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Un paseo por Paris, retratos al natural. Roque BarciaЧитать онлайн книгу.

Un paseo por Paris, retratos al natural - Roque  Barcia


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africanos á los españoles; enhorabuena. Preferimos ser tan bárbaros á ser tan cultos. No queremos ser tan civilizados como él, ni como tú, hijo infame y bastardo.

      Hijo desdichado, ven acá y oye. Tu padre te ha dado la vida: ¿eres tú quien ahora le aconseja que levante el brazo contra la suya?

      De su amor recibiste tu primer amor: ¿eres tú quien ahora pones en su mano un puñal?

      Si tu padre cae en la bancarota, tú vas á vivir infamado: ¿eres tú quien quiere que se mate para evitar tu infamia? ¿Eres tú quien crees que tu egoismo vale más que la vida del que te ha consagrado su existencia?

      ¡Pero oye aún! Si tú crees que la desgracia de tu padre te va á dejar sin honra, si lo crees así, si de ello estás convencido, ¿por qué no eres tú el suicida? Responde, hijo cobarde, ¿por qué no eres tú quien coge el puñal? ¿Por qué tu padre ha de ser víctima de una opinion tuya, de un juicio tuyo? ¿Por qué ha de ser el caballero andante de tus ideas romancescas?

      ¡Pero oye todavía! ¿Quién te ha dicho que un banquero se infama, porque un infortunio que él no puede evitar le hace caer en la ruina? ¿Quién te ha dicho que no hay honradez en el infortunio? ¿Quién te lleva á ver una prostitucion en la desgracia? ¿Quién te ha dicho que Dios no se venga de hombres como tú, dando al dolor una esperanza, un deseo, un suspiro ferviente, una corona, una santidad? ¿Quién te ha dicho, responde, que la Providencia no ha dado poesía al lamento amoroso y casto de la tórtola?

      Tu padre se arruina. ¡Y qué! ¿No hizo esa fortuna en otro tiempo? ¿Tenia quizá alguna escritura en que la eternidad le prometia amparar sus buques ó sus billetes?

      Hoy pierde lo que ganó ayer. ¿Quién te ha dicho que la pérdida, como la ganancia, es otra cosa que un accidente en la vida de un comerciante? Y por un accidente de la vida, ¿buscas un puñal contra la vida? ¿Quieres sacrificar el cielo á un celaje? ¿Quieres sacrificar el mar á una ola? ¡Ay! Á la gota de sangre que cae de un dedo, ¿quieres sacrificar el corazon? Á la lágrima que cae de los ojos, á este soplo del aroma húmedo de nuestra alma, ¿quieres sacrificar el alma toda?

      Hijo desdichado, si tu destino es quemar tu conciencia y tu corazon, quémalos, en silencio, ocúltate como se oculta el mago ó el hechicero para dar cabo á sus maniobras; escóndete; pero no te valgas de la luz para quemar la conciencia del mundo, vertiendo esas chispas en un libro.

      Despues de esto ¿qué extraño tiene lo que se ve en el drama Antony, del mismo Dumas? ¿Qué extraño tiene que Antony penetre en la alcoba con una señora casada, en el momento de caer el telon, mientras que los ojos del público, atravesando aquel telon, ven la obscenidad convertida en fiesta, en declamacion y poesía, en bella-arte, en teatro? Despues que un hijo aconseja á su padre que coja un puñal y lo bañe en sangre de sus venas (sea cual fuere el motivo) ¿qué extraño tiene que el oído del público, pasando á través del telon, oiga la respiracion convulsiva y torpe del adulterio? ¿Qué mayor adulterio que el parricidio?

      Pero esto se lee, esto gusta, esto recorre el mundo, esto hace fortuna, reputacion, gloria … en España tambien. ¡Qué desventura!

      Pero ¿podrás negarle, se me dice, la habilidad en la ejecucion? ¿Podrás negarle su belleza en la forma?

      ¿Podreis negar á los lagartos, respondo yo, la belleza de su piel verde? ¿Podreis negársela á los cocodrilos? ¿Podreis negar á la culebra la rica variedad de sus brillantes y sedosas escamas?

      ¿Esa es vuestra belleza? ¿Ese es vuestro arte? ¿Por qué no haceis de un cocodrilo un actor? ¿Por qué no haceis de una serpiente una actriz?

      Basta de esto, mis queridos lectores. Tapémonos ambas orejas, contra el graznido áspero y soez de ese cuervo que dice al mundo: oid en mi graznido el gorgeo dulce y apasionado de la calandria y del ruiseñor.

      El arte francés, generalmente hablando, lleva en sí el trastorno más radical y más profundo de las ideas morales; el trastorno propio de una sociedad que, á precio de ruido y de oro, embrolla sin escrúpulo las verdades más venerandas del entendimiento y de la conciencia.

      Oropel, luces, relumbrones, escenas cáusticas, contrastes imposibles, aventuras maravillosas y disparatadas, alarmantes; pero que cautivan, que seducen, que nos arrastran á despecho nuestro; sobre todo, lavar la cara de las cosas, mover el palaustre; hé aquí la expresion más constante y más universal del arte francés. La idea que más domina en el escritor de Paris, es la de hacer de modo que á los lectores de sus novelas se les haya de dar un par de sangrías, aún antes de concluir la tremenda lectura. Si quisiéramos citar ejemplos en comprobacion de esta verdad, necesitariamos escribir centenares de tomos, como ya dije.

      Acato la rica erudicion de un Thiers, de un Littré, de un Guizot; acato la vastísima ciencia del eminente Augusto Conte; acato la hechicera literatura de un Chateaubriand, de un De Lamartine, de un Balzac, de una Cotin, de un Víctor Hugo; acato y amo la poesía fácil, ingénua, encantadora del inspirado Beranger; acato el valeroso y fecundo arte, el pincel arrebatador del inmenso Horacio Vernet; acato con profunda veneracion á ese gran hombre, que ha dejado de ser pintor en el mundo para ser monarca de los espléndidos salones de Versalles; acato á ese Horacio Vernet, al humilde y modesto artista, que es más que Luis XIV en las régias salas de aquel opulento y maravilloso palacio; acato á esos genios de la Francia; no es mi ánimo negar que la Francia tenga sus genios; pero estúdiese aquí el organismo que el arte tiene; estúdiense con detencion y con cuidado sus manifestaciones generales, las manifestaciones del pueblo francés, y no podrá menos de llegarse á la conviccion más completa de la rigorosa exactitud de nuestros retratos.

      Pero ¿y esos genios de que acabas de hablar? ¿Esos genios, como todos los genios del mundo, contesto yo, no son la sociedad francesa; los genios no tocan al pueblo en donde nacen; un don del cielo no tiene otra cuna que el espacio que coge todo el cielo. El genio del hombre es como la luz de los astros: su pueblo es el orbe, la creacion entera, la obra del principio supremo, la patria de Dios.

      Y aún á propósito de esos mismos genios, podriamos decir algo; algo que probaria incontestablemente la verdad de mis opiniones. El carácter de raza, el bautismo de nacionalidad, esa especie de limo que la nacion en donde nacemos y vivimos pega á nuestra alma y á nuestras costumbres: esa herencia de pueblo y de familia es un hecho tan poderoso y tan inevitable, que si estudiamos con el necesario talento la forma exterior del arte de Thiers, de Guizot, de Chateaubriand, de Balzac, de De Lamartine, de Víctor Hugo, de madama Cottin, del mismo Horacio, de ese ilustre pintor que tanto admiro; aún de Beranger, de ese nobilísimo poeta que tanto venero; hasta si pasamos á la ciencia del inagotable Augusto Conté, de ese coloso que tanto me asombra: si estudiamos la forma exterior del arte de esos genios; si nuestro espíritu tuviera el ojo penetrante que se necesita para distinguir ciertos colores, ciertos tintes, ciertas sombras confusas y remotas: más claro, cierto hábil relumbron, cierto viso dramático, cierta cara lavada por el palaustre francés; si tuviéramos la necesaria habilidad para descubrir esos delicadísimos detalles, juraría por mi alma, que aún en el arte de aquellos grandes hombres encontraríamos la hechicería francesa. No exceptúo ni á Bossuet, ni á Fenelon, ni á Condillac, ni á Bordaloue, ni al severo y tajante Rousseau. No hablo de un hombre muy extraordinario y muy célebre; un hombre que ha logrado más fama que todo un pueblo; no hablo de Voltaire. Voltaire, como Diderot y casi todos los de la memorable Enciclopedia, es un perfectísimo francés: francés en alma y cuerpo; en pensamiento y obra; en juicio y palabra.

      No exceptúo á nadie, ni al mismo preceptista y mirado Boileau.

       Índice

      =Moralidad de Paris con relacion á la familia=.

      Se ha dicho que los lazos de la familia están relajados en Francia. Esta opinion que seria una calumnia tratándose del pueblo francés, no deja de ser cierta tratándose de la ciudad de Paris.

      Desde luego se observa que está ciudad está


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