Cazadores de la pasión. Adrian AndradeЧитать онлайн книгу.
y cualquier anomalía es reportada. En tu caso, no hubo reporte alguno, sólo una firma.
—Olvidé revisar, ok, vamos Gera hazme el paro.
—Realmente me consideras como cualquier burócrata, para llegar a este puesto no se requiere de una cabeza hueca. Crees que no sé qué te la pasas metido en las tumbas mientras descuidas estos lugares, compartes el mismo espíritu de tu padre, te doy eso.
—¡Yo no tengo padre!
—¿Por qué crees que te contraté?
—Por mi bello rostro —fingió una sonrisa.
—Te contraté porque al igual que él tienes ese instinto, sólo te hace falta creer.
—¡Me vas a suspender o qué!
El jefe se dobló de brazos.
—El Director de Operaciones desea eso, después de todo no está satisfecho con este numerito que te aventaste. Sin embargo, se le ocurrió algo mejor gracias a mí por supuesto.
—Te escucho —expresó con un poco de nerviosidad.
—En un par de horas, vendrán unos inversionistas importantes y necesito que te encargues del recorrido.
—¡Esa es tu gran jugada!
—Y una muy buena, debes admitirlo.
—No, no lo haré.
—Cada tres meses un trío de restauradores en compañía de una cuadrilla de colaboradores vienen a darle el cuidado adecuado a esta pirámide. Cosas como quitar la hierba, ubicar las piedras flojas porque luego los visitantes se las roban y además el daño causado por el grafiti especialmente si lo hacen con el filo de las llaves como parece ser el caso de aquella piedra ¿Tienes alguna idea de cuánto se gasta en repararlo?
Alex se puso a pensar en una buena respuesta para responderle y en cuanto se le ocurrió fue brutalmente interrumpido por otra preocupación aún más relevante.
—Déjate eso, imagínate si alguien hubiese salido herido sólo porque estabas jugando a los exploradores. Ahora la realidad es que el Gobierno nos redujo el presupuesto por cuestiones financieras, y a eso añadámosle que se perdió dinero por los boletos fraudulentos que vendieron algunos de tus estimados compañeros. Como podrás darte cuenta, no tienes alternativa.
—Yo no sé dirigir turistas y bien lo sabes Gerardo.
—¿En serio? Si no mal recuerdo, el otro día te calló un guía porque no dejabas de corregirlo.
—Sólo andaba de pasada, además no dije nada que no fuese cierto.
—Estabas a cargo de monitorear el ascenso de los visitantes en la pirámide, no de ridiculizar a nuestro personal altamente calificado.
—¿Altamente calificado? —Alex resopló— Ni tú te la crees.
—¡Escucha! Necesitamos esta inversión, si no la consigues —pausó para dedicarle una mirada amenazadora a sus ojos—, date por despedido.
—¡Vamos! —renegó.
—¡Ya me escuchaste!
—¡No estoy capacitado para esta clase de giras!
—¡Tampoco lo estás para explorar tumbas y aun así lo haces, así que deja de quejarte y prepárate!
—Comenzó a bajar por los escalones— ¡Oh y rasúrate por el amor de Dios!
—¡Dios no existe! —susurró para sí mismo.
Alex caminó por la explanada y se detuvo por unos segundos para meditar en su tarea asignada. Prestó suma atención a sus alrededores y se armó del valor de dar su mejor esfuerzo al ser inspirado por el paisaje.
Interesantemente había una bella mujer esperando cerca del primer escalón de la Pirámide del Sol. Alex prestó detalle hacia su cabello lacio que colgaba por debajo de los hombros. En las puntas se le habían formado algunos rizos quizás por la humedad en el clima. El tono café claro mezclado con los rayos rubios iba adoptando una visión impecable conforme le daba la luz del sol.
Este efecto de visualizar su raíz negra tornarse de rubio conforme se extendía hacía los extremos o puntas de su cabellera, la hacía resplandecer entre los presentes. El color de su piel era tan blanco que con la luz se volvía pálida. La chica tenía buen gusto ya que vestía una blusa gris recortada para mostrar su firme abdomen, y su falda contrastaba por sus distintas tonalidades desenvueltas en múltiples líneas horizontales.
Para su fortuna, gozaba de buena altura porque al ponerse a un lado de ella se encontraron casi cara a cara. Al removerse los lentes oscuros, los ojos verdes le obligaron a enfocarse momentáneamente en su delicado rostro.
Nunca había visto a una mujer tan hermosa en su joven vida, dicho desde el punto de vista físico.
—Que tal —le guiñó un ojo—, me llamo Jennifer Miller pero puedes decirme Jenny —sonrió con tanta seguridad mientras le extendía la mano.
—Alex… —titubeó al principio pero después cedió al humilde saludo.
— ¡Alejandro Romero! —Explotó con emoción— ¡Finalmente! Te he estado buscando por todas partes, me dijeron que estarías en la cima de una pirámide pero como hay muchas aquí, no supe cuál hasta que un caballero me dijo que te había visto cerca de esta zona y heme aquí.
Alex se quedó anonadado por el relato empalagoso, como si el encanto se hubiera esfumado en el preciso instante en que la muchacha abrió la boca. Curiosamente la presentación se tornó incomoda porque Jennifer seguía anhelando la respuesta de Alex con una que otra carcajada desatada.
—¿Quién eres?
—Jennifer Miller —volvió a reír de nervios.
—Sí, me quedó bien claro tu nombre, me refería a qué haces aquí, conmigo.
—¡Oh qué tonta! — Soltó otra risotada— Soy reportera del estudio…
—Espera —la interrumpió antes de que volviera a hablar sin detenerse— ¿Eres reportera?
—Así es, me encantaría poder entrevistarte, en serio no tienes la menor idea de lo que eso haría con mi carrera, me estarías haciendo un enorme favor.
—Sabes qué —la miró a los ojos, sin parpadear—, te puedes ir mucho a la…
Tras decírselo en su cara, Alex se fue de paso y no se atrevió a mirarla de nuevo. Él tenía una rivalidad con cualquier reportero ya que de niño detestó haber recibido más atención de la necesaria. Con una madre masacrada y un padre desertor, Alex nomás no podía estar en paz a donde fuese o estuviese porque siempre había algún loco y estúpido reportero siguiéndole el rastro con tal de obtener una exclusiva sobre aquella tragedia.
En sí había pasado más de una década desde que solían acorralarlo, pero de vez en cuando solía toparse con uno que otro curioso y era cuando acudía a su humor negro para ahuyentarlos.
Honestamente no anticipaba este resultado en Jennifer, había cierto aire de simpleza que le había gustado, bueno antes de que sacara a relucir su profesión.
Trató de prepararse aunque no era para tanto, Alex llevaba cerca de dos años trabajando en Teotihuacán por lo que la información residía almacenada en su memoria. Sólo era cuestión de accederla conforme se desenvolvía el tour.
Justo en medio de la Ciudadela como habían acordado, llegaron cinco hombres excesivamente elegantes como para ser simples turistas. Obviamente venían acompañados no sólo de Gerardo, el Jefe del Departamento de Conservación, sino del importantísimo Dr. Larent Tessier, el Director de Operaciones.
La Ciudadela figuraba en un espacio rectangular donde en su contorno había varias habitaciones donde se rumoraban habían vivido los sacerdotes o gobernantes de aquella época. Este término había sido elegido por los españoles quienes durante la conquista,