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La Lista De Los Perfiles Psicológicos. Juan Moisés De La SernaЧитать онлайн книгу.

La Lista De Los Perfiles Psicológicos - Juan Moisés De La Serna


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europea, exiliados de su destino, y recluidos en una isla, pasto de sus adversarios.

      –¡No fue así la historia! ―rectificó algo molesto el fumador.

      –Lo sé, pero su expresión corporal me ayuda a definir su perfil. Por lo que veo no es usted un ciudadano más de esa isla, sino un descendiente intelectual de aquellos maestres, y hasta me atrevería a decir que puede que también genético.

      –¿Tiene eso importancia? ―preguntó mientras soltaba lentamente una bocanada de humo.

      –¡Ajá!, es usted descendiente directo de uno de los Maestres del lugar ―afirmé categóricamente.

      –Me sorprende su habilidad ―indicó el hombre levantándose de mi sillón―. En verdad es mejor de lo que creía, ¡está usted aprobado!

      –¿Aprobado?, ¿y ahora qué? ―pregunté inquieto mientras veía venir hacia mí al hombre con el puro.

      –Tengo tres nombres y tres destinos, todo está en esta carpeta, quiero un informe de cada uno de ellos, y me gustaría tenerlo para final de mes, ¡buenas tardes!

      Dicho esto, me entregó una carpeta que no pesaba demasiado, y sin decir más salió de la habitación tras aquel hombre que le había estado custodiando. Dejándome en aquel cuarto ahora más iluminado por las luces del pasillo.

      Todavía estaba perplejo por lo que me acababa de pasar, cuando me giré para preguntarles el motivo de aquel encargo, pero ya habían desaparecido del pasillo, cogiendo el ascensor del que minutos antes había salido yo.

      En realidad, que conocía mucho más de la historia de Malta de lo que había expresado, pero quería ver su reacción ante una media verdad para saber si aquella persona lo sabía también o no.

      Una historia extraordinaria que comenzó hace miles de años, pero que tuvo su apogeo con una decisión política de Carlos I de España y V de Alemania, quien tras tener noticias de la derrota que había sufrido la Orden de San Juan en la isla griega de Rodas a manos de los otomanos, les permitió situarse en una pequeña isla, la más al sur del mediterráneo, pero que era punto estratégico, ya que era la puerta de acceso entre Europa y África.

      A cambio de su cesión todos los años desde entonces y como forma de reconocer aquel acto, los caballeros de la Orden de Malta deben de entregar como tributo el conocido como Halcón Maltés.

      Tierra de pescadores que vio cómo se transformaba su orografía en un puerto sin igual, convertido ahora en centro comercial y religioso. Donde acudían de todas las grandes fortunas de Europa a contribuir en construir lo que sería el mayor bastión de la historia de su época.

      Una isla llamada a destacar por sus artes y sus avances en la medicina, a donde acudían para estudiar e instruirse los aspirantes a caballeros. Todo ello auspiciado y sostenido por las casas reales europeas, que veían florecer aquel pequeño lugar.

      Pero no era sólo un aporte benéfico y desinteresado el que realizaban desde las monarquías europeas, desde que se instauraron en la isla tuvieron que hacer frente a todo tipo de piratas y vividores que trataban de hacerse con los botines que provenían de África.

      Los siempre leales caballeros mantenían las aguas limpias de impíos, y protegían las valiosas mercancías que cruzaban por sus aguas.

      Lugar deseado y temido al mismo tiempo. Baluarte de una estirpe de caballeros, se dice que descendientes de los propios cruzados que fueron a Tierra Santa.

      Al respecto empieza a confundirse la realidad con la ficción. La tradición quiere resaltar la majestuosidad de aquellos caballeros, indicando que eran guardianes de grandes tesoros que acumulaban con recelo, e incluso que eran poseedores de reliquias que se habían traído de Tierra Santa, entre ellos, la más preciada, el Santo Grial.

      Pero bueno, eso puede ser o no, ya que han sido tantos los lugares que se han autoproclamado poseedores temporales de esta majestuosa reliquia, que es imposible saber la verdad.

      Si hubiese tenido más tiempo para intercambiar información con este Maestre, seguro que me hubiese podido aclarar esta y otras cuestiones, que todavía hoy rodean de misterio las míticas figuras de unos hombres tan valerosos e ingeniosos que fueron capaces de detener el avance de las temidas hordas de Sülleyman el Magnífico.

      Un personaje del que realicé uno de mis análisis de perfiles psicológicos, tal y como hice con otros grandes de la historia como Napoleón I, o el propio Alejandro Magno, pero que, por su lejanía en el tiempo, apenas pude recabar más que anécdotas sueltas, ya fuesen de sus súbditos resaltando las bonanzas de su figura, o de sus adversarios, contando lo cruel y despiadado que era.

      Algo que me hizo decantarme por personajes más próximos en el tiempo, donde existiese documentación e incluso algún escrito realizado por la propia persona. De esta forma, me era más fácil acercarme a la verdadera personalidad, y descubrir cuáles eran sus ambiciones, deseos y anhelos, pero también qué era aquello que temía y evitaba. Ya que, por nuestra naturaleza, no sólo nos movemos por aquello que queremos sino también para evitar lo temido.

      Cerré la puerta de la habitación y me dirigí al dormitorio, donde me senté pensativo en la cama, “¡Qué situación más rara!”, me dije, si ya había sido extraña la tarde, esto ha sido la guinda del pastel.

      Abrí aquel sobre y extendí su contenido sobre la cama, eran tres montones de papeles con un gran clip sujetando a cada uno, cogí el primero y para mi sorpresa era el currículo de un joven de veinte años, con información sobre dónde había estudiado, qué práctica profesional tenía y los puestos a los que aspiraba.

      En un segundo folio, de ese mismo montón, encontré su partida de nacimiento, con los datos del día, hora, y lugar de nacimiento, datos de la madre, y nombre del hospital.

      En un tercer folio, había un mapa de la ciudad de Nueva York, y grapado a este, un billete de avión.

      Lo examiné con cuidado y me di cuenta, para mi sorpresa, que era para un vuelo a mi nombre para el próximo lunes, “¿cómo?”, me pregunté asombrado, “¿y si no hubiese aprobado esta prueba?”.

      “¿Ya está?” ―exclamé al comprobar que no había más información ni sobre esa persona, ni sobre lo que debía de hacer al respecto.

      Lo más importante a la hora de realizar un perfil es, precisamente tener cuanta más información mejor, sobre todo si es de primera mano, de algún familiar o amigo próximo o de la propia persona a analizar, y con esta escasa información lo más que podría tener para un descriptivo muy general.

      Ojeé los otros dos montones y tenía la misma escasa información, pero en esta ocasión era con un billete para París y otro para Viena.

      “Bueno, al menos los lugares de destino no están mal” ―me dije tras observar que cada uno de esos billetes tenía una separación de una semana entre ellos.

      Es decir, tenía que ir, encontrarme con la persona, analizarla, realizar un perfil y volver. Todo ello en el tiempo récord de una semana, ya que al lunes siguiente debía de hacer lo mismo en un nuevo destino.

      No recuerdo haber viajado con tantas prisas, ni siquiera cuando tenía que acudir a los congresos científicos a los que iba para conocer las últimas investigaciones en mi materia; ya que me gustaba pasar unos días en la ciudad de destino para conocer sobre sus costumbres y tradiciones, pero esto es demasiado.

      “Menos mal que entre París y Viena no hay mucha distancia, no me imagino qué hubiese podido suceder si llega a ser en Sídney, nada más que en el viaje perdería como mínimo dos días, uno de ida y otro de vuelta, pero, ¿para qué tendrán tanta prisa?” ―me preguntaba mientras recogía los papeles y los devolvía al sobre que me habían entregado, depositándolo luego sobre una mesa auxiliar que tenía en el dormitorio, cuando de repente.

      –¡Abra la puerta! ―se escuchó con voz prominente.

      –Abra o tiramos la puerta abajo! ―dijo otra voz con tono amenazante.

      –¿Quién es? ―pregunté mientras me acercaba a la puerta del dormitorio.

      –¡Abra!, he dicho ―repuso


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