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Historia de la Brujería. Francesc CardonaЧитать онлайн книгу.

Historia de la Brujería - Francesc Cardona


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de su acceso a las mujeres, así como a los gremios de farmacéuticos y cirujanos, el saber de las mujeres empezó trasmitirse por tradición oral, si bien con alguna excepción como la obra de Trótula de Salerno del siglo XII que recogió sus conocimientos médicos para las pocas mujeres que sabían leer y lo enseñaban de forma oral a las iletradas o los escritos de la abadesa Hildegarda de Bingen que fueron borrados de la memoria histórica por los propios médicos, interesados en hacerlo.

      Juno – Lucina

      En estas mujeres expertas, no solamente daban respeto sus manos, sino también la mirada, su mente y, paulatinamente, se extendió cada vez más la idea de que su poder era prácticamente ilimitado y, según algunos, malintencionados, por su alianza con el diablo. De aquí a convertirse en brujas, , había solo un paso. Pero hasta el otoño de la Edad Media, hubo mujeres que ejercieron la medicina de forma más o menos ilegal, sin ser consideradas brujas.

      Entre los siglos XII y XIII dos fenómenos contribuyeron a agrandar negativamente la consideración de la brujería en Europa, la aparición de los adoradores del demonio en la región alemana de Oldemburgo y la denominada herejía cátara o albigense.

      Santo Domingo y los albigenses

      Los adoradores del demonio

      Se trata de una secta secreta creada al parecer para oponerse a los abusivos impuestos imperiales. El papa Gregorio IX contestó con la proclamación de una cruzada contra los que se negaron a satisfacerlos y en la que se les acusaba de tener tratos con el diablo, hacer imágenes de cera y tener a brujas como consejeras. Sus reuniones secretas se describieron con tal lujo de exageraciones y barbaridades que vale la pena transcribirlas por ser un antecedente de los futuros sabbats o aquelarres.

      Imaginémonos la recepción de un aspirante a miembro de la secta. Al llegar a la entrada del cubículo es recibido por una especie de rana o sapo de enormes dimensiones al que algunos le dan un beso en el trasero, mientras otros lo hacen en la boca, chupando con la suya la lengua y babas del asqueroso animal. Avanzando, el aspirante se encuentra con un hombre de prodigiosa palidez, de ojos negros tan delgado y extenuado que parece que sus carnes sean transparentes porque se le adivinan bajo la piel todos los huesos. El aspirante le besa y se da cuenta de que su receptor está frío como el hielo. Una vez le ha besado, se le borra todo recuerdo de la fe católica. Seguidamente, se sientan todos para realizar el sacrílego banquete. Finalizado este, sale de una especie de ídolo, que no falta en la sala de reuniones, un gato negro de un tamaño mayor de lo normal y que realiza su entrada andando hacia atrás y con la cola en alto. El aspirante es el primero en besarle el trasero y a continuación lo hacen el oficiante de la aberrante ceremonia y todos los demás, pero solo los que han sido acreedores de hacerlo. A los demás, es el propio oficiante el que les da un repugnante beso con la lengua. Después hay unos instantes de silencio en los que permanecen con la cabeza vuelta hacia el inmundo animal.

      El oficiante masculla entonces: “Perdónanos” y el resto repite la invocación por turnos, intercalando la frase: “lo sabemos, señor”, hasta que el último la finaliza con: “Hemos de obedecer”.

      A continuación, se apagan las luces y se inicia una orgía desenfrenada sin reparar sexo, mezclándose hombres con hombres y mujeres con mujeres. Tras terminar exhaustos, se sientan de nuevo, encienden las candelas y, del rincón más oscuro, aparece un hombre con el cuerpo brillante de cintura para arriba, pero desnudo y peludo en su parte inferior. Llega hasta el aspirante, le corta una parte de sus vestiduras mientras aquel le dice: “Amo me entrego a ti como este vestido”. El personaje resplandeciente responde: “Igual que me has servido, mejor me servirás en el futuro, lo que me has hecho entrega lo pongo bajo tu custodia”. Dicho esto, desaparece.

      Cuando llega la Pascua, se atreven a ir a comulgar, guardan la hostia disimuladamente y a continuación la echan en un estercolero profiriendo las más horribles imprecaciones. Adoran a Lucifer como creador de los astros y creen que Dios lo castigó injustamente, de forma que al final de los tiempos, logrará el triunfo sobre Dios y reinará con sus seguidores en la vida eterna.

      Pronto toda la parafernalia de la secta se asoció con la de la brujería de forma muy estrecha, añadiéndose las más absurdas aberraciones por parte de la propia Iglesia y de los poderes constituidos que consideraban un peligro para su estatus y su gobierno.

      Los cátaros o albigenses

      Descendientes de los maniqueos, se extendieron por la Europa occidental, en especial por el Sur de Francia, durante los siglos XII y XIII, teniendo como uno de sus centros la ciudad de Albi. Su doctrina se basaba en un dualismo protagonizado por Dios y Satanás en constante lucha. Como socavaba los principios de la Iglesia establecida, deseosos los reyes de Francia de extender sus dominios por los feudos en los que dominaba la secta, se asociaron y dieron lugar (como siempre) a la predicación de una cruzada contra ellos, así como al establecimiento de la Primera Inquisición para juzgarles, trastocando los términos y haciéndoles cómplices de rituales de purificación más al lado de las fuerzas del mal que del bien y como autores de los más horribles crímenes y rituales satánicos rayanos con la brujería.

      Santo Tomás de Aquino y el Talmud

      Resulta curioso que el doctor supremo de la Iglesia Católica y los doctores de la ley mosaica coincidan en sus apreciaciones sobre la brujería y sean en cierto modo, el desencadenante de las persecuciones que sucedieron singularmente a partir de finales del siglo XIII.

      Santo Tomás de Aquino (1225 - 1274) escribió: La fe católica quiere que los demonios sean algo, que pueda dañar mediante sus operaciones, e impedir la cópula carnal. Se ha de proscribir la idea de que son puras fantasmagorías las que asustan a los hombres cuando se habla de magia, como idea que revela poca fe.

      Los doctores de la ley mosaica de la época talmúdica recordaban el versículo 18 del capítulo XXI del Éxodo, a saber: “La hechicera no dejará que viva, añadiendo que las mujeres son dadas a la hechicería, cuantas más mujeres, más hechicería. El delito que merecen es la pena de muerte por lapidación”.

      Pero entre los cristianos se prefirió el castigo de la hoguera por aquello de la purificación y las llamas del Infierno...

      La primera mujer que por

      bruja fue enviada a la hoguera

      Al parecer, la primera mujer condenada por bruja que sintió consumirse sus carnes entre las llamas purificadoras y ejemplares de la hoguera fue una tal Angie y el martirio aconteció en la ciudad francesa de Tolón, precisamente el año de la muerte de Santo Tomás.

      Angie tenía más de cincuenta años, era viuda y de condición pobre. Fue acusada de tener relaciones de todo tipo con Satanás; en especial, contactos sexuales (suponemos que también de todo tipo), pero que tuvieron como consecuencia natural el nacimiento de un niño monstruoso, descrito en el proceso “como un ser vivo híbrido, dotado de una poderosa cabeza de lobo y largo y escamoso rabo de serpiente”. Solo su tronco y extremidades fueron en apariencia de niño normal y decimos, en apariencia, porque sus exigencias vitales llegaban al extremo de necesitar alimentarse con la carne y la sangre de otros niños. La bruja madre tuvo que robar y asesinar otros bebés para alimentar a su querido engendro, hasta que fue descubierta y procesada.

      El Tribunal que juzgó a Angie era conocedor del tema y los recursos legales a su alcance para conseguir el objetivo de llevar a la procesada hasta la hoguera.

      Magia, brujería y herejía

      Ya en aquella época los tres fenómenos se encontraban tan amalgamados con los asuntos de la fe, hasta el extremo de que ya era imposible en la práctica una separación, entre otras cosas, por el interés de las propias autoridades civiles y religiosas. Tan perseguida como la herejía, a la que se añadían cuestiones políticas, la brujería y su práctica mágica se había escondido como aquella en la clandestinidad y habían terminado, de una forma natural, por mezclarse. Los denominados herejes, participaron, supuestamente en muchos casos de las prácticas


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