Historia de la Brujería. Francesc CardonaЧитать онлайн книгу.
Curiosamente, las primeras condenadas fueron motivadas por acusaciones de herejía y, ciertamente, aunque su desarrollo fuera paralelo, las causas y los fines estaban muy alejados los unos de los otros.
En el siglo XIX el historiador y poeta romántico francés Michelet escribe que en la época medieval, plagada de horrores, injusticias y arbitrariedades, la bruja fue la consecuencia natural de la desesperación del pueblo que encontró en ella la única defensora contra sus males físicos y morales. Es la bruja quien crea a Satán y el poder religioso y civil les mueve en aras de la supervivencia del orden establecido. El fortalecimiento de ambos peligros se produce a lo largo de los siglos XIV, XV y sucesivos, en periodos de angustia y de catástrofes.
Autores hay también que vieron en la represión de la brujería un abuso por parte del Pontificado, inventor para su provecho del Satanismo. La polémica continúa en pie entre los que defienden la realidad de los hechos malignos atribuidos a las brujas y los que creen que fue un gigantesco abuso judicial.
Por otra parte, para la mentalidad de multitud de tribus actuales con unas creencias similares a las de la Edad Media, cualquier acontecimiento que en la actualidad lo atribuyamos a la mala suerte, sería consecuencia directa de algún embrujamiento protagonizado por algún espíritu maligno (magia maléfica o hechicería), de los muchos que revolotean en torno al ser humano, sin más objetivo que el tratar de hacerle daño.
Del mago médico bueno,
a la bruja mala
En el pasado más remoto, los conceptos de magia, religión y medicina son difícilmente separables. Con el paso de los siglos el mago se transformaría en un simpático personaje de los cuentos de hadas, alcanzando en nuestra época el cine, o un hombre sabio escudriñador del firmamento. En la actualidad, la magia con truco se ha relegado a los escenarios para distracción de todos. Nadie tendrá la locura de denunciar al mago que extrae un conejo de un sombrero de tener un pacto con el diablo.
El brujo de tiempos remotos que por medio del conocimiento de las hierbas tuviera éxito en aliviar una dolencia sería bien reconocido y él tendría gran interés en guardar el secreto para continuar su triunfo. Incluso acompañaría la preparación del jarabe de toda la parafernalia posible y así se haría más misterioso.
Con la llegada de la Edad Media y según la difícil coyuntura histórica, se extendió la idea de que las brujas requerían solamente la intervención de las fuerzas del mal, personificadas en el demonio y como rebeldía contra el establishment de la época: Iglesia y autoridades civiles. La misión de la mujer de ayudar a conseguir buenos partos a las embarazadas o asegurar mejores cosechas queda atrás, aunque excepcionalmente se dediquen a ello. Naturalmente, el cambio de mentalidad de la sociedad frente a ellas, por ser maligno, era reprobable a todas luces.
Y fue sobre todo a partir de la Baja Edad Media cuando tuvo lugar un recrudecimiento de la represión de todo lo mágico, sin disyuntiva posible, la magia brujeril era magia negra y tenía pactos con el diablo. Cualquier persona considerada bruja, debía de ser exterminada y hasta esta cacería indiscriminada alcanzó a los pobres alquimistas cuyos experimentos eran más de este mundo.
Todos cayeron en el mismo saco de la herejía y esto era más que reprobable exterminable. Si contemplamos una composición artística de la época en pintura o escultura, en la parte superior veremos a Dios y sus ángeles. Siguen hacia abajo en líneas horizontales, los santos y los justos, a continuación, los simples mortales y en la parte inferior se halla Satanás y todo su ejército infernal compuesto por réprobos y malignos. Los artistas pintaron o esculpieron esta concepción mitológica del mundo terreno, supra e infra terreno y no olvidaron representar como los del infra mundo, con actitudes grotescas que en la actualidad nos mueven a risa, tienen los ojos puestos en escalar las alturas.
Con este bagaje concluimos lo que decíamos al principio, las religiones y las autoridades se sintieron amenazadas y al denunciar las creencias erróneas las adornaron con toda clase de aberraciones de forma que en la concepción de la brujería de la época hay más mitología que realidad (aunque no dejarán de ser herejías ante la doctrina ortodoxa). Sin olvidar que las confesiones se obtuvieron casi siempre tras horribles tormentos, amén de las nada santas intenciones de los acusadores.
Capítulo III: Siglos XIV y XV,
la brujería llega a su apogeo
hasta bien entrado el siglo XVIII
Lo prohibido alcanza las altas cunas
Como en el don Juan Tenorio de Zorrilla: “Yo a los palacios subí, yo a las cabañas bajé...”. Ninguna clase social de la época se libró de las prácticas más o menos brujeriles y a pesar de las penas dictadas contra ellas, como lo prohibido suele ser lo más deseado, la brujería, como amiga o enemiga, entró en el castillo del noble, en el palacio del obispo y hasta en el alcázar del rey y así, se encuentran excepciones como la de Alfonso X de Castilla, que creía que valerse de sortilegios o hechicerías con una buena finalidad no tenía por qué ser castigado. Sin embargo, esto no era lo más común, y países de la Europa occidental como Francia, Inglaterra, Alemania o los reinos Hispánicos acudieron a ella y fueron víctimas de ruidosos procesos.
De 1308 a 1313, sufrió un ruidoso proceso el obispo de Troyes Guichard, prelado que tenía fama de calavera y que vox populi lo consideraba hijo del propio Satanás. Fue acusado de causar la muerte de la propia reina de Francia Juana de Navarra, hija de Blanca de Artois, reina de Navarra, por medio de sortilegios, mientras que de la segunda se deshizo al parecer con veneno.
Según consta en el proceso conservado, el obispo se había dedicado a las practicas demoniacas en el mayor secreto, actuando con la ayuda de dos monjes y dos monjas en la ermita de Saint Flavit, que convirtió en el laboratorio para sus maldades. Con ayuda del demonio había fabricado una figura de cera que bautizó solemnemente con el nombre de la reina con la asistencia de padrinos en la ceremonia. Acto seguido le atravesó la cabeza y otras partes del cuerpo mediante un punzón. Se dice que todos estos tejemanejes produjeron la muerte de la soberana.
La condesa de Artois, Mahaut, fue reconocida inocente en el juicio, pero poco después fue acusada de fabricar filtros y venenos para una bruja de Hesdin.
En 1315 fue condenado el caballero Enguerrand de Marigny por las prácticas brujeriles realizadas por su mujer y su cuñada, acompañados de un hechicero y una bruja, con los que había confeccionado también figuras de cera para matar al soberano.
Ante la gravedad del problema, el papa Juan XXII en la bula Super Illius Specula (132) condena taxativamente toda practica brujesca y estimulaba a los inquisidores a que aguzaran la vista ante las sospechas. El pontífice advertía:
Hemos sabido con profunda pena que muchas personas, que son cristianas solo de nombre, han pecado. Se relacionan con la muerte y establecen alianzas con el infierno, ya que ofrecen sacrificios a sus demonios. Los adoran, hacen imágenes de ellos, anillos, espejos, frascos o cualquier otro objeto donde encierran a los demonios por arte de magia; los interrogan, obtienen respuesta, piden ayuda para satisfacer sus deseos perversos, se declaran esclavos fétidos con los fines más repugnantes. ¡Oh dolor! Es un mundo de hechos realmente insólitos que poco a poco va contagiando a los rebaños de Cristo.
Como se llegaba a bruja
Vamos a desterrar ahora la idea más propia de la mitificación de que la bruja plenamente hecha y con todos sus atributos tuviera que ser una mujer pobre, vieja, histérica por su condición de viuda, inestable y que se siente profundamente desgraciada, incomprendida, marginada por los demás, obsesionada por el sexo y resentida con la religión que no le ofrece el consuelo suficiente para poder sobrellevar el peso de una existencia monótona. Tanto en España (primero en sus reinos independientes) como en el resto de Europa y América hubo brujitas jóvenes, de buen ver que no por ello se salvaron de la hoguera. Fue el genial Goya, pero en esta ocasión, cargado de mala intención, el que puso la guinda para reflejar el feo y repugnante estereotipo de las brujas.
“Mucho hay que chupar” por Francisco de Goya
¿Además