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El príncipe roto. Erin WattЧитать онлайн книгу.

El príncipe roto - Erin Watt


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de mundo. Que podía haber alguien que se preocupara por mí.

      Debería haber sido más lista. Me he pasado toda la vida en la calle, desesperada por abandonar esa vida. Quería a mi madre, pero anhelaba mucho más que la vida que me daba. Quería algo más que pisos cutres, las sobras mohosas y luchas desesperadas por llegar a fin de mes.

      Callum Royal me dio lo que mi madre no pudo: dinero, una educación, una mansión pija en la que vivir, una familia y una…

      «Una ilusión», murmura una voz mordaz en mi cabeza.

      Sí, supongo que eso es lo que era. Y lo triste es que Callum ni siquiera lo sabe. No se da cuenta de que vive en una casa llena de mentiras.

      O a lo mejor sí. A lo mejor sabe perfectamente que su hijo se acuesta con…

      No. Me niego a pensar en lo que vi en el dormitorio de Reed la noche que me fui de la casa de los Royal.

      Pero las imágenes se reproducen de nuevo en mi cabeza.

      Veo a Reed y a Brooke en la cama de él.

      A Brooke desnuda.

      A Brooke tocándolo.

      Doy una arcada y una mujer mayor me mira al otro lado del pasillo con cara de preocupación.

      —¿Estás bien, cielo? —pregunta.

      Trago saliva para deshacerme de las náuseas.

      —Sí —digo en voz baja—. Me duele un poco el estómago.

      —Tranquila —responde la mujer con una sonrisa compasiva—. En nada abrirán las puertas. Saldremos en un santiamén.

      Dios. No. Un santiamén es muy poco tiempo. No quiero bajarme de este autobús. No quiero el dinero que Callum me ha dado a la fuerza en Nashville. No quiero volver a la mansión de los Royal y fingir que no me han roto el corazón en mil añicos. No quiero ver a Reed ni escuchar sus disculpas, si es que va a disculparse conmigo.

      No dijo ni una palabra cuando entré y los pillé a él y a la novia de su padre en su cama. Ni una palabra. Estoy segura de que en cuanto entre por la puerta de la mansión me daré cuenta de que Reed ha vuelto a ser el mismo chico cruel de antes. Aunque lo cierto es que quizá prefiero eso. De esa forma, podré olvidar que lo he querido.

      Bajo del autobús tambaleándome y me aferro al asa de la mochila que llevo colgada al hombro. El sol ya se ha puesto, pero la estación está completamente iluminada. La gente se mueve a mi alrededor mientras el conductor descarga las maletas del maletero del vehículo. Yo no llevo ninguna, solo he viajado con mi mochila.

      La noche que hui, no me llevé nada de la ropa pija que me compró Brooke y que ahora me espera en la mansión. Ojalá pudiera quemar todas y cada una de esas prendas. No quiero llevar esa ropa ni vivir en esa casa.

      ¿Por qué no podía Callum dejarme tranquila? Podría haber empezado una nueva vida en Nashville. Podría haber sido feliz. Solo era cuestión de tiempo.

      Pero no, estoy en las garras de los Royal otra vez, después de que Callum usara todo su catálogo de amenazas conmigo para traerme de vuelta. No me puedo creer todo lo que ha hecho para encontrarme. Al parecer los billetes que me dio tenían unos números de serie específicos. Solo tuvo que esperar a que usara uno para descubrir mi ubicación exacta.

      Ni siquiera quiero saber cuántas leyes ha incumplido para rastrear el número de serie de un billete de cien. Pero supongo que los hombres como Callum están por encima de la ley.

      Un coche pita y yo me quedo petrificada cuando un Town Car negro aparece junto al bordillo. Es el mismo coche que siguió al autobús de Nashville a Bayview. El conductor se baja. Es Durand, el chófer/guardaespaldas de Callum, que es tan grande como una montaña e igual de imponente.

      —¿Qué tal el viaje? —pregunta con brusquedad—. ¿Tienes hambre? ¿Quieres que paremos a comprar algo de comer?

      Durand nunca es tan hablador, así que me pregunto si Callum le ha ordenado que sea muy simpático conmigo. Yo no recibí esa orden, así que no me muestro para nada simpática cuando murmuro:

      —Sube al coche y conduce.

      Él abre las fosas nasales.

      No me siento mal. Estoy harta de esta gente. De ahora en adelante serán mis enemigos. Son los guardias de la cárcel en la que me tienen recluida. No son mis amigos ni mi familia. No significan nada para mí.

      ***

      Parece que todas las luces de la mansión están encendidas cuando Durand detiene el coche en la entrada de la mansión. La casa es un enorme rectángulo repleto de ventanas y toda la brillante luz que emana de su interior resulta casi cegadora.

      Las puertas de roble con pilares se abren de golpe y, de repente, Callum aparece con el pelo oscuro perfectamente peinado y vestido con un traje de chaqueta que se ciñe a su ancha figura.

      Adquiero una postura firme y me preparo para enfrentarme a él, pero mi tutor legal me ofrece una lánguida sonrisa.

      —Bienvenida de nuevo.

      Aunque lo cierto es que no me siento bienvenida en absoluto. Este hombre me ha rastreado hasta Nashville y me ha amenazado. La lista de consecuencias directas si no volvía a la mansión de los Royal parecía no tener fin.

      Habría puesto una denuncia por haberme escapado de casa.

      Me habría denunciado a la policía por usurpar la identidad de mi madre.

      Le habría dicho que robé los diez mil dólares que me dio y me habría denunciado por robo.

      Aunque ninguna de esas amenazas me hizo sucumbir. No, lo que realmente consiguió que cediera fue su enfática declaración de que no había lugar al que pudiera huir sin que él me encontrara. Fuera donde fuera, él daría conmigo. Me perseguiría durante el resto de mi vida, porque, tal y como me recordó, se lo debía a mi padre.

      Mi padre, un hombre al que ni siquiera conocí. Un hombre que, por lo que he oído, era un cabrón mimado y egoísta que se casó con una arpía cazafortunas y se olvidó de comentarle —a su esposa y a todos los demás— que había dejado preñada a una muchacha cuando estaba de permiso hace dieciocho años.

      Yo no debo nada a Steve O’Halloran. Ni tampoco debo nada a Callum Royal. Pero tampoco quiero tener que comprobar que nadie me sigue durante toda mi vida. Callum no se marca faroles. No dejaría de buscarme si volviera a huir.

      Mientras lo sigo al interior de la mansión, me recuerdo que soy fuerte. Lo resistiré. Puedo soportar dos años viviendo con los Royal. Lo único que tengo que hacer es fingir que no están por aquí. Me concentraré en terminar mi educación secundaria y luego iré a la universidad. En cuanto me gradúe, no tendré que volver a poner un pie en esta casa.

      Una vez arriba, Callum me enseña el nuevo sistema de seguridad que ha instalado en la puerta de mi dormitorio. Es un escáner biométrico de manos, supuestamente del mismo tipo que utilizan en Atlantic Aviation. Solo mi huella puede abrir la puerta de mi habitación, lo cual implica que no habrá más visitas nocturnas de Reed. Ni más pelis con Easton. Esta habitación es mi celda, y eso es exactamente lo que quiero.

      —Ella…

      Callum suena agotado. Me sigue al interior de mi habitación, que es tan rosa y femenina como la recuerdo. Callum contrató a un decorador, pero eligió todas las cosas por su cuenta y dejó claro que no sabe absolutamente nada sobre las chicas adolescentes.

      —¿Qué?

      —Sé por qué huiste, y quería…

      —¿Lo sabes? —lo interrumpo con cautela.

      Callum asiente.

      —Reed me lo ha contado.

      —¿Te lo ha contado?

      No soy capaz de contener o esconder la sorpresa. ¿Reed le ha contado a su padre lo suyo con Brooke? ¿Y Callum no lo ha echado de casa? Joder, ¡Callum ni


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