Cuando es real. Erin WattЧитать онлайн книгу.
seas así, tío.
No tengo paciencia.
—D —grito por encima del hombro.
Big D aparece detrás de mí. Cruza los enormes brazos que tiene sobre su gran pecho y empieza a fulminar con la mirada a Luke hasta que el bajista suspira derrotado y empieza a recoger sus cosas.
Mientras mi guardaespaldas se hace cargo de la situación, yo me voy y bajo las escaleras de dos en dos. Este día va de mal en peor, empezando por la reunión con mi nueva novia falsa, una chica con labia y resentida; y terminando con otra persona a la que consideraba un amigo y que acaba de mostrar cómo es en realidad.
Echo chispas al entrar en la sala de entretenimiento del piso principal y cojo una cerveza del frigorífico. Sí, tengo menos de veintiún años, pero he tomado alcohol y drogas, y he tenido chicas a mi disposición desde que tengo uso de razón.
Abro el botellín y me tiro al sofá de cuero. Solo son las cinco y ya tengo ganas de que se acabe el día.
Tyrese asoma su cabeza afeitada por la puerta y gruñe:
—Ya nos hemos encargado de todo, Oak.
—Gracias, Ty. —Le doy un trago a la cerveza y pulso el mando.
—D se va —me dice.
Asiento. Los dos se pegan a mí como lapas durante el día, pero cuando hay gente en casa o salgo de noche solo se queda Ty. Big D tiene mujer e hijos. Ty está soltero.
—Avísame si necesitas cualquier cosa.
—Gracias.
Después de que se marche, subo el volumen y voy pasando los canales, pero nada me interesa. Veo diez minutos de un documental sobre los dragones de Komodo. Cinco de una comedia mala. Unos minutos de los titulares de deportes. Unos segundos de las noticias de las cinco, que son más que suficientes para cansarme, así que vuelvo a cambiar de canal.
Estoy a punto de apagar la televisión cuando veo una cara familiar. Están echando TMI, un programa estúpido donde dos imbéciles observan vídeos de reporteros y los comentan de forma controvertida. La pantalla muestra a una mujer alta y esbelta ataviada con unos vaqueros ceñidos y un top azul holgado saliendo del aeropuerto de Los Ángeles.
La rubia es mi madre.
—… Y no parece muy preocupada por el último escándalo de su hijo —dice el presentador.
Espera, ¿hay un último escándalo mío? Me estrujo el cerebro para pensar en lo que he hecho últimamente, pero no recuerdo nada.
Una risilla se oye a través de los altavoces. La conozco bastante bien.
—Oh, ¡bah! Mi hijo tiene diecinueve años y mucha sangre en las venas. Si es un delito que quiera morrearse con una joven guapísima, y mayor de edad, fuera de una discoteca…
Ah. Ese escándalo.
—… Entonces adelante y que encierren a la mitad de los adolescentes de la ciudad —acaba mi madre. Después se pone sus grandes gafas de sol y se mete en la limusina que la espera en la zona de recogida del aeropuerto.
—Quizá Oakley solo siga los pasos de su querida madre
—comenta la presentadora con el pelo rosa y de punta—. Porque es obvio que a Katrina Ford no le importa besuquearse fuera de las discotecas. La siguiente foto se tomó anoche en Londres.
Una foto de mi madre besándose con un tío de pelo cano aparece en la pantalla. Apago la televisión antes de que empiecen con los comentarios. Me preocupan menos los líos londinenses de mi madre que el hecho de que esté de vuelta en Los Ángeles.
Y ni siquiera se haya preocupado de llamarme.
Mierda, igual lo ha hecho, pienso un segundo despúes cuando miro el móvil y veo una llamada perdida del número de móvil de mi madre de Los Ángeles. Olvidé que había puesto el teléfono en silencio en la sala de reuniones de Diamond.
Pulso el botón de rellamada y espero al menos diez tonos antes de que la voz de mi madre me grite en el oído.
—¡Hola, cariño!
—Hola, mamá. ¿Cuándo has vuelto?
—Esta mañana. —Hay algo de ruido de fondo, como martillazos y el zumbido de un taladro—. Espera un segundo, cielo. Voy a subir porque apenas te oigo. Estoy renovando la planta baja.
¿Otra vez? Juro que esa mujer renueva su casa de la playa en Malibú cada dos meses.
—Vale, ya te oigo. Bueno, te había llamado para confirmar que vas a la gala benéfica que celebra el estudio este fin de semana.
Tenso la mandíbula. Supongo que es mucho pedir que llamase para hablar con su único hijo.
—¿Para qué es la gala? —inquiero sin emoción.
—Pues no me acuerdo. ¿Quizá para la lucha contra la crueldad animal? No, creo que es para la investigación contra el cáncer. —Mamá se detiene—. No, eso tampoco. Tiene que ver con los animales, seguro.
No voy a mentir, mi madre es una cabeza hueca.
No es tonta ni nada por el estilo. Es capaz de memorizar un guion de cien páginas en un día. Y cuando le apasiona algo, se entrega en cuerpo y alma a ello. Pero… le apasionan chorradas. Zapatos. Redecorar la casa multimillonaria que consiguió en el divorcio. La dieta de moda.
Katrina Ford fue la reina de las comedias románticas, una mujer vivaracha y hermosa, pero la verdad es que no tiene mucha sustancia. Tampoco va a ganar ningún premio a la mejor madre del año, pero ya estoy acostumbrado a vivir en un segundo plano para ella.
Aunque tampoco es que mi padre sea mucho mejor. Al menos mi madre se acuerda de llamarme. A veces. Dustin Ford está tan ocupado siendo un gran actor de renombre que ni se acuerda de que tiene un hijo.
—Y cielo, no traigas a nadie —dice mamá—. Si apareces con alguna chica colgada del brazo, toda la atención recaerá en eso y no en la obra benéfica para la que tratamos de recaudar dinero.
La obra benéfica cuyo nombre y objetivo ni siquiera recuerda.
—Le diré a Bitsy que te mande un mensaje con los detalles. Espero que le dediques como mínimo una hora de tu tiempo.
—Claro, lo que quieras, mamá.
—Ese es mi chico. —Vuelve a detenerse—. ¿Has hablado con tu padre últimamente?
—No desde hace meses —admito—. Lo último que sé es que estaba en Hawái con Chloe.
—¿Cuál de ellas es Chloe? ¿La de la operación de pecho o la del bótox estropeado?
—La verdad es que no me acuerdo.
Desde el divorcio de mis padres hace dos años, la vida sentimental de mi padre ha sido un hervidero de mujeres operadas. Qué demonios, su vida también era así antes del divorcio.
De ahí el divorcio.
—Bueno, cuando hables con él, dile que hay una caja con sus cosas que lleva en el armario de la entrada casi un año, y que si él o alguien de su gente no la recoge pronto la quemaré en el brasero de la parte de atrás.
—¿Por qué no se lo dices tú misma? —gruño.
—Oh, cariño, sabes que tú padre y yo solo nos hablamos a través de los abogados, y el mío se encuentra ahora mismo fuera de la ciudad. Así que sé un buen chico, Oak, y dale el mensaje a Dusty. —Su voz suena amortiguada durante un momento—. ¡Claro que no! —Le dice a alguien que no soy yo—. ¡Los paneles se quedan! —La voz de mamá vuelve a oírse bien—. Oakley, cariño, tengo que dejarte. ¡Estos contratistas intentan destruirme la casa! Te veré este fin de semana.
Cuelga sin decir adiós.
El silencio en la casa hace que me pique la piel. Sin Luke y su banda de sanguijuelas,