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Matar - Dave Grossman


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más detalle más adelante, en la sección titulada «Matar en Vietnam».

      3. Se trata de un concepto importante. Tanto en esta sección como más adelante comprobaremos el papel crucial de los grupos (incluidos los que no disparan) y los líderes cuando abordemos «Una anatomía del acto de matar».

      4. Marshall también señala que, si un jefe se acercaba a un individuo y le ordenaba disparar, entonces lo hacía. Pero tan pronto como la autoridad que exigía obediencia se iba, los disparos dejaban de oírse. No obstante, el objeto de esta sección es el soldado medio armado con un rifle o mosquete y su aparente negativa a matar en combate. El impacto de la autoridad que exigía obediencia y el efecto de los procesos grupales en las armas operadas por servidores de la pieza, es decir, ametralladoras, que casi siempre disparan, y armas claves (como los lanzallamas y los rifles automáticos) que suelen disparar, se aborda en «Una anatomía del acto de matar».

      La idea de que las únicas alternativas en un conflicto son luchar o huir está inserta en nuestra cultura, y nuestras instituciones educativas han hecho muy poco para cuestionarla. La política militar estadounidense la ha elevada a ley natural.

      Richard Strozzi-Heckler

      In Search of the Warrior Spirit

      2 Los que no dispararon a lo largo de la historia

      Los que no dispararon en la Guerra de Secesión

      Imagínate a un nuevo recluta en la Guerra de Secesión estadounidense. Con independencia del bando en el que estuviera, o si lo habían llamado a filas o se había alistado, su instrucción hubiera consistido en soporíferos ejercicios repetitivos. El poco tiempo que hubiera para instruir al más bisoño recluta se dedicaba a repetir una y otra vez la maniobra de cargar el arma, y cualquier veterano de incluso unas pocas semanas podía cargar y disparar un mosquete sin pensarlo.

      Los líderes entendían el combate como algo consistente en largas líneas de hombres disparando al unísono. Su objetivo era convertir al soldado en un pequeño engranaje en la máquina, que se mantendría firme mientras disparaba una y otra ronda al enemigo. El ejercicio militar era su herramienta básica para asegurarse de que cumpliría con su deber en el campo de batalla.

      El concepto de ejercicio militar hunde sus raíces en las duras lecciones del éxito militar en los campos de batalla que se remontan hasta la falange griega. Estos ejercicios fueron perfeccionados por los romanos. Más tarde, como ejercicio de tiro, fue convertido en una ciencia por Federico el Grande para ser más tarde aplicada de forma masiva por Napoleón.

      Hoy en día entendemos el enorme poder del ejercicio militar para condicionar y programar a un soldado.

      En su libro The Warriors, J. Glenn Gray afirma que, si bien los soldados pueden acabar extenuados y «entrar en una condición de aturdimiento en la que se pierde toda la claridad de la consciencia», todavía pueden en ese estado «funcionar como células en un organismo militar, haciendo lo que se espera de ellos porque se ha convertido en algo automático».

      Uno de los ejemplos más notorios sobre el éxito militar para que los soldados desarrollaran reflejos condicionados a través de los ejercicios se encuentra en el libro de John Master The road past Mandalay, en el que narra las acciones en combate de un equipo a cargo de una ametralladora durante la segunda guerra mundial:

      El [artillero] nº 1 tenía 17 años y lo conocía. Su nº 2 [artillero asistente] estaba tumbado a su izquierda, a su lado, con la cabeza en dirección al enemigo, con un cargador en su mano preparado para recargar el arma en el momento que el nº 1 dijera: «¡Cambio!». El nº 1 empezó a disparar, y una ametralladora japonesa respondió a poca distancia. El nº 1 recibió la primera explosión en la cara y el cuello y murió al instante. Pero no murió donde se encontraba tendido, detrás del arma. Rodó a la derecha, lejos del arma, levantando moribundo la mano izquierda para dar un toque en la espalada al nº 2 que significaba «Ocúpate tú». El nº 2 no tuvo que apartar el cadáver del arma. Ya estaba despejada.

      La señal «Ocúpate tú» fue inculcada al artillero mediante adiestramiento para tener la seguridad de que esta arma vital nunca quedaría sin nadie a su cargo, en caso de que tuviera que abandonarla. Su empleo en estas circunstancias evidencia un reflejo condicionado tan potente que se lleva a cabo sin pensamiento consciente alguno como el último acto de un soldado moribundo con una bala en el cerebro.

      Gwynne Dyer acierta de pleno cuando dice que «el condicionamiento, casi en el sentido de Pavlov, es probablemente una expresión mejor que adiestramiento, pues lo que se requería del soldado ordinario no era que pensara sino la habilidad para … cargar y disparar su mosquete de forma automática incluso bajo el estrés del combate». Este condicionamiento se conseguía mediante «miles de horas de ejercicios repetitivos» junto con «el incentivo siempre presente de la violencia física como castigo por no rendir adecuadamente».

      El arma de la Guerra de Secesión solía ser un mosquete de avancarga con pólvora negra. Para disparar el arma, un soldado tenía que tomar un cartucho envuelto en papel que constaba de una bala y un poco de pólvora. Abría la tapa del cartucho con los dientes, introducía la pólvora en el cañón, colocaba luego la bala, la empujaba hasta el fondo con fuerza, preparaba el arma con una cápsula fulminante, amartillaba y disparaba. Dado que se necesitaba gravedad para que la pólvora se esparciera por el cañón, todo esto se hacía de pie. La lucha era un asunto que se dirimía de pie.

      Con la introducción de la cápsula fulminante, y la llegada del papel engrasado para envolver el cartucho, las armas se volvieron más fiables incluso cuando el tiempo era húmedo. El papel engrasado que envolvía el cartucho servía de prevención para que la pólvora no se mojara, y la cápsula fulminante aseguraba una fuente de ignición fiable. Salvo en caso de severa tormenta, el arma dejaría de funcionar solo si la bala esférica se introducía antes que la pólvora (una equivocación extremadamente rara si tenemos en cuenta los ejercicios a los que se sometía el soldado), o si el agujero que conectaba la cápsula fulminante con el cañón estaba obstruido, algo que podía ocurrir después de muchos disparos, pero que podía ser fácilmente corregido.

      Podía surgir un pequeño problema si el arma se había cargado dos veces. En el fragor de la batalla, a veces un soldado no tenía claro si el mosquete estaba cargado, y no era extraordinario que cargara una segunda vez encima de la primera. Pero un arma así aún se podía utilizar. Los cañones de estas armas eran sólidos y la pólvora que se requería relativamente débil. Los test de fábrica y demostraciones de armas de esta época incluían disparar un rifle cargado varias veces, y a veces con un arma cargada hasta el extremo del cañón. Si se disparaba un arma así, la primera carga prendería fuego y simplemente empujaría todas las demás cargas fuera del cañón.

      Estas armas eran rápidas y precisas. Por lo general, un soldado podía disparar cuatro o cinco veces por minuto. En el adiestramiento, o cazando con un mosquete fusil, la tasa de aciertos hubiera sido por lo menos tan buena como la de los prusianos con sus mosquetes de ánima lisa cuando conseguían un 25 por ciento de aciertos a doscientos metros, un 40 por ciento a ciento veinticinco metros, y un 60 por ciento a sesenta y cinco metros disparando a un objetivo de 30 por 2 metros. Así, a 65 metros, un regimiento de 200 hombres debería ser capaz de alcanzar al menos a 120 soldados enemigos en el primer disparo. Si se disparaba cuatro veces cada minuto, un regimiento podía potencialmente matar o herir a 480 soldados enemigos en el primer minuto.

      Sin duda, el soldado de la Guerra de Secesión era el mejor adiestrado y equipado hasta el momento. Entonces llegó el día del combate, el día para el que se había adiestrado durante tanto tiempo. Y con ese día llegó la destrucción de todas las ideas preconcebidas y falsas ilusiones sobre lo que iba a ocurrir.

      Al principio, la visión de una larga línea de hombres en la que cada uno disparaba al unísono podía parecer verdad. Si los líderes mantenían el control, y si el terreno no era demasiado abrupto, la batalla podía consistir durante un tiempo en el intercambio de rondas de disparos entre regimientos. Pero incluso cuando se producían


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