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Monstruos En La Oscuridad. Rebekah LewisЧитать онлайн книгу.

Monstruos En La Oscuridad - Rebekah Lewis


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de ser un elfo oscuro con todo lo que eso conllevaba. Llevaba el pelo largo y notó lo fino y sedoso que era cuando, al rozarle la piel, sintió un cosquilleo seductor. No poder verlo era una situación muy erótica. Algo prohibido. Maddy se estremeció y el elfo aspiró su aliento.

      —Tu cuerpo me invita a saborearlo. Mira qué humedad hay en esta parte sagrada de tu cuerpo.

      Su respiración se volvió superficial. ¿Lo haría? ¿Y ella quería que lo hiciera?

      —Sí —susurró sin pensar.

      El elfo tomó su monosílabo como una invitación y lamió su sexo, explorando con la lengua lo más escondido de su cuerpo. Se recostó sobre la almohada y cerró los ojos. Dios mío, el monstruo era real. Quería tener sexo con ella.

      Y se lo iba a permitir.

      Con la lengua iba formando círculos en el clítoris que la hacían jadear y abrirse de piernas. Rebuscó entre las mantas el mando a distancia. Como si el monstruo fuera consciente de lo que ella estaba haciendo, incrementó su placer introduciéndole un dedo en la vagina.

      Los dedos de Maddy se agarraron al aparato de plástico que sacó bruscamente de debajo de las mantas. Escogiendo hábilmente los botones apropiados, fue apagando una luz tras otra hasta quedar únicamente una junto a la cama. Pulsó el último botón y dejó caer el mando a distancia en la mesilla de noche. Fue recompensada con unos movimientos de cadera cuando atrajo los muslos hacia él, de forma que sus piernas quedaron enrolladas en su musculada espalda. Él lamía, mordisqueaba y chupaba cada parte de su cuerpo. Cuando el éxtasis se apoderó totalmente de ella, emitió un grito de placer que la hizo temblar violentamente.

      Retiró las sábanas y vislumbró una silueta en la oscuridad que se arrastraba por su cuerpo, buscando instalarse entre sus muslos. Estaba totalmente desnudo y su erección era más que evidente.

      —Has apagado las luces por mí —dijo sorprendido.

      —Así es —afirmó, disfrutando de la pasión que aún la invadía.

      —¿Quieres ser mía?

      Maddy iba a responder justo cuando recordó la información que había leído y se tomó un respiro antes de hacerlo.

      —¿Te refieres a culminar el acto aquí o a llevarme contigo?

      —Lo que desees.

      Le gustó que no diera una respuesta directa.

      —¿Me prometes que no me quedaré embarazada sin haber pasado por los ritos sagrados de tu reino?

      —Lo juro —dijo acariciándole la cadera—. Hasta que no te unas a mí, no podrás concebir un hijo.

      —No estoy preparada para ser madre —confesó aproximándose a él para acariciarlo. Tenía la mejilla cálida y suave. Al apoyar la cara sobre la palma de su mano, pudo ver que tenía las orejas puntiagudas. Aunque no alcanzaba a distinguir sus rasgos, pudo sentirlo. Era alto, delgado y fuerte. Tenía el pelo largo y orejas de elfo. No había notado nada de vello facial o corporal.

      —¿Cómo te llamas? —era lógico que quisiera saber su nombre, puesto que él conocía el suyo.

      —No puedo decírtelo —contestó.

      En aquella página web había sido tan franco atendiendo a sus dudas. Sin embargo, ahora no daba respuesta a sus preguntas.

      —¿Por qué no?

      —Los elfos oscuros no pueden desvelar su nombre hasta pasados los ritos sagrados.

      —¡Qué anticuado! —repuso Maddy —¿Cómo os llamáis entonces entre vosotros?

      —¿No querías un ser primitivo? —repuso alegremente—, pues ya lo tienes.

      —Touché, elfo.

      —Maddy —dijo con voz profunda—, contéstame. Deja que te demuestre que soy digno de ti.

      Se sentó sorprendida en la cama. Acto seguido, él la imitó, arrodillándose enfrente de ella. Era una sombra hecha carne.

      —¿De verdad que no podrás tener sexo conmigo si no te lo pido?

      —Sí que podría... —replicó—, pero no sentiría placer... Ah, y sería más difícil para mí procrear. ¿Lo pillas?

      A Maddy no le gustaba la idea de ser vista como una máquina de fabricar bebés, pero él le había afirmado que no podría quedarse embarazada a menos que pasara los ritos. Así que ese momento podría posponerse. Quizá de forma indefinida. A lo mejor no era buen amante y decidía descartarlo por completo. Si elegía tener sexo con él aquí y ahora no la comprometía y como él mismo había dicho, solo sería sexo placentero.

      El elfo cogió su mano y le besó los nudillos. Luego la guio hasta su sexo erecto y lo sostuvo rodeándolo con la palma de su mano. Él lanzó un gemido y ella tragó saliva. No creía que el grosor del miembro fuera un problema, a pesar de ser impresionante, pero sí que dudó sobre el tamaño. ¿Qué pasaría si era demasiado grande? Dejó que moviera su mano de arriba a abajo, de la base al glande una y otra vez. Tenía un sexo grande, pero no era monstruoso. Y tampoco parecía que tuviera tentáculos ocultos o apéndices de ningún tipo. Gracias a Dios.

      Maddy se echó sobre él, rodeándole la nuca con la mano que le quedaba libre. Tenía que besarle. No sería capaz de tomar una decisión sin saber si besaba bien. Se dio cuenta enseguida de lo que ella pretendía y se abandonó a sus labios con furia desmedida. Dejó de acariciarlo para enredar ambas manos en su pelo, mientras se acercaba hasta ponerse a horcajadas en sus rodillas. Él fue besando lentamente sus caderas hasta llegar a su sexo. La atrajo hacia él y se colocó de forma que la punta de su miembro chocara con la entrada de su vagina, lo cual hizo que le suplicara. No recordaba haber sentido nunca tal necesidad de ser poseída con tanta antelación.

      Mientras él le mordisqueaba los labios, Maddy sintió cómo unos caninos afilados le rozaban ligeramente la piel. No eran como los de un vampiro, pero sí mucho más largos que los de un humano normal. Era un monstruo y a la vez no. Era un hombre, pero... no se parecía a ninguno que hubiera conocido antes. Debería tenerle miedo porque representaba a lo desconocido, pero no era así. El elfo la quería solo para él. Quería poseerla. Preñarla. Raptarla como Hades había hecho con Perséfone.

      —Muéstrame qué se siente siendo tuya —le susurró pegada a sus labios. Rozó su piel con las comisuras de los labios mientras la penetraba. Jadeó de placer.

      —Esto, fuera —dijo el elfo a la vez que le quitaba la camiseta y la tiraba—. Sí, perfecta. Eres perfecta —dirigió sus manos hacia los pechos y los acarició. Luego la fue besando: primero la mejilla, después el cuello, para ir bajando hasta el pecho. Finalmente, se agarró a su pecho izquierdo y comenzó a moverse dentro de ella.

      En un movimiento tan tenue que casi no se notaba, el elfo la empujó contra la almohada, las manos apoyadas sobre la cama, y aceleró el ritmo. Ella jadeaba, le agarraba la cabeza y se la acercaba a los pechos, enrollando las piernas alrededor de su cintura.

      ¿Cómo es que le estaba sucediendo esto? Ella era una mujer normal. No tenía nada de especial. Sin embargo, un elfo oscuro la había elegido (o quizá había sido el destino). Era todo tan... increíble. Cada movimiento la ponía al borde de un nuevo orgasmo. Él se incorporó y le puso las manos entre las suyas, elevando los brazos sobre la cabeza mientras aminoraba el ritmo de sus embestidas. Cada movimiento tocaba su fibra nerviosa; la hacía ver chispas y hacía que asomaran lágrimas a los ojos. Se sentía tan bien, era demasiado para poder tenerlo bajo control. Lo más probable es que se desgarrara de placer cuando sintiera el orgasmo.

      Sacó su miembro y ella protestó, pero luego le dio la vuelta y atrajo sus caderas contra las suyas hasta ponerse de rodillas por detrás de ella. La penetró muy despacio, acto tremendamente sensual. Al penetrarla mucho más adentro que antes, gimió de placer. Antes de que ella pudiera imaginarse lo que iba a suceder a continuación, volvió a ponerla frente a él y entró en ella con rápidas y fuertes embestidas.


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