acuerdo a sus méritos y deméritos. La justicia y la rectitud son ideas centrales en el judaísmo y también atributos fundamentales de Dios. El redactor de Génesis pone en boca del propio Yahvé estas palabras respecto a la rectitud del primer judío, Abraham:

      Porque yo le conozco y sé que mandará a sus hijos y a su descendencia que guarden el camino de Yahvé, practicando la justicia y el derecho, de modo que pueda concederle Yahvé a Abraham lo que le tiene apalabrado. (Génesis 18, 19)

      Es decir, si el judío practica la justicia y el derecho, Yahvé le premiará, de donde se infiere que, al contrario, cualquier acción malvada recibirá su castigo correspondiente. Aparece, por tanto, el concepto de retribución divina, según el cual todo lo bueno o malo que le sucede al hombre es el resultado de un juicio divino conforme a sus acciones. Hay que llamar la atención aquí en el hecho de que este premio o castigo se recibe en la propia vida terrena, sin aplazarse su ejecución a una vida futura en la que, en este momento, no se creía. Apenas unos versículos más tarde, es Abraham quien expresa esta convicción al referirse al destino de los habitantes de Sodoma y Gomorra. Hay una justicia de Dios y hay una fe del creyente en esa justicia:

      Tú no puedes hacer tal cosa: dejar morir al justo con el malvado, y que corran parejos el uno con el otro. Tú no puedes. El juez de toda la tierra ¿va a fallar una injusticia? (Génesis 18, 25)

      Sin duda, el ejemplo más conocido de juicio divino es el Diluvio. Yahvé decide exterminar a la humanidad porque su conducta no es adecuada.

      Viendo Yahvé que la maldad del hombre cundía en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo, le pesó a Yahvé haber hecho al hombre en la tierra, y se indignó en su corazón. Y dijo Yahvé: «Voy a exterminar de sobre la haz del suelo al hombre que he creado, desde el hombre hasta los ganados, las sierpes, y hasta las aves del cielo porque me pesa haberlos hecho». (Génesis 6, 5-7)

      Lo curioso del episodio del Diluvio es que en este momento, desde la cronología interna del texto bíblico, los hombres todavía no contaban con una ley que sirviese como guía y vara de medir de su rectitud o impiedad. De hecho, fue justo después del Diluvio cuando Yahvé dictó sus primeras normas a los hombres. Pero, igual que Adán y Eva habían desobedecido un mandato concreto, también era evidente que la humanidad no había seguido los designios de la divinidad.

      En cualquier caso, incluso antes de las promulgaciones de la primera ley tras el Diluvio y de la ley suprema del Sinaí en tiempos de Moisés, lo que se percibe en los textos judíos es que Dios juzga al ser humano por su rectitud o pecado, y le premia o castiga en consecuencia. ¿Cómo lo hace? En el caso de los justos, su premio será una vida larga, como ocurre en el caso de los personajes anteriores al Diluvio, con el récord absoluto en poder de Matusalén, con 969 años de vida. Para los pecadores, la pena consistía en la reducción drástica (e inmediata) de sus días de vida.

      En resumen, la muerte es la herramienta suprema con la que cuenta Dios para juzgar a la humanidad de acuerdo con la ecuación buen comportamiento = vida larga; mal comportamiento = vida breve. Podemos encontrar esta fórmula verbalizada en el libro del Deuteronomio:

      Si escuchas la ley de Yahvé, tu Dios, lo que hoy te ordeno, amando a Yahvé, Dios tuyo, caminando por sus vías, guardando sus preceptos, leyes y decretos, vivirás y te multiplicarás […]. Pero si tu corazón se vuelve y no escucha y te dejas seducir […] os declaro que pereceréis sin remisión, no prologaréis vuestros días […]. Pongo hoy por testigos contra vosotros el cielo y la tierra; os he expuesto la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida. (Deuteronomio 30, 16-20)

      La siguiente pregunta que nos planteamos es: para los judíos de la época del Primer Templo, ¿qué ocurría con los muertos? ¿Adónde iban? ¿Había un lugar o varios diferentes según la condición del muerto?

      Evidentemente, tarde o temprano todos los seres humanos pasaban por el trance de la muerte y, tal como Dios le había anunciado a Adán, regresaban al polvo:

      No existe ventaja del hombre sobre la bestia, pues todo es vanidad. Todo camina a un mismo paradero. Todo procede del polvo y todo retorna al polvo. (Eclesiastés 3, 19-20)

      El destino que esperaba a todos los humanos tras su muerte era el šeol, una morada subterránea similar al Hades de la religión griega, donde moraban los difuntos, sin separación de cuerpo y alma, y sin distinción entre pecadores y bienhechores. Era, sencillamente, el estado siguiente a la vida y, a juzgar, por ejemplo, por las expresiones lastimeras de Jacob:

      Todos sus hijos y todas sus hijas se aprestaron a consolarle, pero él rehusó consolarse y dijo: ¡Bajaré a donde mi hijo en duelo, al šeol! (Génesis 37, 35)

      los judíos tenían de este lugar un concepto tan negativo como los griegos.

      ¡Hijo mío! ¿Cómo has bajado en vida a esta oscuridad tenebrosa?


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