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Los magos de Hitler. Jesus HernandezЧитать онлайн книгу.

Los magos de Hitler - Jesus Hernandez


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volviendo a actuar en el Konzerthaus.

      Hanussen compaginó sus actuaciones con la publicación de unos libros que pretendían ser manuales de telepatía. Siguiendo sus instrucciones y realizando las pruebas que se proponían, los lectores podían comprobar sus aptitudes telepáticas o incluso actuar como médiums. Con estas publicaciones, el mago se rodeaba de una cierta aura intelectual que dejaba en segundo plano su carácter de showman. Siempre proclive a prestar su atención a este tipo de novedades, Hanussen pasó a convertirse en una especie de pionero en el estudio «científico» de la telepatía y su acercamiento al gran público.

      trucos de ilusionista

      Los espectadores que acudían a las actuaciones de Hanussen lo hacían dispuestos a sorprenderse ante la exhibición de sus dotes telepáticas. Y el mago se encargaba de que no salieran decepcionados del teatro. Para ello, Hanussen recurría a habilidades tal vez adquiridas de los adivinos y echadores de cartas con los que seguramente coincidió durante la época en que actuó en el circo. Estos son capaces de captar las pequeñas reacciones en el rostro o en el resto del cuerpo que provocan sus observaciones de tanteo, lo que les sirve de indicio para adivinar el pasado de la persona. Así, Hanussen hacía subir a un voluntario al escenario, y, observándole atentamente mientras le tomaba las manos, le formulaba algunas preguntas. A partir de ahí, el mago realizaba una serie de aseveraciones que el sorprendido voluntario confirmaba.

      Hanussen, además de poseer una gran psicología y un profundo conocimiento del comportamiento humano, demostraba tener una gran inteligencia. Uno de sus números consistía en adivinar lo que estaba pensando un individuo, sin importar lo que fuera. Para ello, le formulaba preguntas a las que el voluntario sólo podía contestar «sí» o «no». Siguiendo un método lógico, el mago era capaz de adivinar el pensamiento planteando apenas una veintena de cuestiones.

      Pero había otro número que requería poseer una memoria excepcional. Consistía en recoger una serie de sobres en los que algunos miembros del público habían escrito algo y adivinar el contenido justo antes de abrirlos sobre el escenario. Este número levantaba siempre mucha expectación, ya que parecía imposible que eso pudiera lograrse. Pero se trataba simplemente de un ingenioso truco de ilusionista. Una vez recogidos los sobres, Hanussen simulaba leer el primero a través del sobre antes de abrirlo, recitando cualquier frase que era confirmada por uno de los colaboradores secretos o ganchos con los que contaba en la platea. La información quedaba definitivamente «corroborada» cuando el mago abría el sobre y «leía» el papel. Lo que Hanussen hacía en realidad era memorizar el contenido de ese sobre; cuando le tocaba el turno al siguiente, en realidad repetía lo que había leído en el primero, y así una y otra vez.

      Hanussen realizaba a diario ejercicios para ejercitar su ya de por sí prodigiosa memoria, necesaria no sólo para el ingenioso truco de los sobres, sino también para otros en los que el público era el protagonista. Por ejemplo, sus colaboradores conseguían información personal de los asistentes antes del espectáculo o en el entreacto, escuchando conversaciones o haciendo alguna pregunta, y luego la comunicaban al mago desde la platea con una serie de gestos preacordados.

      El adivino utilizaba su memoria portentosa para otros trucos, como uno que consistía en la recogida de unas tarjetas entre el público en las que cada espectador escribía una palabra, y Hanussen debía adivinar quién era el autor. Para ello, sus colaboradores dejaban unas pequeñas marcas en las tarjetas que servían de guía al mago para saber en qué lugar de la platea se sentaba. A partir de ahí, el sentido innato del espectáculo que poseía Hanussen lograba que el público se entusiasmase con esa demostración de clarividencia.

      Pero los números más llamativos eran los que incluían sesiones de hipnosis. Reuniendo varios voluntarios en el escenario, era capaz de hipnotizarlos en apenas unos segundos y lograba que obedecieran sus órdenes, aunque eso les llevase a hacer el ridículo. Así, conseguía que ladrasen o maullasen, que llorasen o riesen a voluntad del mago, o que se viesen impedidos de separar las manos después de que Hanussen les advirtiese bajo hipnosis de que serían incapaces de hacerlo. La tensión que se alcanzaba en la sala durante estas exhibiciones era palpable y el público creía asistir a un hecho realmente extraordinario.

      Entre actuación y actuación, Hanussen también tenía tiempo para el amor. A finales de 1919, el mago se enamoró de una artista rusa que actuaba también en el Konzerthaus, Theresia Luksch, conocida profesionalmente como Risa Lux. En julio de 1920, Hanussen pidió a las autoridades austríacas el divorcio de Herta Samter y el 3 de agosto se pudo casar con Risa, que se encontraba en avanzado estado de gestación. La boda se celebró según el rito judío. Cinco semanas después nacía una niña, Erika.

      gira por el mediterráneo y oriente próximo

      En marzo de 1921, un pavoroso incendio destruyó casi la mitad de la ciudad griega de Salónica, incluyendo la mayor parte de su barrio judío. Sensibilizado por esa tragedia, Hanussen tomó la decisión de acudir allí y actuar durante dos semanas a beneficio de los damnificados.

      Después, el mago optó con continuar el viaje hacia Turquía,

      actuando en Constantinopla, aunque allí cosechó un inesperado fracaso. Para desquitarse del fiasco, volvió a actuar en Grecia, donde recibió la oferta de visitar los escenarios de la ciudad egipcia de Alejandría con una pequeña compañía griega. Hacia allí se embarcó, pero durante el viaje comprobó que los miembros de la compañía artística eran en realidad contrabandistas. Al llegar a Egipto, se separó de ellos. Allí conoció a un empresario teatral alemán, que le convenció para actuar en Damasco.

      Después de su fracaso en Constantinopla, Hanussen había decidido cambiar su nombre artístico por el nombre árabe «El Sah’r» (El Sabio) para tratar así de parecer más próximo a su nuevo público. Pero su nuevo nombre no haría que en Damasco su espectáculo corriese mejor suerte. Los árabes eran más resistentes que los occidentales a las técnicas hipnóticas de Hanussen. En Aleppo, el propietario del club nocturno en el que Hanussen debía actuar le prohibió que hiciera cualquier número de hipnotismo; le explicó que un árabe preferiría renunciar a todo antes que entregar el control de su mente, ya que eso suponía perder su bien más preciado: el sentido del honor. En todo caso, las diferencias culturales representarían un obstáculo insalvable.

      Hanussen decidió entonces probar suerte entre las colonias judías que se estaban estableciendo en Palestina, entonces bajo control británico. Actuó en Jerusalén, Haifa, Jaffa y algunos kibutzim. El mago se reencontró con las mieles del éxito entre el público judío, culturalmente mucho más próximo a él, y logró reunir mil libras esterlinas.

      Animado por su éxito, puso rumbo a El Cairo pero, escarmentado por su escaso predicamento entre el público árabe, no llegaría a actuar. De nuevo en Alejandría, embarcó para la isla de Kos, entonces bajo control italiano, pero de población griega y turca. Allí estuvo descansando durante dos semanas y luego se trasladó a la isla de Rodas, donde realizó una actuación. Sin embargo, sufrió aquí un malentendido con el propietario turco del café en el que actuó a cuenta del dinero que debía recibir y a punto estuvo de ser linchado. Definitivamente, Hanussen y los turcos no tenían una buena sintonía.

      Siguiendo su periplo por el Mediterráneo oriental, de Rodas embarcó para Trípoli, que entonces constituía la puerta por la que los italianos pretendían reconquistar el antiguo Imperio romano en el norte de África. Hanussen actuó en un cabaret, pero el espectáculo no se desarrolló como él esperaba. Había anunciado una recompensa de mil libras a aquel que fuera capaz de levantarlo del suelo. El mago aseguraba que, gracias a su poder mental, nadie lograría despegarlo del escenario. Por si su fuerza mental no bastaba, Hanussen instaló unos ganchos y unos cables ocultos para permanecer así bien atado al suelo. Pero uno de los voluntarios que subió al escenario para intentarlo era tan fuerte que consiguió arrancar los ganchos del suelo, con la consiguiente sorpresa y decepción por parte del público.

      Después del fracaso en Trípoli, Hanussen fue a Orán, en la Argelia francesa, donde estudió a los derviches árabes y los faquires, de los que obtendría inspiración para sus futuras actuaciones. A Hanussen le impactó especialmente el dominio que los faquires tenían de su cuerpo, lo que les permitía dormir en una cama de clavos o tragarse


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