Relación y amor. Jiddu KrishnamurtiЧитать онлайн книгу.
mientras obtengamos lo que queremos, creemos que todo está bien. Pero en el momento en que un acontecimiento destruye lo que hemos construido, gritamos desesperados esperando encontrar un nuevo consuelo que, por supuesto, de nuevo volverá a ser destruido. De manera que éste es el proceso que continuará funcionando, y si quiere seguir atrapada en esta secuencia repetitiva, sabiendo perfectamente cuáles son sus consecuencias, entonces, ¡adelante! Pero si ve lo absurdo que es todo eso, entonces de forma natural dejará de llorar, dejará de aislarse, y vivirá junto a sus hijas con una nueva luz y con una sonrisa en el rostro.
CAPÍTULO 5
El silencio posee muchas cualidades. Existe el silencio entre dos ruidos, el silencio entre dos notas, y el silencio que se expande en el intervalo entre dos pensamientos. Existe, también, un silencio peculiar, sosegado, penetrante, que emana de un atardecer en el campo; está el silencio a través del cual se oye el ladrido de un perro que llega desde la distancia, o el silbido de un tren según va subiendo la pendiente; existe el silencio de una casa cuando todo el mundo duerme, y su peculiar intensidad cuando uno se despierta a medianoche y escucha el grito del búho en el valle; así como el silencio que precede a la respuesta de la hembra del búho. Está el silencio de una vieja casa desierta, el silencio de una montaña, y el silencio que comparten dos seres humanos cuando ambos han visto lo mismo, han sentido lo mismo, y han actuado.
Esa noche, y particularmente en aquel valle lejano con sus antiquísimas montañas y sus rocas de formas caprichosas, el silencio era tan real como la pared que uno tocaba. Por la ventana se veían las resplandecientes estrellas y el silencio no era autogenerado, ni era debido a que la tierra estuviera tranquila y los aldeanos dormidos, sino que venía de todas partes: de las estrellas distantes, de aquellos oscuros montes, y de la propia mente y el corazón de uno. Era un silencio que parecía cubrirlo todo, desde el diminuto grano de arena del lecho del río – que sólo sabía del agua cuando llovía–, hasta el alto y anchuroso baniano, junto con la leve brisa que empezaba a soplar. Hay un silencio de la mente que ni el ruido ni el pensamiento o el viento pasajero de la experiencia pueden tocar. Este silencio es inocente y, por tanto, infinito. Cuando existe ese silencio en la mente surge de él una acción, y esa acción no genera confusión ni desdicha.
La meditación de una mente que está en completo silencio es la bendición que el ser humano siempre ha buscado. Ese silencio contiene todas las cualidades del silencio. Existe ese extraño silencio que reina en un templo o en una ermita vacía y perdida en un lugar recóndito lejos del ruido de turistas y adoradores; y el pesado silencio que yace sobre las aguas y que forma parte de aquello que está lejos del silencio de la mente.
La mente meditativa contiene todas estas variedades, cambios y movimientos del silencio. Ésa es la mente de verdad religiosa; y el silencio de los dioses es el silencio de la Tierra. La mente meditativa fluye en ese silencio y el amor es la forma como se expresa. En ese silencio hay alegría y bienaventuranza.
De nuevo regresó el tío, esta vez sin la sobrina que había perdido al esposo. Llegó vestido con mayor esmero y también más preocupado e inquieto; su rostro se había ensombrecido a causa de la tristeza y la ansiedad. El suelo donde nos sentamos era duro y la buganvilla roja nos contemplaba a través de la ventana. La paloma vendría probablemente un poco más tarde; acostumbraba a llegar alrededor de esta hora de la mañana y se posaba siempre en la misma rama, de espaldas a la ventana, con la cabeza señalando hacia el Sur, y su arrullo entraría suavemente por la ventana abierta.
«me gustaría hablar acerca de la inmortalidad y de la perfección de la vida a medida que ésta evoluciona hacia la realidad última. A juzgar por lo que dijo el otro día, usted tiene una percepción directa de la verdad y nosotros que no la tenemos, sólo creemos en ella; no sabemos realmente nada sobre el atman y lo único que conocemos es la palabra. El símbolo se ha convertido para nosotros en lo real y cuando se clarifica realmente lo que es el símbolo –como hizo el otro día– nos sentimos atemorizados. Sin embargo, a pesar de este miedo nos aferramos al símbolo, porque en realidad no sabemos nada excepto lo que nos han dicho, lo que los maestros anteriores nos han enseñado y, por eso, llevamos siempre a cuestas el peso de la tradición. De modo que, en primer lugar, quisiera descubrir por mí mismo si existe esta “realidad” que es permanente, esta “realidad” –como quiera que uno la llame: atman o alma– que continúa después de la muerte. No le temo a la muerte, me he enfrentado a la muerte de mi esposa y de algunos de mis hijos, pero me preocupa este atman como realidad. ¿Existe en mí esta entidad permanente?»
Cuando hablamos de permanencia, nos referimos a algo que continúa a pesar del constante cambio que sucede a su alrededor, a pesar de las experiencias, a pesar de todas las ansiedades, tristezas y barbaridades; nos referimos a algo que es imperecedero, ¿no es cierto? En primer lugar, ¿cómo puede uno descubrirlo? ¿Puede eso buscarse por medio del pensamiento, por medio de las palabras? ¿Es posible encontrar lo permanente por medio de lo que no es permanente? ¿Puede buscarse lo inmutable utilizando aquello que está constantemente cambiando, o sea, el pensamiento? El pensamiento puede dar permanencia a una idea, ya sea el atman o el alma, y decir: «Esto es lo real,” porque el pensamiento engendra el miedo al cambio constante y, de ese miedo, nace el deseo de buscar algo permanente –una relación permanente entre dos seres humanos, una permanencia en el amor.
Pero el pensamiento en sí mismo es efímero, es cambiante y, por tanto, cualquier cosa que invente como algo permanente, será igual que él, efímera. Puede aferrarse a un recuerdo durante toda la vida y considerarlo permanente, y luego querer saber si después de la muerte tendrá continuidad; pero es el pensamiento el que al aferrarse a ese recuerdo crea todo eso, le da continuidad y permanencia al alimentarlo día tras día. La permanencia es la mayor de las ilusiones, porque el pensamiento vive en el tiempo, y sigue recordando hoy y mañana aquello que experimentó ayer; así es como nace el tiempo, la permanencia del tiempo, y la permanencia que el pensamiento le ha dado a la idea de alcanzar algún día la verdad. El miedo, el tiempo, el logro, el eterno devenir son todo producto del pensamiento.
«Pero ¿quién es el pensador, el pensador que tiene todos estos pensamientos?»
¿Existe realmente el pensador o existe sólo el pensamiento que crea al pensador y, una vez creado, inventa lo permanente: el alma, el atman?
«¿Quiere decir que uno deja de existir cuando no piensa?»
¿No le ha sucedido alguna vez, de forma natural, que se encuentra en un estado en el cual el pensamiento está por completo ausente? Cuando eso sucede, ¿es consciente de que el pensador, el observador, el experimentador, es uno mismo? El pensamiento es la respuesta de la memoria y el conjunto de recuerdos es el pensador. Pero cuando no hay pensamiento, ¿existe acaso un “yo,” en torno al cual hacemos tanto ruido y alboroto? No me refiero a la persona que se halla en estado de amnesia, ni a la que vive en un ensueño diario o aquella que controla el pensamiento para silenciarlo, sino a una mente que está por completo despierta y atenta. Si no hay pensamiento ni palabra, ¿no tiene la mente una dimensión del todo diferente?
«Por supuesto que es muy diferente cuando el “yo” no actúa, cuando no se reafirma, pero esto no significa necesariamente que el “yo” no exista simplemente porque no esté activo.»
¡Desde luego que existe! El “yo,” el ego, el conjunto de recuerdos existe. Sólo vemos que existen cuando reaccionamos a un reto, pero están siempre en nosotros –quizás latentes o en suspenso– esperando la próxima oportunidad para reaccionar. Un hombre codicioso está ocupado la mayor parte del tiempo en su codicia; puede que en ciertos momentos la codicia esté inactiva, pero sigue estando presente.
«¿Y cuál es esa entidad activa que se expresa en la codicia?»
Sigue siendo la codicia; no hay separación entre ambas.
«Comprendo perfectamente a lo que llama el ego, el “yo,” con sus memorias, sus codicias, con sus reafirmaciones de sí mismo y toda clase de exigencias, pero ¿no existe nada a excepción de este ego? Si el ego deja de existir, ¿quiere decir que sólo hay inconciencia?»
Cuando esos cuervos dejan de hacer ruido, hay algo,