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Nadie es ilegal. Mike DavisЧитать онлайн книгу.

Nadie es ilegal - Mike  Davis


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como lo llamó McWilliams, “lesionó y destruyó al Sindicato Industrial de Trabajadores y Conserveros. Con sus líderes en prisión, los trabajadores quedaron momentáneamente desmoralizados y apaciguada la gran ola de huelgas”7.

      Entretanto, una nueva siniestra organización emergió regionalmente para coordinar la lucha contra los huelguistas agrarios y sus sindicatos embrionarios. Después de derrotar el último puesto de CAWIU en los campos de melón el verano de 1933, los agricultores de Imperial Valley decidieron ceder sus métodos rompehuelgas y el antirradicalismo militante a los campesinos del resto del Estado. Los Campesinos Asociados de California –inspirados también por la Asociación de Comerciantes y Fabricantes de Los Ángeles y su progenitor a nivel estatal, la Asociación Industrial– se “comprometieron a ayudarse unos a otros en caso de emergencia. Ellos estuvieron de acuerdo en cooperar realizando las cosechas en caso de huelgas y ofrecer sus servicios al sheriff local inmediatamente en caso de disturbios o sabotajes”8.

      Aunque las raíces de la organización estaban en la Legión Americana de El Centro y Brawley, Campesinos Asociados – como enfatizó Carey McWilliams– llegó a ser un poder a nivel del Estado porque las mayores corporaciones de California (y los periódicos reaccionarios como Los Ángeles Times) favorecieron la institucionalización del movimiento vigilante:

      Los primeros fondos fueron puestos por Earl Fisher, de la Compañía Eléctrica y de Gas del Pacífico, y Leonard Word, de la Compañía Empaquetadora de California. En esta reunión (la fundación de Campesinos Asociados de mayo 1934), se decidió que los campesinos debían “liderar” la organización, aunque las compañías financieras y los bancos ejercerían el control final… Cuando uno ve que aproximadamente el 50% de las tierras de California central y septentrional están controladas por una institución –el Banco de América– se vuelve palpable la ironía de esos “irritados” campesinos defendiendo sus “hogares” contra los huelguistas9.

      Campesinos Asociados tenía una infraestructura parecida a los pinkertons y brindaba espionaje industrial y listas negras de empleados a los patrones locales, y actuaba como un poderoso lobby legislativo en todos los asuntos laborales. La organización se oponía no sólo al sindicalismo radical, sino a las negociaciones colectivas y a la mediación industrial per se. También actuaba contra los trabajadores urbanos y sus nuevos sindicatos. En pocas palabras, Campesinos Asociados estaba allí para instrumentar el despotismo ilimitado de la agroindustria contra la fuerza de trabajo. Con el Banco de América, Calpack y el Ferrocarril del Pacífico fungiendo como ventrílocuos, la organización aseguraba la hegemonía de los grandes agricultores sobre los pequeños campesinos, granjeros y negociantes que intentaban hacer acuerdos con los sindicatos. Philip Bancroft, el popular agricultor hijo del historiador del siglo XIX que había hecho un mito de los comités de vigilantes originales, personificaba la “voz de los pequeños campesinos” cuando las circunstancias demandaban apelaciones nostálgicas a la mitología agraria, pero las decisiones reales se tomaban en las cámaras bancarias y en las juntas corporativas.

      Uno de los primeros proyectos de Campesinos Asociados fue contratar al veterano de Brigadas Rojas del LAPD, William Hynes, y al abogado del Imperial County District, Elmer Heald, para ayudar a las autoridades de Sacramento en su agresiva persecución a los seguidores de CAWIU. De hecho, la extensiva aplicación de la Ley de Sindicalismo Criminal para destruir el ala izquierda del movimiento obrero fue uno de sus principales objetivos, comprometiendo a sus miembros en la represión de huelgas y campañas10. Más ambiciosamente, urgía a la movilización de la “milicia ciudadana” en las filas de la Liga Anticomunista de Imperial Valley. A lo largo del Estado, los llamados caballeros o cruzados de California (reclutados por Legión Americana) comenzaron a pertrecharse. Entretanto, ante la alerta de “los rojos volverán” de Campesinos Asociados, los supervisores del condado aprobaron ordenanzas antimotines; los espías se infiltraron entre los cosechadores; los rancheros enristraron las alambradas de púas e incluso cavaron trampas; y los sheriffs locales se abastecieron de gases lacrimógenos y construyeron vallas para el esperado desbordamiento de prisioneros.

      Pero la militarizada Campesinos Asociados no esperó a las huelgas para ir hacia ellos; propusieron adelantarse aplicando “el terror sistemático a los trabajadores en las áreas rurales” como forma de mantener la lucha de clases. “No permitiremos a esos organizadores de ahora en adelante”, fanfarroneaba un agricultor. “Cualquiera que hable de aumentos de salarios deseará no haberlo hecho”. Otro líder de Campesinos Asociados regresó de Alemania totalmente subyugado por Adolf Hitler (que “había hecho más por la democracia que ningún otro hombre”) y de la admirable definición nazi de ciudadano: “Cualquiera que coincida con nosotros es un ciudadano de primera clase y cualquiera que no coincida con nosotros es un ciudadano sin voto”11. El fascismo se convirtió en el modelo explícito de las relaciones de trabajo agrícolas en California, y cuando comenzó la cosecha de verano de 1935, las cruces ardieron en las laderas de todo el Estado, advirtiendo a los trabajadores de que los vigilantes estaban cerca y al acecho.

      En el condado de Orange, varios cientos de huelguistas mexicanos fueron rodeados por un pequeño ejército que McWilliams describe como “guardias armados bajo las órdenes de antiguos ‘héroes futbolistas’ de la Universidad de California del Sur camuflados de soldados de caballería”. A los hijos de los agricultores se les dio la orden, por el

      del condado, de “tirar a matar” si era necesario, y los mítines y campamentos de los huelguistas fueron bombardeados con gases lacrimógenos. Unos pocos meses después, una pandilla de jinetes de Santa Rosa agarraron a cinco “radicales” defensores de los obreros, les hicieron desfilar por las calles y luego les obligaron a besar la bandera norteamericana en las escaleras del palacio de justicia. Cuando dos de ellos se negaron a abandonar la ciudad, fueron golpeados, cubiertos de alquitrán y emplumados, todo para deleite editorial de los periódicos de Hearst en San Francisco y Los Ángeles12.

      En 1936, Campesinos Asociados ejerció una fuerte vigilancia sobre cada aspecto de la vida rural en California. “No hay nada en otro Estado”, escribió McWilliams, “parecido a esta red de organizaciones de patronos agrícolas, que representan una cohesionada combinación de poder político, social y económico”13. Por otro lado, la organización era insuflada con dinero de “los principales empresarios de California”, mientras la llegada de un enorme excedente obrero de refugiados provenientes de las zonas áridas, hacía más fácil que nunca encontrar reemplazo para los trabajadores huelguistas de los campos y de las fábricas de conservas14.

      En 1936, ocurrió una batalla mucho más dramática y desigual en el valle de Salinas, la tierra de Steinbeck, en los cultivos de lechuga. Aquí, la Asociación de Empaquetadores de Verduras –que seguía un trabajo esforzado de temporada desde Imperial Valley hasta Salinas y luego de regreso– era el único sindicato activo en el Estado. Afiliado al AFL, con afiliación sólo blanca, representaba la enorme fuerza laboral de Oklahoma y Texas en los establos de empaquetado. (La mano de obra no apropiada para unirse a la asociación era fundamentalmente mexicana y filipina). Los Campesinos Asociados del condado de Monterrey, operando a través de una muy organizada vanguardia, la Asociación de Ciudadanos de Salinas Valley, decidieron cerrar y destruir el sindicato, reemplazando su afiliación central y a los “problemáticos” por trabajadores más dóciles.

      La muerte de la Asociación de Empaquetadores de Verduras fue planeada con meticulosa precisión, y utilizando tan abrumadora superioridad en potencia de fuego y recursos legales, que nos recuerda la monstruosa masacre de inmigrantes pobres por rancheros millonarios relatada en el filme épico de Michael Cimino, Heaven’s Gate, de 1980 (una versión libre de la lucha por la tierra en el condado Johnson, Wyoming). Para garantizar la completa coordinación entre los agricultores, la policía y los vigilantes ciudadanos, Campesinos Asociados persuadió a los funcionarios del Estado para que permitieran al coronel Henry Sanborn, un notorio anticomunista que había entrenado a vigilantes (llamados “los nacionales”) durante la huelga general de San Francisco en 1934, ir a Salinas como generalísimo de todas las fuerzas antisindicales. En este rol, él se pertrechó de gases lacrimógenos, instaló ametralladoras en las plantas de embalaje y coordinó un “ejército regular” de sheriffs locales


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