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Damas de Manhattan. Pilar Tejera OsunaЧитать онлайн книгу.

Damas de Manhattan - Pilar Tejera Osuna


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      Nada es imposible

      Woodhull, Claflin & Co. abrió sus puertas al público oficialmente el 5 de febrero de 1870, extendiendo el aroma perfumado de una nueva raza de brókeres a través de los pasillos financieros hasta aquel momento dominados por los olores masculinos de los cigarros y el champán.

      Mary Gabriel. Biógrafa de Victoria Woodhull

      Pocas mujeres han sido tan sorprendentes como Victoria Woodhull. Fue una líder del movimiento por el sufragio femenino en los Estados Unidos. Además abogó a favor de los derechos sociales y de las reformas laborales, apoyó fervientemente el amor libre, pasó varias veces de la pobreza a la riqueza, se casó tres veces, fue venerada, perseguida, apresada… Se trata de uno de esos espíritus renacentistas que al llegar al meridiano de su vida ya había hecho lo que la mayoría de sus coetáneos no lograrían hacer en varias reencarnaciones. Había recorrido los ee. uu. pronunciando conferencias, había abierto una agencia bursátil en Wall Street sin saber nada del mundo financiero, había fundado un periódico, había sido la primera dama en hablar en un comité del Congreso de los ee. uu., y se había presentado candidata a la presidencia del país. Lista, ambiciosa, elocuente, envolvente… fue una de esos genios con visión de futuro, alguien que no se rendía a las circunstancias que le habían caído en suerte. Que en un momento dado decidió recomponerse como persona y como mujer. Y vaya si lo hizo…

      Victoria Woodhull nació el 23 de septiembre de 1838 siendo la sexta de diez hermanos. Pese a ser hija de un delincuente de poca monta y de no haber recibido educación, siempre imaginó para sí un futuro brillante. Se trataba de una niña despierta, con determinación y talento, una rara joya en una familia pendenciera e indolente que vivía en una cabaña de Homer, Ohio, considerada como lo peor de la ciudad.

      Un año después de su primer matrimonio, a los quince años con un alcohólico que le doblaba la edad y el nacimiento de su hijo, deficiente mental, se hizo la promesa de convertirse algún día en líder en la causa feminista. Estaba determinada a que ninguna mujer padeciera tan joven del desamor ni ofreciera su cuerpo a cambio de seguridad económica, ya fuese a través del matrimonio o en la calle.

      En 1868, con una mano delante y otra detrás, llegaba a Nueva York lista para realizar ese sueño. Le acompañaba su hermana menor, Tennessee, con la que había recorrido en caravana los campos en barbecho y las ciudades aún en ruinas tras la Guerra Civil, ofreciendo sus servicios como clarividentes y sanadoras espirituales. De su padre, Victoria había aprendido si no a quebrantar la ley, sí a sortearla, y de su madre la habilidad de «comunicarse con los espíritus», y con tan peculiar equipaje se dispuso a abrirse camino en la ciudad en la que tan profunda huella dejaría.

      A finales de siglo xix, las mujeres siguen estando sometidas a un severo escrutinio social. Su comportamiento, su forma de vestir, sus compañías, su estado civil y sus ocupaciones son juzgados implacablemente. Nadie que ose salirse de las normas impuestas a una dama respetable, escapa de la reprobación. Ni siquiera en Nueva York. Y ahí estaba Victoria Woodhull, decidida a cambiar el estado de las cosas. Con treinta años recién cumplidos y toda una vida por delante, empezó a hacerse un lugar mientras asumía el impacto de aquella gran ciudad. Se había elaborado una lista mental con los derechos que correspondían a los más desfavorecidos, a los trabajadores y a la mujer. En este último caso, derechos inalienables como el de pensar, opinar, trabajar, votar, o «ser felices»… pero para emprender esa lucha había que contar con dos importantes ingredientes: dinero y respaldo.

      En 1870, dos años después de su aterrizaje en Manhattan, abrió una agencia bursátil en Wall Street. Fue su primer paso para lograr sus objetivos. Aquello provocó una auténtica conmoción en los círculos financieros de la ciudad. Era la primera firma de corretaje abierta por mujeres en el corazón de Nueva York. Cornelius Vanderbilt, uno de los hombres más ricos del país, estaba detrás de ello. Al poco de conocer a las hermanas había quedado embrujado. Victoria, era un auténtico ciclón intelectual. Teneesse, la más joven, pura sensualidad… A sus setenta y tres años se convirtió en uno de los pacientes de las hermanas «sanadoras» antes de tomar como amante a Tennessee. Mientras ellas le hablan de los espíritus y del destino escrito en su mano, él les mostraba los secretos de las finanzas, el camino del poder. Vanderbilt las adiestró, las encumbró.

      Todos los medios del país se hicieron eco de la noticia de la agencia bursátil, entre otros The Sun, que hizo sonar la alarma con el titular: «Enaguas entre los toros y los osos de Wall Street». El primer día de su apertura y desde primera hora de la mañana un revuelo de curiosos se agolpó en la acera frente a la oficina situada en el 44 de Broad Street, intentando ver a través de las ventanas a las primeras brókeres de la historia. A empujones, se gritaban: «Solo saben un par de cosas». «Las acciones se dispararán». Aún habría de pasar otro siglo hasta que una bróker se hiciera con un asiento en la Bolsa de Nueva York, y nunca más dos hermanas volvieron a causar tanto revuelo en el mundo bursátil.

      Algunos medios se cebaron con un estilo sarcástico. El Herald publicó: «Las jóvenes, dulces y hermosas como manzanas, hechizadas por lo que habían visto y oído, salieron de allí pensando que existían más cosas por las que vivir aparte de los cosméticos, el acicalamiento, la moda y el orgullo». Pero el debut financiero en el parqué, donde amasarían una fortuna, probó la creencia de Victoria de que las mujeres podían mantenerse a sí mismas, podían prosperar si se atrevían a intentarlo: «Les aseguro que los hombres nos respetarán por nuestros actos», afirmó.

      Los dividendos obtenidos fueron el colchón económico que Victoria necesitaba para declarar la guerra a la sociedad, para emprender su cruzada por los derechos civiles, para hacer oír su voz en la causa feminista. Ella, que procedía de una familia deprimida, que había tenido que huir del infierno, conocía el sentido de palabras como abnegación, trabajo, ambición, y no le asustaba el reto de luchar por sus ideas. Las sufragistas, las liberales, las emprendedoras se abrían camino en el país y ella había visto con sus propios ojos como muchas se organizaban abiertamente, montaban asociaciones, hablaban de cambiar su lugar en una sociedad dominada por los hombres, luchaban por el sufragio femenino…

      Victoria quería más, y se propuso encarar frontalmente los problemas de la sociedad. Si una oradora lo tenía difícil para ser invitada a habar ante audiencias mixtas, comprendió que tenía a su disposición una poderosa arma: la prensa. ¿Y, que mejor que su propio periódico? ¿Qué mejor forma de hacer llegar sus proclamas que un diario de su propiedad? En 1870, el Woodhull & Claflin's Weekly, fundado por ella y por Tennessee salía a la calle, al principio con una modesta tirada, pero lograría atraer a muchos suscriptores. Lo que comenzó siendo un diario con escasos contenidos enfocados en los derechos por la igualdad, evolucionó hasta abordar una amplia variedad de temas. En él, Victoria fue vertiendo sus controvertidas opiniones sobre temas tabú, abordando cuestiones como la educación sexual, el uso de faldas cortas o el voto femenino, pero también temas tan visionarios como el amor libre, la alimentación vegetariana o la legalización de la prostitución.

      Victoria Woodhull ya era una figura conocida en Nueva York, pero fue con sus demandas ante un comité del Congreso de los Estados Unidos con lo que realmente puso de manifiesto su inteligencia y su particular forma de abordar un tema que las sufragistas llevaban décadas enfocando erróneamente. En aquella memorable sesión y también su primera aparición pública, sostuvo que la población femenina ya tenía el derecho de votar (solo tenían que utilizarlo), ya que la decimocuarta y la decimoquinta enmienda a la Constitución garantizaban la protección de ese derecho para todos los ciudadanos. Poseía todos los elementos necesarios para ser una oradora de éxito, para que sus palabras se quedaran suspendidas en la cabeza de las personas que la escuchaban, y su argumento atrajo la atención de todo el país hacia el sufragio femenino con un enfoque sin precedentes. Un auditorio de ondeantes pañuelos acogió la llamada a la revolución de Victoria Woodhull. La líder de las sufragistas en los Estados Unidos, Susan B. Anthony, escribió la siguiente carta: «Querida Victoria, acabo de leer tu discurso. Está por delante de todo lo dicho o escrito, bendita sea tu querida alma por cuanto estás haciendo


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