El Viaje a Nicaragua é Historia de mis libros. Rubén DaríoЧитать онлайн книгу.
hacer salidas del cuerpo, pues vivían tan poco siendo inmortales. Preguntó asimesmo si moría el santo padre de Roma, vicario de Cristo, Dios de cristianos; y cómo Jesús, siendo Dios, es hombre, y su madre, virgen pariendo; y si el emperador y rey de Castilla, de quien tantas proezas, virtudes y poderío contaban, era mortal; y para qué tan pocos hombres querían tanto oro como buscaban. Gil González y todos los suyos estuvieron atentos y maravillados oyendo tales preguntas y palabras a un hombre medio desnudo, bárbaro y sin letras, y ciertamente fué un admirable razonamiento el de Nicaragua, y nunca indio, a lo que alcanzó, habló tan bien a nuestros españoles.»
El nicaragüense se distingue en toda la América Central por condiciones de talento y de valor. A la levadura primitiva se agregaron elementos coloniales. Si, una vez proclamada la independencia, hubo descuido en la general cultura, fué a causa de las inquietudes incesantes que mantuvieron a todos los cinco Estados centroamericanos en continuas agitaciones y guerras.
El historiador de Indias ya citado hace notar el estado de relativo adelanto que encontraron en algunas tribus de Nicaragua los conquistadores. «Sea como fuere, que cierto es que tienen estos que hablan mejicano por letras las figuras de los de Culúa, y libros de papel y pergamino, un palmo de anchos y doce largos, y doblados con fuelles, donde señalan por ambas partes de azul, púrpura y otros colores, las cosas memorables que acontecen; e allí están pintadas sus leyes y ritos, que semejan mucho a los mejicanos, como lo puede ver quien cotejare lo de aquí con lo de Méjico.»
Y en otro lugar: «Los palacios y templos tienen grandes plazas, y las plazas están cerradas de las casas de nobles y tienen en medio de ellas una casa para los plateros, que a maravilla labran y vacían el oro.» Esta condición aun hoy puede admirarse en los trabajos de orfebrería nicaragüense. Tales labores he mostrado yo a mis amigos europeos, que las han comparado con manufacturas de Tifany o Froment-Meurice. Escultores y pintores hay asimismo que, sin haber frecuentado nunca talleres ni museos, pues no han salido del país, producen obras que me han causado sorpresa y admiración. Así los que actualmente decoran la catedral de León, bajo el cuidado del obispo Pereira.
Ciertos indios fabrican utensilios de barro que no son inferiores a los que produce la alfarería peninsular en Andújar; las «tinajitas» de allá alegran la vista y refrescan el agua en los estíos, como las españolas alcarrazas. La habilidad original y criolla se manifiesta en esteras o «petates», en hamacas tejidas de la fibra de la «cabuya» o de la pita, teñidas con los colores que extraen del mismo modo que los abuelos, colores que hacen rememorar cómo ante no sé cuál tapiz oriental evocara un expresivo pintor francés la comparación de un «perroquet». Se hacen en los telares rebozos de hilo y de seda, semejantes a chales indios; se labran en el duro hueso de un fruto de palmera, el «coyol», sortijas y pendientes que se dijeran de azabache. Y se descubre en las mentes una natural claridad de entendimiento y una facultad de asimilación que hacen que se aprendan con facilidad y acierto importadas industrias extranjeras. Los zapatos son famosos, y podrían pasar los de algunos fabricantes por los que en las zapaterías sevillanas han llenado el gusto del coronado que tiene por nombre Eduardo VII. Aprovechando la riqueza de los bosques, que es extraordinaria, combinan los carpinteros y ebanistas piezas de exposición que son maravillosos mosaicos. Sorprenden las vivaces disposiciones mecánicas. El primer automóvil que haya llegado a la República fué el del presidente Zelaya. Con él fué un chauffeur francés. Al poco tiempo los buenos conductores no escaseaban. Y hasta algo como un Charles Cros nicaragüense ha habido que haya experimentado allá un sistema de teléfono sin hilos mucho antes de las hoy triunfantes tentativas de electricistas europeos. Me refiero al doctor Rosendo Rubí, que obtuvo en Washington una patente el año de 1900.
Si el clima predispone para la fatiga y hay en él el tropical incentivo de la pereza, adelanta, sin embargo, la actividad artesana. Managua, León, Masaya, Granada, Rivas, Matagalpa, son centros principales de trabajo. Aunque las condiciones de vida del país son tan diversas de las que hacen levantar tantas protestas al obrero en naciones europeas y americanas, no ha dejado de sentirse por allá uno que otro vago soplo de espíritu socialista; mas no ha encontrado ambiente propicio en donde nadie puede morirse de hambre ni hay vida de dominadores placeres.
El nicaragüense es emprendedor, y no falta en él el deseo de los viajes y cierto anhelo de aventura y de voluntario esfuerzo fuera de los límites de la patria. En toda la América Central existen ciudadanos de la tierra de los lagos que se distinguen en industrias y profesiones, algunos que han logrado realizar fortunas y no pocos que dan honra al terruño original. No es el único el caso del navegante matagalpense de que hablara Ángel Ganivet; y en Alemania, en Francia, en Rumania, en Inglaterra, en los Estados Unidos, sé de nicaragüenses trasplantados que ocupan buenos puestos y ganan honrosa y provechosamente su vida. Recuerdo que, siendo yo cónsul de Nicaragua en París, recibí un día la visita de un hombre en quien reconocí por el tipo al nicaragüense del pueblo. Me saludó jovial, con estas palabras, más o menos: «No le vengo a molestar, ni a pedirle un solo centavo. Vengo a saludarle, porque es el cónsul de mi tierra. Acabo de llegar a Francia en un barco que viene de la China, y en el cual soy marinero. Es probable que pronto me vaya a la India». Se despidió contento como entrara y se fué a gastar sus francos en la alegría de París, para luego seguir su destino errante por los mares.
[1] Según los cálculos de Paul Levy, en su obra sobre Nicaragua, las proporciones son: indio, 550 por 1.000; mestizo, 400 por 1.000; blanco y criollo, 45 por 1.000; negro, 5 por 1.000
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