Totalitarismo del mercado. Franz Josef HinkelammertЧитать онлайн книгу.
porque todo lo que hacen es legal. Dejan correr cabezas y matan a granel, pero sus guantes blancos no tienen ninguna mancha de sangre. Son limpios, como lo son el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Central Europeo o los políticos europeos y norteamericanos. Con sus decisiones pronuncian “juicios” sobre vida y muerte, condenan a seres humanos a la muerte y cumplen las condenas. De hecho, no se trata de ahorrar, se trata de matar. Constantemente se cometen crímenes de este tipo, como por ejemplo hoy en los países del sur de Europa —Grecia, Italia, España—, igual que en la década de 1980 se cometieron en toda América Latina a consecuencia de la crisis de deudas de aquel tiempo. Mas nadie persigue estos crímenes, porque no violan ninguna ley. Al contrario, la ley da la fuerza para cometerlos. Como uno de los principales argumentos siempre se cita la magia del mercado, la mano invisible o “fuerzas autorreguladoras del mercado”. Todo este argumento es parte de la idolatría del mercado sin ninguna sustancia de seriedad.
La ley es la fuerza del crimen precisamente porque declara que éste no viola una ley. Lo que no está prohibido, es lícito. Justo por eso, personas con una conciencia moral fina son capaces de cometer crímenes increíbles sin sentir el más mínimo problema moral. Se usa un lenguaje mentiroso. Hablan de reformas que son inevitables: del sistema de salud, de las leyes de trabajo, del sistema de educación, del Estado. Una gran parte de estas reformas, que en tiempos anteriores se han realizado gracias a las luchas populares, movimientos sindicales y otras manifestaciones de masa del pueblo, simplemente son ahora abolidas. Y a esta abolición de las grandes reformas anteriores se la llama cínicamente “reforma”. Las palabras solucionan el problema. Ya no se efectúan las preguntas más sencillas: ¿se puede abolir un sistema de salud pública sin condenar a muerte a muchas personas? Muchas veces ni nosotros mismos las planteamos. En muchos lugares se repite este mismo problema. No saben lo que hacen porque tampoco quieren saber lo que hacen, para así poder seguir con lo mismo sin entrar en conflictos con su propia conciencia moral. El Antiguo Testamento habla en relación a esto; lo llama el “endurecimiento de los corazones”. El Nuevo Testamento habla del pecado contra el Espíritu Santo. Hannah Arendt habla de la “banalidad del mal”.
El pasaje a la crítica de la idolatría por parte de Francisco
Por un lado, hasta ahora hemos resumido el análisis que hace Francisco de la economía actual y, por otro, hemos añadido algunas reflexiones nuestras. Desde este punto de partida, el papa Francisco pasa al análisis de las causas, que le parecen importantes. Destaca, por tanto, la creación de nuevos ídolos que lleva consigo la negación de la primacía del ser humano:
Una de las causas de esta situación se encuentra en la relación que hemos establecido con el dinero, ya que aceptamos pacíficamente su predominio sobre nosotros y nuestras sociedades. La crisis financiera que atravesamos nos hace olvidar que en su origen hay una profunda crisis antropológica: ¡la negación de la primacía del ser humano! Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cfr. Ex 32, 1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo verdaderamente humano. (N.º 55)
Los ídolos que él destaca son el mercado y el dinero. Son ídolos porque son usados sobre la base de la negación de la primacía del ser humano, y se han transformado en fetiches en cuyo nombre se impone la dictadura de una economía sin rostro. La negación de la primacía del ser humano transforma mercado y dinero en ídolos de un fetichismo despiadado que convierte a la sociedad en la dictadura de una economía que ha perdido todo rostro (humano). Es inhumana:
El afán de poder y de tener no conoce límites. En este sistema, que tiende a fagocitarlo todo en orden a acrecentar beneficios, cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertido en regla absoluta.[4]
En esta idolatría, el poder se diviniza, lo que resulta ahora una regla absoluta. Todo lo humano, incluso la naturaleza, queda sin defensa. Se quita al ser humano su dignidad y se pasa a los mecanismos mediante los cuales es explotado y degradado. Como resultado, éstos acaban divinizados y la primacía del ser humano destrozada. En ese mismo capítulo 56 habla incluso de una tiranía invisible que es resultado de la dictadura de la economía sin rostro.
Los ídolos esclavizan al ser humano; tienen que reconocer la primacía del ser humano para dejar de ser ídolos. Dicha constatación de Francisco es muy tajante. No obstante, está en contradicción con la Lumen fidei, que en realidad es de Ratzinger, aunque Francisco la firma también para que pueda salir como encíclica: un acto de cortesía. En ella dice:
La fe, en cuanto asociada a la conversión, es lo opuesto a la idolatría; es separación de los ídolos para volver al Dios vivo, mediante un encuentro personal. (N.º 13)
Lo que posteriormente dice Francisco es que lo opuesto a la idolatría no es el Dios vivo, ni tampoco ningún Dios verdadero, sino el ser humano como primacía frente a las obras humanas diosificadas (fetichizadas), tales como el mercado, el dinero y el capital. Esta diferencia es esencial. La Lumen fidei sostiene que se trata de un conflicto religioso entre dioses falsos y un Dios verdadero. Tal era ya la opinión de aquellos que, como conquistadores de América, asesinaron a la gran mayoría de la población para llevarla al Dios verdadero. Lo que tendrían que haber llevado era precisamente la exigencia de reconocer al ser humano como el ser supremo para el ser humano. Eso habría dificultado mucho este gran genocidio. En Evangelii gaudium, en cambio, y de un modo muy parecido a Marx, se trata de un conflicto entre dioses falsos y el primado del ser humano por relaciones justas. A partir de esta primacía, Francisco elabora un humanismo de la praxis:
Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz. Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. De ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común. Se instaura una nueva tiranía invisible. (N.º 56)
Así pues, ve ahora toda la problemática como un problema del bien común, y a través de éste introduce al Estado en su análisis, visto como el encargado para el bien común en el mercado o en el ámbito del dinero; deja bien claro que el bien común no se puede asegurar sin que el Estado establezca un sistema de intervenciones en los mercados que ayuden y aseguren justicia en las relaciones humanas. No hay solución sin este ordenamiento y encauzamiento de los mercados.
Ahora bien, Francisco no analiza el bien común como es corriente en la doctrina de la Iglesia católica. Ésta se refiere siempre a la tradición aristotélico-tomista y desprende, por tanto, sus exigencias del derecho natural correspondiente. Francisco deja esta tradición de lado y lo concibe en la línea del pensamiento de emancipación humana, tal como se desarrolló a partir de la Revolución francesa y a lo largo del siglo XIX hasta hoy. Aquí se trata de los derechos humanos del ser humano en cuanto sujeto, con derechos de resistencia legítima. Esta formulación es muy importante, aunque los contenidos pueden corresponder con lo que antes determinaba el derecho natural, el cual, en cambio, no se dirigió al sujeto humano, sino a la autoridad. Si la autoridad no respondía, no daba derecho de resistencia. En el siglo XIX se trató especialmente de la emancipación de los esclavos, las mujeres y los obreros, lo que en el siglo XX se amplió hacia la emancipación del colonialismo y hacia la propia emancipación de la naturaleza externa al ser humano. Pero ocurre ahora por luchas de resistencia.
Para Francisco se trata de la constitución de la ética. Dice:
La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Se considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona. En definitiva, la ética lleva a un Dios que espera una respuesta comprometida que está fuera de las categorías del mercado. Para éstas, si son absolutizadas, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud. (N.º 57)
Este Dios que Francisco concibe llama al ser humano “a la independencia de cualquier tipo de esclavitud”.