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Nadie es ilegal. Mike DavisЧитать онлайн книгу.

Nadie es ilegal - Mike  Davis


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Imperial Valley. “El 19 de septiembre de 1936”, escribe Carey McWilliams, “el sheriff emergió de su temporal retiro y ordenó una movilización de todos los residentes hombres de Salinas de edades entre 18 y 45, y amenazó con arrestar a cualquier residente que se resistiera a obedecer. De esta manera se hizo el reclutamiento del “ejército ciudadano” de Salinas”15. Desde el punto de vista de Sanborn, nadie era demasiado joven para no defender la civilización blanca de Salinas: los Boy Scouts fueron reclutados como auxiliares, mientras los estudiantes de Salinas High School fabricaron bates pesados para aporrear a los huelguistas. En un momento, la ciudad fue parapetada y los movimientos en la carretera fueron controlados estrictamente: les arrancaban de la solapa los distintivos de la campaña de Roosevelt (fue un año de elecciones) a los peatones y automovilistas16.

      Como consecuencia, el paro de la lechuga evolucionó como un show de fuerza hiperbólico hasta llegar a la atrocidad. El armamento químico estuvo a la orden del día y no hubo privilegios para los de piel blanca. La policía usó copiosas cantidades de gas lacrimógeno y vomitivo para dispersar las líneas de manifestantes. Luego persiguieron a los sindicalistas y los golpearon. Cuando cerca de ochocientas personas horrorizadas fueron a refugiarse al Templo Obrero de Salinas, “la policía, los comisionados y los patrulleros bombardearon el templo con gases lacrimógenos y luego, protegidos por los gases, se movieron hacia el cuartel central del sindicato y tiraron gases vomitivos y azufre. Cientos de huelguistas huyeron de la instalación sólo para encontrarse con la policía que les lanzaba más gases y con los vigilantes blandiendo sus hachas y bates”17.

      El editor del San Francisco Chronicle, Paul Smith, visitó Salinas después que dos de sus reporteros fueron seriamente lesionados y amenazados con ser linchados por los vigilantes. Se mostró escéptico al aseverar que el gobernador y abogado general de California, junto a los oficiales locales, concedieron de buena gana el monopolio estatal de legítima violencia al fanático coronel Sanborn y a Campesinos Asociados. “Durante toda una quincena”, escribió, “las ‘autoridades constituidas’ de Salinas han sido los peones indefensos de siniestras fuerzas fascistas que operaron desde el piso de un hotel parapetado en el centro de la ciudad”18.

      Para los trabajadores de Oklahoma, el paro fue un brutal espejo que no reflejó su tradicional imagen del compañero blanco emprendedor y fuerte, sino el desprecio que les profesaban los agricultores, considerándolos una casta de “basura blanca”. Ellos se percataron de que no había excepciones para los estereotipos raciales estructuralmente asociados a los trabajadores agrarios en California, ni siquiera antiguos anglosajones. “Puedo recordar”, rememora un organizador, “la gran impresión que recibí al ver a esas personas blancas que venían de Oklahoma, Arkansas y Texas, con sus prejuicios y odios enraizados, y cómo en el curso de la huelga aprendieron que tenían más en común con los negros y mestizos que con los vigilantes blancos que golpeaban a todo el mundo”19.

      El paro de Salinas, si bien fue un golpe preventivo contra la participación de AFL en el sindicalismo agrícola o un serio ensayo del fascismo norteamericano, fue también una victoria decisiva para Campesinos Asociados. Inspiró la táctica de guerra relámpago empleada al año siguiente cuando otro afiliado de AFL, el Sindicato de Trabajadores de Enlatados, intentó asestar un golpe a la compañía Stockton de productos alimenticios. “El llamamiento fue instantáneo para el ejército ciudadano”, escribe McWilliams, y 1.500 leales burgueses, armados con escopetas y hachas, respondieron puntualmente. El coronel Garrison, el héroe de los vigilantes de El Centro, era ahora presidente de Campesinos Asociados, y él personalmente dirigió el ataque contra las líneas de manifestantes el 24 de abril de 1937. “Durante casi una hora, 300 manifestantes se mantuvieron en la lucha, tosiendo y ahogándose, mientras los vigilantes y los comprometidos lanzaban rondas y más rondas de gases lacrimógenos sobre ellos”. Cuando estas bombas se volvieron inefectivas, las tropas de Garrison usaron perdigones, lesionando gravemente a cincuenta trabajadores20.

      Kevin Starr nos cuenta que cuando algunos negociantes de Stockton, apoyados por el abogado del distrito local, se dieron cuenta de que vivían en una ciudad ocupada sujeta a los caprichos de Campesinos Asociados, protestaron a Sacramento, pidiendo que enviaran la Guardia Nacional para restaurar el orden. “Como en el caso de Salinas, el gobernador Merriam se negó; y el coronel Garrison y su ejército dejaron a su fuerza preeminente en el área”. El gobernador, en otras palabras, ratificó a los vigilantes como autoridad legítima: una fórmula peligrosa que cedía todo el poder a los agricultores y propietarios de las fábricas de conservas21.

      Pero esto fue difícil de sostener con éxito: en las ciudades de California, como en el resto del país, 1938 fue un año legendario para los paros, las manifestaciones y la fiebre de CIO (alianza de sindicatos industriales obreros). No obstante, los campos y naves de empaquetamiento permanecieron misteriosamente tranquilas, con no más de una docena de pequeñas huelgas que involucraron a menos de 5.000 trabajadores, una escueta fracción de la participación en 1933-34. Las victorias del Nuevo Acuerdo en Washington y Sacramento no se tradujeron en progresos significativos para los trabajadores agrícolas, que fueron excluidos de la cobertura de leyes como la Wagner (NLRA) y la de Seguridad Social. La elección del demócrata Cullbert Olson como gobernador en 1938 pudo haber sido una victoria para los sindicatos de la ciudad (su primera ley fue perdonar al sindicalista radical Tom Money, quien había estado prisionero injustamente durante 22 años). Pero las iniciativas legislativas para ayudar a los obreros del campo –incluso medidas no tan controvertidos como prohibir a la Patrulla de Carretera, tomar partido en las disputas obreras o asegurarse de que el socorro no se produjera “sólo en caso de necesidad”– fueron barrenadas por la coalición de demócratas y republicanos rurales22.

      Aunque permanecían activos dos movimientos sindicales agrícolas en California –los federales locales de AFL y el establecido por CIO, Envasadores, Agricultores, Empaquetadores y Trabajadores Aliados de América Unidos (UCAPAWA)– estos huyeron tras las apocalípticas confrontaciones en el campo. En su lugar, enfilaron sus esfuerzos hacia la organización (exitosa en el norte de California) de los procesadores de alimentos en los pueblos, cuyos derechos alcanzados fueron protegidos por NLRA y su poder huelguístico apalancado por grupos aliados de camioneros y estibadores.

      Si hubo alguna duda sobre el importante papel jugado por la represión privada y estatal en convertir a los trabajadores rurales en parias del Nuevo Acuerdo –sin un lugar en los programas sociales o dentro de los movimientos obreros organizados– ésta quedó despejada por el destino que corrieron las huelgas en el área de Marysville, al norte de Sacramento. Las primeras huelgas tuvieron lugar durante la primavera y el verano de 1939, seguidas por una huelga algodonera en el otoño en San Joaquín Valley. Las últimas grandes huelgas de 1930 fueron las victorias que coronaron a Campesinos Asociados.

      En Marysville, los frutícolas que vivían en “Okieville” enfrentaron a Earl Fruit, una subsidiaria del imperio DiGiorgio, equivalente a la General Motors en la agricultura californiana. Sólo una minoría de los miembros de Campesinos Asociados del área eran verdaderos campesinos; el resto eran relatores, editores, alcaldes y policías, incluso el jefe de policía de Marysville y el comandante local de Patrullas de Carretera. El amedrentado dueño de Earl Fruit, Joseph DiGiorgio, pudo contar con la clase gobernante, vigilante y totalmente movilizada para proteger a sus capataces y guardias.

      La primera disputa se produjo en la primavera cuando, según el historiador Donald Fearis, un popular capataz renunció en protesta por los espías de la compañía (una de las principales iniciativas de Campesinos Asociados) que infestaban todos los niveles de la producción agrícola. Earl tentó a los huelguistas a volver al trabajo con la promesa de aumentar los salarios y no sancionar a los líderes; al producirse los despidos en represalia, los trabajadores furiosos se quejaron a CIO, y para el comienzo de la recogida de la pera en julio, el Local 197 de UCAPAWA rodeó los huertos con filas de manifestantes. Campesinos Asociados de los condados Sutter y Yuba respondió inmediatamente con los usuales arrestos, palizas y amenazas de muerte; los agricultores habían pensado en la idea de un “ejército ciudadano”, pero prefirieron la selectiva depuración de rancheros y capataces. Sin embargo, fracasaron temporalmente, cuando las mujeres comenzaron a reemplazar en las filas a sus padres y esposos arrestados. “La tenacidad de la


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