La sociedad invernadero. Ricardo ForsterЧитать онлайн книгу.
un orden de la desdicha y de la culpa y del que no hay salida. Es así como el mismo por-venir es ahora lo que es sacrificado en el altar al capitalismo.
Entre el dominio de la deuda, la consecuencia culpable que ella genera en el individuo,y la ficción de la libertad se ha ido construyendo la máquina de dominación neoliberal.
VI
Desde otra perspectiva, y anticipándose a quienes en la actualidad hacen eje en estas paradojas de la libertad, de lo virtual y del simulacro como formas dominantes de la sociedad de mercado global, Jean Baudrillard contrapone la idea de lo universal a la idea de lo mundial, el punto exacto en el que se abandona la referencia a valores, propia de lo universal, para pasar al dominio de lo abstracto, que es propia del intercambio. «En lo mundial –dice el filósofo francés–, todas las diferencias se borran, se desvanecen en favor de una mera y simple circulación de los intercambios. Todas las libertades se esfuman en favor de la desregulación de los intercambios. Mundialización y universalidad no van de la mano, son más bien excluyentes. La mundialización se da en las técnicas, en el mercado, en el turismo, en la información. La universalidad es la de los valores, los derechos del hombre, las libertades, la cultura, la democracia»[19]. La paradoja es que esas «libertades que se esfuman a favor de la desregulación de los intercambios» afirman el predominio de una «genuina libertad» que, a ojos del ciudadano medio, constituye el meollo de lo deseable e innegociable. El desplazamiento de la universalidad de los valores, propia de la herencia ilustrada y del viejo liberalismo que también fue compartida por las tradiciones igualitaristas, se corresponde con la proliferación de prácticas de intercambio que diluyen, en la pura abstracción dineraria, lo que antes suponía una relación con el otro e, incluso y siguiendo a Žižek, con la «figura del Amo», aquella que habilitaba la lógica del conflicto y del reconocimiento. Un nuevo egoísmo se proyecta hacia fuera y hacia dentro de la vida de individuos hablados por la fascinación que emerge de las mercancías y de su multiplicación ilimitada. El desplazamiento de lo universal se corresponde con el decisivo desfondamiento de subjetividades que ya no son portadoras de herencias y tradiciones organizadas alrededor de diferentes dispositivos de valores. El dominio de lo mundial, y Baudrillard es muy preciso en eso, supone el triunfo tanto de la abstracción dineraria y mercantil como de la expansión hacia la esfera de la realidad de lo virtual. En el interior de ese pasaje que modifica radicalmente el mundo de valores previos, lo que emerge es un sujeto desorientado, insulso y atravesado por dispositivos que simplemente lo convierten en ciudadano-consumidor-de-una-realidad-pantalla. El lenguaje de lo universal se estructura como una política y es portador de un destino; el lenguaje de lo mundial se corresponde, en cambio, con el cálculo y el algoritmo, y su ámbito es la técnica, el mercado, el consumo y lo virtual. El sujeto de lo universal no puede sino establecer un vínculo con los otros; el sujeto de lo mundial es una cifra en el orden de una lógica del intercambio.
«El capital –sostiene con agudeza Maurizio Lazzarato– es un operador semiótico, y no lingüístico; la diferencia es muy considerable. En el capitalismo, los flujos de signos (la moneda, los logaritmos, los diagramas, las ecuaciones) actúan directamente sobre los flujos materiales, sin pasar por la significación, la referencia y la denotación, categorías de la lingüística que son incapaces de explicar el funcionamiento de la máquina capitalista»[20]. Es en este sentido que la sociedad del capitalismo neoliberal ha ido transformando, de un modo cada vez más intenso y radical, el vínculo entre las personas allí donde el lenguaje, lo propio de una comunicación ordenada de acuerdo a valores y expectativas, es literalmente abandonado por la operación semiótica que, como bien destaca Lazzarato, captura los «flujos materiales» vaciándolos de contenido y dejando fuera lo que define al lenguaje del sujeto. En esta época de un silencio ruidoso, los individuos carecen de recursos para intervenir críticamente aquello que los constituye, ya no desde la esfera del ideal autonómico, sino como pura heteronomía respecto a los signos sin contenidos. Vuelvo a citar a Lazzarato, que se apoya en Pasolini a la hora de describir esta oscura mutación del lenguaje:
A comienzos de la década de 1970, un poeta, fino conocedor de la lengua, anuncia que hemos entrado «en un periodo de la historia en que el lenguaje verbal es completamente convencional y vacío (tecnicizado) y el lenguaje del comportamiento (físico y mímico) tiene una importancia decisiva». Nuestra cultura actual se expresa, ante todo, a través de este último, «más cierta cantidad –completamente convencional y de extrema pobreza– de lenguaje verbal». En contra, por tanto, de lo que creen los partidarios del giro lingüístico y los lacanianos, el lenguaje no tiene el papel central en el capitalismo posfordista. Al igual que la comunicación o el consumo, la producción no actúa sobre la subjetividad en primer lugar y exclusivamente por la palabra. «La fiebre del consumo es la fiebre de la obediencia a un orden no enunciado.» No enunciado lingüísticamente, sino por muchas otras semióticas que, sin pasar por «ideas expresadas» o «valores conscientemente vehiculados», actúan de manera directa sobre lo «existencial», lo «vivido». El «bombardeo ideológico» no pasa por la palabra, ni siquiera en un medio «hablado» como la televisión: «del todo indirecto, está íntegro en las cosas». El sistema de signos «físico-mímicos» es explotado en primer lugar por la publicidad, cuya eficacia no se deduce de la «fuerza ideológica» y «discursiva», sino de la capacidad de abrevar en la semiótica del mundo (el «lenguaje de las cosas», para decirlo con Pasolini) y pegarse a ella[21].
Cuando el lenguaje publicitario, articulado desde la semiótica, se ocupó de lleno de la política, de la disputa de candidatos, de la apropiación mercantil de las ideas y proyectos, no hizo otra cosa que transferir a ese ámbito no sólo la lógica del negocio y de la busca de rentabilidad para un producto (cualquier producto), sino que fundamentalmente transfirió el arsenal del «lenguaje del comportamiento» –que opera sobre y con lo físico y lo mímico– apuntando a la interiorización afectiva de los mensajes y convirtiendo al votante en un ciudadano-consumidor de candidaturas cosificadas. A partir de ese giro estratégico del poder sobre la esfera del consumo político, la propia esfera de lo democrático quedó atrapada en la red del capital y de su lógica, abandonando el lenguaje verbal para moverse gustosamente con ese otro lenguaje destacado por Pasolini y que anticipa lo señalado por Boris Groys en su Posdata comunista allí donde el filósofo alemán señala la distancia absoluta entre el lenguaje hablado, el que permite a los seres humanos diseñar imaginariamente su destino, y el léxico económico, que opera con cifras y cálculos, y que se mueve en una esfera donde los hablantes se callan.
En La nueva razón del mundo, Christian Laval y Pierre Dardot sostienen que
el nuevo sujeto ya no es sólo el sujeto del ciclo producción/ahorro/consumo, típico de un periodo maduro del capitalismo. El antiguo modelo industrial asociaba, no sin tensiones, el ascetismo puritano del trabajo, la satisfacción del consumo y la espera de un goce apacible de los bienes acumulados. Los sacrificios consentidos en el trabajo (la «desutilidad», de desutility) eran compensados por los bienes que se podían adquirir gracias a los beneficios, utility. Como lo hemos recordado más arriba, D. Bell había mostrado la tensión cada vez mayor entre la tendencia ascética y el hedonismo del consumo, tensión que, según él, había alcanzado su culmen en los años 1950. Así se entreveía, sin poder todavía observarla, la resolución de esta tensión en un dispositivo que identificaría rendimiento y goce, cuyo principio es el del «exceso» y la «superación de uno mismo». Porque ya no se trata de hacer lo que se sabe hacer y consumir aquello de lo que se tiene necesidad, en una especie de equilibro entre desutilidad y utilidad. Lo que se requiere del nuevo sujeto es que produzca «cada vez más» y goce «cada vez más», que esté así conectado con un «plus-de-gozar» que ya se ha convertido en sistémico. La vida misma, en todos sus aspectos, se convierte en objeto de los dispositivos de rendimiento y de goce[22].
Estos dispositivos culminan, a su vez, en la generalización de padecimientos psíquicos, particularmente la peste de la depresión y su medicalización correspondiente, hasta el punto de poner en evidencia la dialéctica perversa que se da