Un paseo por Paris, retratos al natural. Roque BarciaЧитать онлайн книгу.
No bien oyó aquella señora que traia encargos de un noble de la Habana, y que se trataba de un regalo de boda, cuando empezó á desdoblar blondas y encajes, empedrando nuestras orejas de miles de francos. Ahora cogia una riquísima manteleta, se la ponia sobre los hombros y daba una vuelta majestuosa por todo el gracioso salon; despues echaba mano á un velo y volvia á pasear, dando á su cabeza y á su talle todo el aire posible para producir el efecto artístico; luego tocó el turno al chal dorado, y dejaba caer la espalda hacia atrás, con el fin sin duda de que la punta del pañuelo lamiera la alfombra, y formara así alguna honda de buen gusto y algun reflejo deslumbrador. En esto acude el caballero que se habia ausentado, y empieza á desdoblar ante nuestros ojos una preciosa coleccion de pañuelos de India y de Persia, adobándola con la salsa de los tantos y cuantos millares de francos.
Antes nos creiamos en el teatro de la Opera cómica; ahora creiamos asistir á un juego de manos ó cosa semejante. Nosotros deslizábamos de cuando en cuando una mirada hacia la puerta, como si quisiéramos decir: ¿Cuándo nos verémos en la calle? Estábamos sudando como pollos.
La situacion se hizo ya tan embarazosa, que ni mi mujer ni yo sabiamos qué hacer. Al cabo, tuve que pretextar una ocupacion apremiante, balbuceando alguna frase de admiracion y de complacencia; pero no nos dejaron ir sin recabarnos la promesa de que volveriamos despacio para tener una noticia más cabal del surtido del establecimiento, y poder hacer con más acierto los encargos del noble de la Habana.
Nosotros nos rendimos, capitulamos á su sabor, tomamos dos tarjetas con orlas y dorados, y nos dimos en cuerpo y alma á bajar la escalera.
¿Cuándo estaremos en la calle? me decia mi mujer. ¡Jesus qué calor! Estoy sofocada. Yo no hacia más que oir; estaba ocupado enteramente en bajar, en el ánsia de salir á la calle y de tomar el fresco.
Llegamos al portal, los lacayos nos cobijaron con una mirada maestra; no vieron bulto ni cosa alguna que lo valiese; se convencieron de que nada habiamos comprado, de que habiamos sido inútiles á sus señores, de que la librea habia sido nula, y creyeron prudente ó estratégico retirar el saludo.
¡Gracias á Dios! Ya estamos en la calle de Richelieu. Comparada la calle al salon de donde salimos, podemos decir que estamos en el reino de la verdad. ¡Oh delicia!
¡Qué objeto tan curioso es estudiar á un pueblo en estas minuciosidades que tanto significan, aunque no sea sino porque jamás engañan! Retratar con este pincel, es retratar al natural, y por eso he dado este título á mis pobres apuntes.
¿Pero por qué sucede que despues de un lance semejante, nos invade primero la risa y despues la tristeza? Esto sucede, porque la verdad no deja nada impune, porque no existe una evidencia más infalible que la ley moral. Esta ley nos castiga, castiga al hombre, castiga su pecado, y ¿quién no baja la cabeza ante el castigo? ¿Quién no dobla la espalda bajo el peso de los azotes?
El comercio de Paris, lo digo otra vez, es lo que la industria: fantasmagoría, aparato, altas novedades; es el zapato aéreo en otro sentido; palaustre tambien.
Encargo al extranjero que nunca se llegue á comprar un objeto que lleve este rótulo: FANTAISIE (fantasía), sino tiene marcado el valor. Cuando esto no sucede, el comerciante parisiense se creerá autorizado para exigir el doble ó triple de lo que vale, porque la FANTASÍA, nombre que aquí quiere decir ingenio, invencion, maravilla, prodigio, no está sujeta á tarifa alguna. Se trata de vender una creacion ingeniosa, y el ingenio no tiene límites: lo que no tiene límites no tiene precio, y de aquí la infinita elasticidad del cálculo francés. ¡Pobre del extranjero que olvide este encargo ó que tome á empresa el echarla de generoso!
Voy á terminar este ligerísimo bosquejo, haciendo notar una rareza que me ha herido de una manera singularísima.
Todos saben que Francia es un pueblo dotado de ciertos instintos de igualdad política, igualdad que tiene tantos monumentos en su historia, que tanto trabaja su espíritu, que no deja de tener alguna forma práctica en la constitucion social y en las costumbres; hasta en el establecimiento del imperio. No obstante, la industria y el comercio de este país son enteramente aristocráticos.
Por el contrario, todos saben que la desigualdad gerárquica, la casta social, es en Inglaterra un principio tan indiscutible y sagrado como un capítulo de dogma. Sin embargo, la industria y el comercio de Inglaterra son enteramente democráticos.
Paris, el demócrata, viste á los ricos de casi toda Europa, y de una gran parte de América.
Lóndres, el magnate, viste á los pobres de casi todo el globo.
El pobre busca al rico: este es Paris.
El rico busca al pobre: este es Lóndres.
No hay contradiccion. Hay habilidad. Tratándose del otro lado del estrecho, hay más: habilidad y lógica; esto es, habilidad inglesa, un miasma atmosférico que no tiene igual en el espacio, desde el cielo á la tierra, desde la tierra hasta el abismo. Estoy deseando ir á Lóndres, para poder establecer una comparacion concienzuda entre estos dos grandes centros, que son sin disputa los dos pueblos más influyentes de nuestro siglo, y los dos primeros rivales de la tierra.
VI.
=Moralidad de Paris con relacion al arte=.
Ante todo, tengo que poner en su lugar una opinion que juzgo importante.
En el arte moderno francés hallo cierto arranque social, que ha abierto una grande era á la literatura, y que con el tiempo empujará al arte hácia su expresion más trascendental, al menos más en armonía con el espíritu de nuestra época. Este es un hecho capitalísimo; es un gérmen que puede modificar maravillosamente el porvenir, y fuera injusto negar sus esperanzas al trabajo del hombre francés. Pero como en este capítulo no juzgo el elemento social del arte, sino que lo considero únicamente en su relacion con las ideas morales, me parece que basta esta salvedad.
El exámen de todas las obras artísticas de este pueblo, necesitaria la vida laboriosa de más de un escritor, y el espacio de muchos volúmenes. Dejo, pues, aparte el fardo inmenso de demasías, de licencias, de crímenes, hasta de obscenidades, de que el teatro y la novela se han hecho órgano en este país tantas veces, con un talento tan singular, y me concretaré á un pasaje de un libro que han leido todos, que todos conocen, de que la Francia está inundada, de que están inundadas la Europa y la América. Hablo del Montecristo: hablo de ese libro terrible, que hace de este mundo un sopor, una cueva encantada, un brevaje oriental, una bellísima diablura. Ciertas gentes se han empeñado en hacer ver que la diablura puede ser bella, que las brujas pueden ser artistas. Hablo de esa nueva caballería andante, más ridícula y más absurda que la del mismo Amadís de Gaula; esa caballería en que no hay de real y positivo sino el trastorno y el escarnio de las virtudes más sagradas del hombre.
Estamos en la escena en que un hijo aconseja á su padre con la mayor formalidad…. (Imposible parece que Dios nos haya dado formalidad para tales cosas. En este sentido, nuestra razon tiene misterios que horrorizan, como tiene el abismo cavidades que nos espantan.)
Decia que un hijo aconseja á su padre que se debe matar. ¿Por qué? Porque es comerciante, ha experimentado un revés en sus intereses, está tocando la necesidad de una bancarota, y este descalabro le infamará á él y á sus hijos. Pero ¿no hay remedio? Sí; el hijo se lo ofrece, se lo propone, se lo aconseja, se lo exige. El remedio … ES MATARSE. Matándose, se habilita el banquero, el hombre muere honrado, y el padre lega esta honradez á su familia. ¿No es bastante? ¿Debe el pobre viejo dudar? ¿No dice bien el hijo? ¿No tiene razon Alejandro Dumas?
Hijo desdichado, hijo á quien el cielo no dió conciencia, sino para hacerte probar el placer tremendo de desgarrarla, como no dió organismo á la lombriz sino para hacerla probar el placer asqueroso de revolcarse dentro del cieno; hijo desdichado, ven acá y oye á un hombre que no tiene el genio de Alejandro Dumas, pero que tiene más corazon,