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Dramas de Guillermo Shakespeare: El Mercader de Venecia, Macbeth, Romeo y Julieta, Otelo. William ShakespeareЧитать онлайн книгу.

Dramas de Guillermo Shakespeare: El Mercader de Venecia, Macbeth, Romeo y Julieta, Otelo - William Shakespeare


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vecino. Tomó una bofetada del inglés, y juró devolvérsela. El francés dió fianza con otro bofeton.

      NERISSA.

      ¿Y el jóven aleman, sobrino del duque de Sajonia?

      PÓRCIA.

      Mal cuando está en ayunas, y peor despues de la borrachera. Antes parece menos que hombre, y despues más que bestia. Lo que es con ése, no cuento.

      NERISSA.

      Si él fuera quien acertase el secreto de la caja, tendrias que casarte con él, por cumplir la voluntad de tu padre.

      PÓRCIA.

      Lo evitarás, metiendo en la otra caja una copa de vino del Rhin: no dudes que, andando el demonio en ello, la preferirá. Cualquier cosa, Nerissa, antes que casarme con esa esponja.

      NERISSA.

      Señora, paréceme que no tienes que temer á ninguno de esos encantadores. Todos ellos me han dicho que se vuelven á sus casas, y no piensan importunarte más con sus galanterías, si no hay otro medio de conquistar tu mano que el de la cajita dispuesta por tu padre.

      PÓRCIA.

      Aunque viviera yo más años que la Sibila, me moriria tan vírgen como Diana, antes que faltar al testamento de mi padre. En cuanto á esos amantes, me alegro de su buena resolucion, porque no hay entre ellos uno solo cuya presencia me sea agradable. Dios les depare buen viaje.

      NERISSA.

      ¿Te acuerdas, señora, de un veneciano docto en letras y armas que, viviendo tu padre, vino aquí con el marqués de Montferrato?

      PÓRCIA.

      Sí. Pienso que se llamaba Basanio.

      NERISSA.

      Es verdad. Y de cuantos hombres he visto, no recuerdo ninguno tan digno del amor de una dama como Basanio.

      PÓRCIA.

      Mucho me acuerdo de él, y de que merecia bien tus elogios.

      (Sale un criado.)

      ¿Qué hay de nuevo?

      EL CRIADO.

      Los cuatro pretendientes vienen á despedirse de vos, señora, y un correo anuncia la llegada del príncipe de Marruecos que viene esta noche.

      PÓRCIA.

      ¡Ojalá pudiera dar la bienvenida al nuevo, con el mismo gusto con que despido á los otros! Pero si tiene el gesto de un demonio, aunque tenga el carácter de un ángel, más quisiera confesarme que casar con él. Ven conmigo, Nerissa. Y tú, delante (al criado). Apenas hemos cerrado la puerta á un amante, cuando otro llama.

      ESCENA III.

      Plaza en Venecia.

      BASANIO y SYLOCK.

      SYLOCK.

      Tres mil ducados. Está bien.

      BASANIO.

      Si, por tres meses.

      SYLOCK.

      Bien, por tres meses.

      BASANIO.

      Fiador Antonio.

      SYLOCK.

      Antonio fiador. Está bien.

      BASANIO.

      ¿Podeis darme esa suma? Necesito pronto contestacion.

      SYLOCK.

      Tres mil ducados por tres meses: fiador Antonio.

      BASANIO.

      ¿Y qué decis á eso?

      SYLOCK.

      Antonio es hombre honrado.

      BASANIO.

      ¿Y qué motivos tienes para dudarlo?

      SYLOCK.

      No, no: motivo ninguno: quiero decir que es buen pagador, pero tiene muy en peligro su caudal. Un barco para Trípoli, otro para las Indias. Ahora me acaban de decir en el puente de Rialto, que prepara un navío para Méjico y otro para Inglaterra. Así tiene sus negocios y capital esparcidos por el mundo. Pero, al fin, los barcos son tablas y los marineros hombres. Hay ratas de tierra y ratas de mar, ladrones y corsarios, y ademas vientos, olas y bajíos. Pero repito que es buen pagador. Tres mil ducados... creo que aceptaré la fianza.

      BASANIO.

      Puedes aceptarla con toda seguridad.

      SYLOCK.

      ¿Por qué? Lo pensaré bien. ¿Podré hablar con él mismo?

      BASANIO.

      Vente á comer con nosotros.

      SYLOCK.

      No, para no llenarme de tocino. Nunca comeré en casa donde vuestro profeta, el Nazareno, haya introducido sus diabólicos sortilegios. Compraré vuestros géneros: me pasearé con vosotros; pero comer, beber y orar... ni por pienso. ¿Qué se dice en Rialto? ¿Quién es éste?

      (Sale Antonio.)

      BASANIO.

      El señor Antonio.

      SYLOCK.

      (Aparte.) Tiene aire de publicano. Le aborrezco porque es cristiano, y ademas por el necio alarde que hace de prestar dinero sin interes, con lo cual está arruinando la usura en Venecia. Si alguna vez cae en mis manos, yo saciaré en él todos mis odios. Sé que es grande enemigo de nuestra santa nacion, y en las reuniones de los mercaderes me llena de insultos, llamando vil usura á mis honrados tratos. ¡Por vida de mi tribu, que no le he de perdonar!

      BASANIO.

      ¿Oyes, Sylock?

      SYLOCK.

      Pensaba en el dinero que me queda, y ahora caigo en que no puedo reunir de pronto los tres mil ducados. Pero ¿qué importa? Ya me los prestará Túbal, un judío muy rico de mi tribu. ¿Y por cuántos meses quieres ese dinero? Dios te guarde, Antonio. Hablando de tí estábamos.

      ANTONIO.

      Aunque no soy usurero, y ni presto ni pido prestado, esta vez quebranto mi propósito, por servir á un amigo. Basanio, ¿has dicho á Sylock lo que necesitas?

      SYLOCK.

      Lo sé: tres mil ducados.

      ANTONIO.

      Por tres meses.

      SYLOCK.

      Ya no me acordaba. Es verdad... Por tres meses... Pero antes decias que no prestabas á usura ni pedias prestado.

      ANTONIO.

      Sí que lo dije.

      SYLOCK.

      Cuando Jacob apacentaba los rebaños de Laban... Ya sabes que Jacob, gracias á la astucia de su madre, fué el tercer poseedor despues de Abraham... Sí, el tercero.

      ANTONIO.

      ¿Y Jacob prestaba dinero á usura?

      SYLOCK.

      No precisamente como nosotros, pero fíjate en lo que hizo. Pactó con Laban que le diese como salario todos los corderos manchados de vario color que nacieran en el hato. Llegó el otoño, y las ovejas fueron en busca de los corderos. Y cuando iban á ayuntarse los lanudos amantes, el astuto pastor puso unas varas delante de las ovejas, y al tiempo de la cria todos los corderos nacieron manchados, y fueron de Jacob. Este fué su lucro y usura, y por él le bendijo el cielo, que bendice siempre el lucro honesto, aunque maldiga el robo.

      ANTONIO.

      Eso fué un milagro que no dependia de su


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