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La Lista De Los Perfiles Psicológicos. Juan Moisés De La SernaЧитать онлайн книгу.

La Lista De Los Perfiles Psicológicos - Juan Moisés De La Serna


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un fuerte pitido en los oídos. Me había cegado los ojos que me lloraban, y apenas podía respirar, era una sensación tan desagradable que casi no podía pensar en lo que estaba sucediendo.

      –¡Siéntese!, ¡siéntese! ―dijo alguien mientras evitaba que me tambalease de un lugar a otro.

      –¿Me escucha? ―preguntó en voz muy alta, pero al que apenas escuchaba pues tenía la cabeza como embotada, como si me fuese a estallar.

      –Espere que se le pasará, ponga la cabeza entre las piernas y relájese ―decía alguien al que apenas entendía.

      No sé el tiempo que había pasado, pero no recuerdo una situación tan desagradable que hubiese vivido en los últimos años. Era como si todo me doliese, pero a la vez me apretase y quisiera desprenderse de ello. Tenía calor y frío al mismo tiempo, y a pesar de abrir los ojos de vez en cuando, sólo veía manchas de claroscuro.

      –¿Está bien? ―conseguí escuchar tras un momento.

      –¿Quién? ―acerté a preguntar, sin poder ver nada todavía.

      –Es sólo una granada aturdidora, ¡no es para tanto! ―respondió una segunda voz con tono sarcástico.

      –Una granada, ¿están locos? ―dije molesto tratando de levantarme, cuando me di cuenta de que tenía algo que sujetaba mis manos juntas.

      –Cálmese y procure no levantarse, está detenido y lleva bridas de plástico en manos y pies a modo de esposas.

      –¿Esposado?, ¿qué he hecho? ―pregunté tratando de frotarme los ojos, para ver si conseguía ver algo.

      –¿Qué no ha hecho querrá decir? ―preguntó ese que utilizaba el sarcasmo como forma de hablar.

      –¿Le parece bien cargos por obstrucción a la justicia y pertenencia a organización sospechosa de blanqueo de dinero? ―afirmó la voz autoritaria.

      –¿Pertenencia a qué…?, yo trabajo sólo ―contesté sin saber a qué se referían.

      –¿Y esto?, ¿está preparando sus próximas vacaciones? ―preguntó con tono sarcástico.

      –¿El qué? ―pregunté tratando de limpiarme los ojos para ver, aunque todavía tenía la visión borrosa.

      –Nueva York, París, Viena… ¿a qué va allá?, ¿de vacaciones? ―volvió a preguntar con sarcasmo.

      –Me han hecho un encargo ―contesté sin entender qué podía tener de malo aquello.

      –Muy bien, siga cooperando y se le reducirá la pena ―afirmó quien hablaba con tono autoritario.

      –¿Pena?, ¿qué pena? ―pregunté sin saber siquiera con quién estaba hablando.

      –¿No creerá que vamos a llegar a un acuerdo para exculparle?, para eso necesita mucho más que su testimonio, requeriríamos llegar hasta la cabeza de la organización.

      –¿Qué organización?, ¿qué cabeza? ―pregunté confuso pues no conseguía entender a qué venía toda esta situación.

      –No se haga, la cabeza, el máximo dirigente, ese al que llaman Maestre ―dijo el sarcástico.

      “¿Maestre?” ―pregunté para mis adentros, tratando de atar cabos en el poco tiempo que había conseguido recuperarme―. “Estos están buscando a los que acabo de hablar”.

      –No conozco ningún Maestre ―afirmé categóricamente para observar sus reacciones.

      –Sí, seguro, entonces nos habremos equivocado. Llevamos meses tras su pista, y por fin cuando llega a la ciudad, ¿a que no sabe lo que hace?, verse con usted y coger el primer vuelo de salida. ¿no le parece sospechoso? ―preguntó con rin tintín.

      –Pues la verdad es que no, puede que tuviese prisa ―contesté con el mismo tono de burla.

      –Entonces, ¿confirma que le conoce? ―dijo la voz autoritaria.

      –Yo no he dicho eso ―repuse confuso por su afirmación.

      –Acaba de decir que no conocía a ningún Maestre y ahora dice que tenía prisa, está claro que le está intentando encubrir, ¿por qué? ―preguntó la voz autoritaria.

      Me llevé las manos a la cabeza, y dije rápidamente:

      –Quiero un abogado, no diré nada más si no es delante de un abogado, conozco mis derechos.

      –No somos policías, ni tan siquiera de Hacienda, somos de Seguridad Nacional, y está usted en un gran problema. Esa gente a la que defiende es sospechosa de muchos delitos, tráfico de influencia, lavado de dinero, tráfico de personas… y la lista sigue y sigue, en realidad hacen lo que quieren, cuando quieren y donde quieren ―afirmó aquel hombre enchaquetado que portaba un arma en su mano y que hablaba con tono autoritario.

      Por fin conseguí ver con claridad mientras mi mente se despejaba. En el cuarto había seis personas a parte de mí. Estos dos enchaquetados que eran los que hablaban y otros cuatro vestidos con chalecos antibalas y cascos, portando metralletas, esas que son de tamaño reducido, tal y como llevan las fuerzas de intervención rápida en casos de secuestro o similares.

      Pero en esta ocasión era yo la víctima y ellos los secuestradores, al menos eso parecía por la proporción de seis a uno, y porque todos estaban armados menos yo.

      –¿De qué cuerpo han dicho que son? ―pregunté recordando que en ningún momento me habían leído mis derechos.

      –No se lo hemos dicho ―afirmó el que debía de dirigir que hablaba con voz autoritaria.

      –No sé lo que quieren, pero les aseguro que se han equivocado de persona ―insistía así en mi inocencia.

      –¿Y estos billetes? ―preguntó el segundo enchaquetado que agitaba nervioso su arma como si fuese a disparar al techo, a la vez que me mostraba los billetes de avión de la documentación que apenas hace unos minutos había recibido.

      –Es un encargo, ya se lo he dicho.

      –¿Tiene que llevar algo?

      –No.

      –¿Tiene que recoger algo?

      –No.

      –¿Entonces a qué va? ―preguntó el enchaquetado nervioso mientras me tiraba los billetes sobre la cara.

      –A realizar un perfil de estas personas.

      –¿Un perfil?, ¿nos toma el pelo?, ¿cree que alguien que está buscado internacionalmente se molestaría en dejarse ver para encargarle un perfil?, ¿nos toma por tontos? ―preguntó molesto dejando su tono irónico.

      –Yo no sé de él, ni lo que hace ni lo que no hace, sólo les digo que me ha hecho este encargo.

      –¿Y cuánto le ha ofrecido?

      –¿Ofrecido?

      –Sí, por el trabajo, ¿cuánto ha sido?

      –Pues no hemos hablado de dinero.

      –¿Cómo? ¡oye!, yo no puedo escuchar más tonterías, déjame que le saque la información a mi manera ―dijo el enchaquetado nervioso al otro enchaquetado que debía ser el jefe ―dame media hora con la puerta cerrada y cantará como un ruiseñor.

      –Es la verdad ―dije mientras trataba de levantarme.

      –¡Que no se levante!, le dije ―afirmó el autoritario mientras me apuntó con su arma entre ceja y ceja.

      –¡Está bien!, ¡está bien!, me quedo donde estoy, pero les aseguro que es todo lo que sé.

      –¿Para qué quiere esos perfiles?, ¿Quiénes son esta gente?, ¿objetivos?, ¿contactos?,…

      –No sé nada, les he dicho todo lo que sé ―insistí mirando aquella arma que tenía a escasos centímetros de mi frente.

      –Será mejor que sea así. Haremos lo siguiente, queremos que siga con el plan y que se entreviste con estas personas, y que realice su labor, y cuando vaya a entregar


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