Totalitarismo del mercado. Franz Josef HinkelammertЧитать онлайн книгу.
supuesto, aquellos de los que habla Crisóstomo, aquellos que han robado, pueden ir ante el tribunal y cada tribunal les puede confirmar que no lo hicieron. Pero lo que dice Crisóstomo es que sí lo hicieron, y lo justifica cuando dice que los bienes que nos pertenecen no son nuestros sino de ellos, de los pobres. Acepto que esto significa que ellos tienen derecho de propiedad sobre los bienes de los otros y, en tanto que éstos no los concedan, entonces son robados. Lo que Crisóstomo señala como robo es lo que en la crítica al capitalismo del siglo XIX se define como explotación, y que será el punto de partida de las enseñanzas marxianas sobre el plusvalor.
Esto está claro. La norma “No robarás…” tiene dos significados contrapuestos, aunque la formulación sea igual. Uno es el significado del mercado: en tanto que los bienes se intercambian, “No robar” significa aquí hacer contratos y respetarlos; el otro es aquel que Pablo señala como sabiduría de Dios (1 Cor 1, 28) y de lo cual, por tanto, se sigue: la vida de todos es el derecho de todos. Eso se puede incluir fácilmente en el juego de la locura del cual habla Pablo en el primer capítulo de la Primera Carta a los Corintios. Visto desde una de las interpretaciones de la ley, la otra interpretación podría parecer loca. Para Pablo (y para Crisóstomo) es además la ley de la razón —a la cual llama también “ley de Dios”—, que Crisóstomo exige. La ley de la injusticia, que Pablo llama “ley del pecado”, es, por el contrario, la ley del mercado. Ésa es la inversión tal como sigue vigente hoy en día en nuestra interpretación del mundo. Visto desde la ley de Dios, la ley del mercado está loca; pero visto desde la ley del mercado, la ley de la razón, la “ley de Dios” para Pablo, es la loca.
Crisóstomo camina por las huellas de Pablo, es decir, sobre la idea que aparece en el capítulo 7 de la Carta a los Romanos; aunque ya en los tiempos del Antiguo Testamento existían este tipo de ideas, como, por ejemplo, en Jesús Sirach:
Un asesino de su prójimo es quien a él le arrebata el sustento y derrama sangre, quien le priva de su salario al trabajador.[2]
Este punto presupone ya el desdoble de la ley, como está señalado por Pablo. Aquí se habla sobre el asesinato, y no del robo; pero se trata del mismo desdoblamiento de la ley. Crisóstomo tenía un destino destacable, y una idea de futuro que se parece a lo que Heinrich Heine expresaba en el siglo XIX Con: “queremos hacer el Reino de los Cielos ya en la Tierra” (“Wir wollen auf der Erde schon das Himmelreich errichten”).
Crisóstomo dice:
[…] hay que considerar qué honor nos hizo Dios al encomendarnos tal tarea. Yo, dijo él de igual forma, he creado Cielo y Tierra. Yo te di también fuerza para crear; convierte la Tierra en el Cielo, tú puedes.
Por otro lado, me encuentro en Wikipedia con la siguiente descripción de vida de Crisóstomo:
Este Padre de la Iglesia fue famoso por sus discursos públicos y por su denuncia de los abusos de las autoridades imperiales y de la vida licenciosa del clero bizantino. Su enfrentamiento con la corte del emperador Arcadio y de su esposa Elia Eudoxia resultó en su destierro. Reinstalado en su sede episcopal temporalmente, fue por último depuesto y exiliado hasta su muerte. Un siglo después, Juan de Constantinopla recibió el título por el que le conoce la posteridad: Juan Crisóstomo. Ese término proviene del griego, chrysóstomos (χρυσόστομος), y significa “boca de oro” (chrysós, “oro”; stoma, “boca”) en razón de su extraordinaria elocuencia, que lo consagró como el máximo orador entre los Padres griegos [...]. Con el transcurso del tiempo, Crisóstomo llegó a ser el sucesor de Flaviano I. Durante su misión como obispo mostró gran preocupación por las necesidades espirituales y materiales de los pobres. También se pronunció en contra de los abusos de los poderosos y de la propiedad personal [...]. Se puede decir que Crisóstomo se caracterizó por la falta de límites y temeridad al denunciar las ofensas de las instancias superiores y su actitud condujo a que se creara una alianza en su contra entre Eudoxia, Teófilo y el clero molesto, quienes convocaron un sínodo en 403 y acusaron a Crisóstomo de favorecer las enseñanzas de Orígenes. El Sínodo de la Encina (Synodus ad Quercum) se pronunció por la deposición de Crisóstomo. Sin embargo, al poco tiempo fue restituido por Arcadio, temeroso de la ira del pueblo y porque un incidente que ocurrió en el palacio, la emperatriz lo atribuyó a la ira de Dios. Sin embargo, la paz fue corta. Una estatua de plata que Eudoxia se hizo erigir frente a la catedral fue denunciada por Crisóstomo y una vez más fue suspendido y enviado a una región lejana en la frontera con Armenia. Cuando el papa Inocencio supo las circunstancias de la deposición de Crisóstomo, presentó su protesta, pero no fue escuchado. Crisóstomo continuó escribiendo cartas que resultaban de gran influencia dentro de Constantinopla y, como su vida se prolongaba más de lo deseado por sus adversarios, se determinó desterrarlo a un extremo fronterizo cerca del Cáucaso. No obstante, éste nunca llegó a su nuevo destino, porque murió en el viaje el 14 de septiembre de 404. Es probable que su muerte fuese intencional, porque se sabe en qué estado de salud quebrada se encontraba.
De acuerdo con lo citado, parece que Crisóstomo fue un mártir víctima de un emperador cristiano. Si se leen de nuevo las dos anteriores citas, puede entenderse el motivo, pero también se verá el paralelismo con la muerte del cardenal Romero en San Salvador, quien también, por posiciones similares, fue asesinado por cristianos ultras. Algo similar sucedió con Martin Luther King. Se trata de la persecución de cristianos por propios cristianos. Es, respectivamente, el termidor del cristianismo que se expresa.
Crisóstomo vivió en el mismo tiempo que san Agustín, y muere en el 407. Es el tiempo en el cual la ortodoxia del termidor del cristianismo se formula definitivamente por medio de san Agustín. Con ello se eliminará —o bien será calificado como herejía— el pensamiento crítico tal como es elaborado por Pablo y que está presente en Crisóstomo, pero resurge permanentemente.
Termidores de este tipo los experimentamos continuamente de nuevo, y no sólo en el nivel de la historia mundial. El periodo de Juan Pablo II, junto con el de Benedicto XVI, son el termidor del Concilio Vaticano II.
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