Totalitarismo del mercado. Franz Josef HinkelammertЧитать онлайн книгу.
como dioses terrestres son producidas por los seres humanos. Sin embargo, en la situación que viven, no pueden no producirlos; pueden hasta cierto grado liberarse frente al mercado y el Estado, pero el intento del socialismo histórico por dejar de producirlos en todos los casos ha fracasado.
Entonces el producto no intencional de la acción humana se produce, pero no se puede dejar de producir. En contra de lo que Marx esperaba, estos dioses terrestres falsos están en una lucha sin fin contra el ser humano, en cuanto tiene como ser supremo al ser humano. Luchan por someter al ser humano a las obras de sus propias manos sin que efectivamente éste se pueda liberar de forma definitiva. En cada momento puede liberarse, pero en cada momento también puede perder esa liberación. Eso tiene un matiz diabólico sin tener en su fondo ninguna sustancia diabólica.
A pesar de esto, ninguna sociedad puede organizarse sin determinar quién es el ser supremo. Por tanto, Max Weber, al poner la sociedad capitalista como el non plus ultra de la historia humana, necesariamente tiene que poner al mercado como este ser supremo para el ser humano. Lo esconde detrás de su tesis de neutralidad de la ciencia, principalmente de las ciencias sociales y, en especial, de la economía. Hoy el neoliberalismo hace presente eso en la forma hasta ahora más extremista. Quiere tragarse todo lo que no sea mercado, y ha reducido al ser humano a “capital humano”. Para lograrlo, conforma una concepción mágica del mercado guiado por una mano invisible autorreguladora, que hace lo que es la dialéctica maldita del pensamiento burgués: “El mercado es el ser supremo para el ser humano”.
Día y noche, nuestros medios de comunicación y la gran mayoría de economistas repiten sin cesar este sinsentido y expresan su desprecio por el ser humano cuando lo reducen a “capital humano”. No solamente lo hacen con todos los otros, sino también consigo mismos. Aparece así un universalismo del misántropo: desprecio a todos por igual, hombres y mujeres, blancos y negros, y, al final, a mí mismo, como a todos los otros. Lo que distingue es nada más que la suma de dinero de la cual dispone cada uno. Y todo es un rito religioso.
Esta beatería del mercado quien mejor la hace presente es Hayek, el más importante gurú del neoliberalismo, cuando dice:
No existe en inglés o alemán palabra de uso corriente que exprese adecuadamente lo que constituye la esencia del orden extenso, ni por qué su funcionamiento contrasta con las exigencias racionalistas. El término “trascendente”, único que en principio puede parecer adecuado, ha sido objeto de tantos abusos que no parece ya recomendable su empleo. En su sentido literal, sin embargo, alude dicho vocablo a lo que está más allá de los límites de nuestra razón, propósitos, intenciones y sensaciones, por lo que sería desde luego aplicable a algo que es capaz de generar e incorporar cuotas de información que ninguna mente personal ni organización singular no sólo no serían capaces de aprehender, sino tan siquiera de imaginar. En su aspecto religioso, dicha interpretación queda reflejada en ese pasaje del padrenuestro que reza: “hágase tu voluntad (que no la mía) así en la tierra como en el Cielo”, y también en la cita evangélica: “No sois vosotros quienes me habéis elegido, sino Yo quien os eligió para que produzcáis fruto y para que éste prevalezca” (Juan 15, 26). Ahora bien, un orden trascendente estrictamente limitado a lo que es natural (es decir, que no es fruto de intervención sobrenatural alguna), cual acontece con los órdenes de tipo evolutivo, nada tiene que ver con ese animismo que caracteriza a los planteamientos religiosos, es decir, con esa idea de que es un único ente, dotado de inteligencia y voluntad (es decir, un Dios omnisciente), quien, en definitiva, determina el orden y el control.
Con las últimas frases, Hayek insiste en que la divinidad suprema del mercado no es un dios transcendente, sino —para decirlo con el lenguaje de Marx— un dios terrestre. Todo eso es la palabrería teologal, que quiere hacer ver el mercado como la más alta divinidad.
EL CRITERIO DE VERDAD FRENTE A LOS DIOSES TERRESTRES
La praxis humana puede ahora entrar en el centro del análisis por el hecho de que esta crítica de los falsos dioses terrestres no se hace en nombre de ningún otro dios que no sea falso. No se enfrenta a los dioses falsos con un Dios verdadero; se hace en nombre del ser humano y de los derechos humanos. Los dioses falsos son dioses que niegan la dignidad del ser humano, lo cual desemboca en la exigencia de una praxis humana que también sea de liberación y emancipación. Con eso aparece el ser humano en el centro de la sociedad, sometiéndola en su integridad a los criterios de su propia dignidad. Pero, debido a que el ser humano es un ser natural, esta dignidad humana no se puede afirmar sin afirmar a la vez la dignidad de la naturaleza entera y, por tanto, del mundo entero.
Al hacer esta crítica, un Dios que no sea falso solamente puede ser concebido como un Dios cuya voluntad es que el ser humano esté en el centro del mundo. Cualquier otro dios sería falso. Ya habíamos citado esta afirmación por parte de Marx, que dice que la filosofía hace “su propia sentencia en contra de todos los dioses del cielo y de la tierra, que no reconocen la autoconciencia humana (el ser humano consciente de sí mismo) como la divinidad suprema”. A esta autoconciencia la llama después el “ser supremo humano como ser supremo del ser humano”. Es decir, todos los dioses que no reconocen al ser humano como ser supremo para el ser humano son dioses falsos. Sobre los dioses que sí lo reconocen, Marx no se pronuncia; deja ver un lugar para ellos, pero lo deja vacío.
Es muy consecuente que Marx deje abierto este lugar vacío. Dentro de su crítica de la religión, no lo puede negar. No sabemos si Marx tiene claridad al respecto, pero, aunque se haya dado cuenta, evidentemente no le interesaba sacar de su propia crítica de la religión un sitio vacío como consecuencia. Sin embargo, nunca abandonó esta estructura básica de su crítica de la religión, que podemos interpretar como “teología profana”. Ningún teólogo la ha descubierto: es un resultado crítico de las ciencias sociales en cuanto toman en serio la crítica de la religión.
Este núcleo de una teología profana, Marx lo elabora durante la década de 1840. Una vez desarrollado, amplía el marco de su crítica y se dedica cada vez más a lo que él llama la “crítica de la economía política”. Eso es necesario para poder desarrollar una praxis en la línea del humanismo, cuya estructura básica ha desarrollado; no obstante, jamás abandona esta estructura de la teología profana, sino que le dará el marco de las ciencias sociales que le permite desarrollar después los instrumentos teóricos de una praxis de transformación. Lo expresó de una manera contundente: el imperativo categórico “de echar por tierra todas las relaciones en que el ser humano sea un ser humillado, sojuzgado, abandonado y despreciable”. Es consciente, entonces, de que esta praxis exige continuar con la crítica de la religión frente a los dioses terrestres de la sociedad capitalista. La crítica de la religión no ha terminado, porque la religión que se critica no ha terminado. Es el “capitalismo como religión”, como lo llamará después Walter Benjamin.
Aún existen dioses falsos, en nombre de los cuales se humilla, sojuzga, abandona y se desprecia al ser humano, y que mueven esta misma sociedad capitalista. Dictan normas éticas cuya regla superior es: “explota al otro como puedas, pero hazlo dentro de los mecanismos del mercado y en nombre de este mismo mercado, con su ética”. Aparecen dentro de esta teología profana lugares sagrados, donde se concentra el culto a los dioses del mercado; se trata especialmente de los bancos y las grandes corporaciones, y también de muchos lugares eclesiásticos. Pero la línea de esta piedad es siempre la misma: la dictada por los dioses del mercado. También aquí está la indoctrinación de la ética del mercado.
En Alemania, el canciller Helmut Schmidt hablaba constantemente de las virtudes y los vicios del mercado. Son las referencias éticas máximas. Tienen incluso una teología expresa, que es la de la mano invisible del mercado. Se trata de una fuerza mágica que, según sus teóricos, asegura un funcionamiento perfecto del mercado, en el cual éste se autocorrige y autorregula de una manera tal que siempre asegura por el acto de su magia resultados óptimos que ninguna intervención podría alcanzar y menos superar. El mismo mercado se transforma en una instancia mágica.
Benjamin, sin embargo, se equivoca cuando sostiene que el capitalismo como religión no tiene ninguna teología; su núcleo es una teología, que es la teología profana de la mano invisible. Incluso tiene una metafísica; la del modelo del mercado perfecto en la actual teoría de la firma perfecta, que todavía